En los últimos años se ha ido generando, en base a múltiples informes técnicos y a apreciaciones de diversos colectivos económicos, un cierto aire depresivo frente al futuro de la economía catalana. El asunto ha estado en la prensa por distintos motivos, a causa de la crisis de las infraestructuras, por los déficits de financiación de la Generalitat, por una pérdida ligera pero consistente de crecimiento respecto a la media española, por el efecto de los precios “catalanes” más inflacionistas que la media, por la productividad, por la crisis de ciertas empresas, etc. Cierto es que por otro lado la tasa de crecimiento ha estado a buenos niveles y ha proporcionado una mejora en el ranking europeo. Pero me temo que el asunto no es ese.
Pienso que en el fondo de las informaciones y de las interpretaciones hay un mensaje de calado: Catalunya, todo y mejorar, va dejando de ser la locomotora económica española y se ve paulatinamente alejada de los primeros puestos por actores tradicionales como Euzkadi y Madrid, y por otros nuevos como Aragón y Navarra, dejando en el margen a las vecinas Illes, en donde el monopolio turístico descoyunta cualquier comparación y a la Comunidad Valenciana, varada en una vía muerta entre el urbanismo loco y la fórmula uno.
Esa “sensación” de pérdida de ritmo de pedaleo catalán se refuerza con las vicisitudes de la política y del gobierno. Ni una, ni otra dan (o han dado) respuesta eficaz a ese estado psicológico. Como sabemos muy bien, en economía la impresión subjetiva vale su peso en oro o en plomo, según lo positiva o no que sea. Lo cierto es que hay elementos objetivos para dudar del buen futuro económico catalán, como los hay que generan una cierta confianza dentro de una fase de atonía comparativa.
Lo que está ocurriendo entre la competencia es esencial. El empuje madrileño es intenso y basado en algunos factores sólidos: la capitalidad y la intensidad de la inversión pública, la confluencia entre los intereses de las ex grandes empresas públicas y su localización central. Madrid aspira, según demuestra el recorrido desde la plaza de Sol al aeropuerto, a la cifra mágica de 8 millones de habitantes: una ciudad región al estilo parisino o londinense. Se está preparando para ello y absorbiendo población, recursos, empresas, etc. La globalización económica y el papel lingüístico juegan a su favor.
La situación vasca es de otra dimensión y mucho más útil para aprender de ella. Nadie daba ni un duro por Euzkadi hace veinte años, con una crisis industrial que afectaba a los sectores básicos de su estructura económica y con un problema político y social que turbaba al más templado. Tengo la impresión que Euzkadi ha estado al borde del abismo económico. Hoy las perspectivas han cambiado mucho y Euzkadi retoma su viejo papel hegemónico en diversos sectores nuevos. Obviamente, el sistema de financiación de que disfruta no es ajeno a ese “milagro”. La administración vasca dispone de recursos suficientes y de capacidad política para ser una importante impulsora de su economía. En una reciente visita saqué la impresión de encontrarme en un país ciertamente magnífico en su aspecto.
Como podemos observar en ambos casos, tanto en Madrid como en Euzkadi, el papel público es fundamental para su desarrollo y en los dos se produce una confluencia entre poder político y económico. Esa confluencia, querida o no, ha conseguido una aparentemente sólida marca de ir por el buen camino que incentiva el crecimiento.
Los agentes menos tradicionales, como Aragón y Navarra, son casos distintos a los primeros. Todo y que afectan a la moral catalana por su búsqueda de oportunidades allá donde esta era claramente hegemónica: industria automovilística y su entorno y una gran diversificación industrial con sectores altamente tecnológicos. En el caso de Navarra confluye una industria alimentaria con futuro y una situación de financiación pública equivalente a la de Euzkadi.
¿Qué podríamos decir respecto a Catalunya? Empezando con lo aparentemente negativo, cito en primer lugar la escasa sintonía real entre la coalición de centro-derecha con monopolio político de 23 años y el mundo económico y empresarial autóctono (son cosas no exactamente iguales). CIU, sorprendentemente, nunca consiguió planear la actividad económica y la política. Sus consejeros en la materia se parecían más a un agente sindical de determinadas patronales o grupos de interés que verdaderos agentes del impulso económico (dejo en el tintero de momento el gobierno de izquierdas con cuatro años a cuestas).
En segundo lugar cito a la eminencia gris de la economía catalana, el grupo La Caixa, ampliamente conocido por su eficaz gestión en sectores garantizados. Creo que nunca un grupo económico de las dimensiones de la Caixa ha sido tan poco actor en positivo para la estructura industrial y de servicios avanzados de su territorio-base. Nada que comparar con la banca más tradicional, como el Santander y el BVVA. La Caixa ejerce de sargento mayor en Catalunya, controlando autopistas, flujos hidráulicos y de otros fluidos. Su actividad más renombrada es la difusión científica y artística, en donde triunfa por goleada. Eso si, sin riesgo alguno, como el pasado más reciente ha demostrado. Como cliente no tengo nada que decir, prefiero un banquero cauto que otro alocado. Pero en tanto que primera empresa del país el asunto es muy distinto. Madrid podría ser un caso parecido con Caja Madrid, pero en el fondo la fusión política y financiera ahí ha funcionado y la influencia de la banca tradicional es también muy importante. Insisto en ello, la dirección del grupo La Caixa es peculiar, pues responde a una estructura de propiedad social muy difusa que ha generado una especie de sistema feudal hereditario, ajeno al mundanal ruido y con unas excesivas ansias de manejarlo todo.
Los gobiernos catalanes, el ancien règime y el actual, han topado a muchos niveles con las pretensiones de La Caixa (sorprendentemente parece que los lideres socialistas son los que se encuentran más a gusto con los directivos de La Caixa, no así los otros socios del gobierno). Las entidades financieras del pelotón perseguidor, principalmente Caixa Catalunya y Banc de Sabadell no pueden substituir el papel hegemónico predominante en parte por dimensión y en parte por falta de ambición.
En tercer lugar sitúo el entramado empresarial catalán, tan peculiar él, con familias que hacen y deshacen pequeños imperios en concordancia cronológica con las distintas generaciones. Un empresariado con una larguísima tradición de no haber conseguido construir grandes empresas de influencia y de dimensión europea o mundial. Eso duele y afecta profundamente a una economía que no puede apoyarse en la gran empresa pública o ex pública. Esta característica tiene algún lado bueno: en Catalunya la diversificación productiva es muy grande, por lo que ofrece amplios recovecos y refugios a la creación de empresas y a las crisis periódicas. Todo hay que reconocerlo. El entramado empresarial no se entendería sin sus organizaciones corporativas, también un tanto histriónicas, encabezadas por agentes de cola (¿será tal vez por la clásica discreción del catalán rico que prefiere actuar a través de testarrefos?). El pasado reciente de estas organizaciones tiene un cierto parecido con una agencia de socorros y lamentos mutuos, nada parecido a una ejecutiva capacitada para definir el futuro.
Paso al cuarto lugar con el lío de las infraestructuras. Caso muy conocido y comentado, del que señalaré solamente que se basa en la más estricta realidad. Catalunya está afectada por una falta solemne de sistemas de transporte, energéticos, hidráulicos, ambientales, etc. La visión centralista de un reequilibrio peninsular en base a las inversiones públicas además de no ser cierta, debilita lo mejor frente a un sistema global muy competitivo. Recuerden que Catalunya lucha en la liga general y goza de fronteras inmediatas por donde circula todo el flujo mercantil español. ¿No merece eso un trato adecuado? También señalaré que la situación no es nueva y que en otras épocas la sociedad económica (empresarios y el gobierno local) dieron pasos para solucionarla. Hoy esa acción unilateral interna parece corta de miras.
El quinto se refiere, cómo no, a la financiación pública. Como en el punto anterior constato su palpable existencia y su afectación solemne sobre las prestaciones sociales ampliamente entendidas. Cito como más significativo todo aquello que afecta al futuro, educación, universidades, desarrollo territorial, etc. Base del crecimiento y, si es el caso, del desarrollo. Un individuo catalán no pude acceder a la beca que por ser andaluz sí lo hace (con toda la razón del mundo). Para evitar malentendidos, ruego que se vuelva a leer la frase anterior: la beca para la persona andaluza no se discute; es su ausencia aquí en Catalunya. ¿Lo repito otra vez?
Sexto. Dejo para el final un asunto más complejo, que solo apuntaré. Pienso que a parte de los factores anteriores, totalmente objetivos, Catalunya sufre una falta de gobierno eficaz (no me atrevo con eficiente) atroz. La capacidad de gobierno que dispone Catalunya, entre la estructura local y la autonómica, permitirían amplias posibilidades de acción en muchos órdenes que limitarían los costes de lo que anteriormente he citado o que incluso los podrían eliminar. Ni la falta de infraestructuras, ni de financiación evitó la construcción de las primeras autopistas de España (ejemplo reciente). Ni las mejores escuelas profesionales en los años veinte. El impulso olímpico también forma parte de esa moral ganadora y arriesgada que debe tener un buen gobierno. La falta de líderes políticos que se atrevan con la economía es una constante y la incapacidad para el acuerdo colectivo otra. La lista de acciones gubernamentales a emprender es larga y citaré solo unas pocas que me parecen posibles y eficaces: la primera la irregular distribución territorial de la riqueza, que ha transformado en costes lo que podría ser un margen de beneficio social y económico. La segunda, la inaplazable reforma de las estructuras productivas turísticas, otro coste real. La tercera, la falta de desarrollo industrial de la base agraria, que haría de motor interior y equilibrador de un país patas arriba. Ninguna supone para un gobierno riesgo electoral por eso las cito.
En fin, ahora debería pasar al programa de acción basado en todo lo positivo que dispone Catalunya. Cosa que dejo, oportunamente, para un ulterior artículo.
Lluis Casas (Parapanda School of Economics)