Avanzado el período agosteño, el atribulado editor del mejor periódico digital de la galaxia me despierta en plana canícula y me pide opinión sobre ciertas maniobras parlamentarias que han mantenido el debate en torno a la financiación de
Por si algún lector no estuviera al caso, por una larga estancia en San Petersburgo por ejemplo, hago una anotación informativa previa. El único diputado de ICV-EUIA en el Congreso de los diputados, Joan Herrera, ha logrado poner en grave riesgo político al presidente Zapatero con una petición de comparecencia parlamentaria para explicar porque no ha cumplimentado lo que la ley del Estatut dictaminaba: el 9 de agosto debía existir un nuevo sistema de financiación para Catalunya. Horas antes de la comparecencia, ICV llega a un acuerdo con el PSOE y acepta que el explicante sea el tío Solbes y no ZP, con el compromiso que antes de tres meses y de acuerdo con el calendario de aprobación de los presupuestos del Estado para el 2009, el susodicho sistema de financiación será una realidad para Catalunya y para el resto de las CCAA.
Acabo la nota informativa derivando a los lectores a la prensa diaria para los pormenores.
Resalto, además, dos consideraciones lectoras, la primera es la espléndida maniobra parlamentaria de un solo diputado que logra acorralar al gobierno en pleno verano, consiguiendo por motivos diversos la unanimidad de la cámara, a excepción, claro está, del partido en el gobierno. Insisto, chapeau para Joan Herrera.
Segunda, por arte de birlibirloque, el presidente de ICV, Joan Saura, pacta con la vicepresidenta que la brillante operación parlamentaria quedará en nada a cambio de un acuerdo en bien del Estatut.
Quedan fuera de comentario las reacciones de diverso tipo de las restantes fuerzas parlamentarias cogidas en pleno fuera de juego.
Lo que hay que resolver ahora es si el acuerdo ha sido acertado y para quien lo ha sido.
Empiezo mi interpretación por el ámbito parlamentario; obviamente una jugada de este tipo terminaría en manos de los grupos poderosos del Congreso. En el debate con un Zapatero compareciente, el PP y tal vez CIU se llevarían el gato al agua. Lo que era un activo magnifico del bien hacer de un diputado pasaría a engrosar las arcas de otros que hasta el momento se mantenían mirando y con el garrote en la espalda. Desde este punto de vista, la operación Saura tal vez merezca la pena, aunque le cueste un poco merecido disgusto al hacedor de la operación, Joan Herrera.
Ahora bien, hay que considerar que si una vez tienes cogido al gobierno por el cuello y como objetivo la financiación autonómica, ¿no hubiera sido mejor, en términos generales, mantener la presión y no soltar la prenda? Ahí, la valoración solo podrá hacerse a la luz de lo que ocurra en esos susodichos tres meses que Saura da al PSOE para ultimar lo que durante un año y medio no ha querido cumplimentar. Por lo que mi valoración queda pospuesta.
En esta nota urgente me temo que debo añadir que el actual presidente no brilla por el cumplimiento de los acuerdos firmados, por lo cual éste, que no tiene firma de momento, me parece ciertamente susceptible de ser pasado por alto. Ese factor es relevante, sólo si Saura tiene certeza frente al cumplimiento, un opinante podría estar de acuerdo con el.
El resultado momentáneo es, sin duda, sorprendente. Sin aportar nada a la vista, el PSOE supera una especial dificultad parlamentaria y el conjunto de la oposición (al menos en este aspecto de la financiación autonómica) queda a mitad de camino.
Lo que hay en juego no son sólo unas normativas o un brillo mediático de alguna figura o partido, se trata de una cifra en torno a los 4 mil millones de euros, que es la reclamación calculada científicamente sobre la base de los déficits de financiación de los servicios básicos en Catalunya con respecto a las aportaciones que el Estado hace a otras comunidades. Verbigracia, Extremadura, Cantabria,
Lo dicho, nos vemos en este asunto en octubre.
Lluis Casas, en plena siesta
miércoles, 27 de agosto de 2008
EL PACTO DE ZAPATERO CON ICV
DERECHAS E IZQUIERDAS EN BARCELONA
Siguiendo la senda marcada por mi momentánea liberación del comentario económico, me inmiscuyo, con todo el desparpajo del mundo, en la tribuna filosófica y política. Les aclaro, antes de que continúen, que el comentario semanal revisará la situación realmente peculiar de Catalunya con respecto a la deriva izquierdista que nos gobierna. Si no es de su interés no sigan, especialmente aquellos que tengan la sensibilidad a flor de piel.
Admito que con lo que está cayendo, la ruta económica hacia una crisis en profundidad, el reto de la financiación autonómica y las escasas luces del gobierno frente a todo ello, la tentación para volver a la economía es grande. Pero un compromiso debe mantenerse y más cuando al frente se alza un mes de agosto con todo lo que promete. Voy a lo anunciado inmediatamente.
Catalunya por sus características sociológicas y económicas (renta, estructura social, modelo económico, expectativas sociales, relación con su vecindad europea, etc.) debería tener un gobierno de centro o de centro derecha. No lo digo yo, así lo dicen las múltiples trayectorias gubernamentales de esa Europa ensimismada de nuestro entorno. Ahí, los gobiernos de izquierdas aparecen de vez en cuando y casi siempre de la mano de crisis sociales o económicas de una cierta importancia y aupadas por liderajes de gran intensidad (aunque hay excepciones, ya lo creo). Pero en general es más efímera su presencia que su alternativa de derechas o de centro. Cuenten tiempos de permanencia en Francia, Alemania, Italia, etc. Solamente la frontera norte rompería parcialmente el argumento, pero los años más recientes están rectificando la norma escandinava. Pues bien, en Catalunya ahora mismo, sin liderajes sustantivos (una vez defenestrado Maragall) y al margen de la crisis económica o social (si hacemos un alto ahora mismo con respecto a lo que nos viene) tiene el mundo administrativo y político en manos casi exclusivamente de las formaciones de izquierda. Dejo al margen del análisis la deriva catalanista, puesto que a lo que voy, pienso yo, no le afecta y en todo caso esa componente está presente en mayor o menor intensidad en casi todas las formaciones políticas. Ya se imaginan para quien va el casi.
El caso más sorprendente es la capital, Barcelona, en donde desde la inauguración de la democracia sólo hemos tenido gobiernos de coalición de izquierdas y sin apenas sombras de la derecha (excepto, tal vez, estos últimos tiempos). La ciudad tiene una composición social totalmente alejada del gobierno que la dirige. Podríamos compararla con los barrios centrales madrileños, ciudad esta de Madrid en donde incluso con los barrios periféricos incorporados al gran municipio (lo equivalente a la zona metropolitana barcelonesa) la derecha se ha hecho con el mando con autoridad. Pues bien en Barcelona, no. Lo mismo podríamos afirmar de Girona, con un substrato social más tradicional que el de la capital y con un gobierno permanente socialista. O la misma Lleida, de la que se puede comentar lo mismo.
Parece que somos una excepción casi mundial, nos parecemos en mentalidad a los holandeses, en sociología a los italianos del norte, a los franceses del centro o a los alemanes del sur. Todos ellos confiados burgueses, ciertamente tolerantes en los asuntos morales, pero votantes fieles ellos del centro o centro derecha. Los catalanes no.
¿Qué nos pasa?, ¿hay un virus desconocido en Catalunya que deforma la base societaria y la hace incomprensiblemente izquierdista? ¿Tenemos una falta de consistencia política en nuestra derecha? ¿Son los izquierdistas catalanes una raza de dioses que pueden con todo? ¿Será el glamour del radicalismo?
Podemos plantearnos muchos interrogantes, pero a mi me asalta una sospecha. ¿No será que nuestro centro es la izquierda?
Esa pregunta tan simple provoca escozores en las meninges y abre una forma distinta de entender lo que pasa en casa. Hereu sería el centro, con laterales a la izquierda. Como ahora Montilla. Como Maragall anteriormente a un lado y a otro de la plaza mayor.
Eso explicaría las componendas en el ámbito de los conciertos educativos o sanitarios, con lustrosos acuerdos que dejan más tranquilos al sector privado cuando la izquierda gobierna (ahí es nada el segundo Maragall con la ley de educación, que parece estar aceptada incluso porLa Vanguardia , pero no por ICV). También explicaría por qué los empresarios tienen más influencia real sobre los gobiernos de izquierda, puesto que se han cargado consellers de relieve sin salir en la foto y han manejado el articulado de muchas leyes desde las tribunas mediáticas o corporativas con cierta facilidad. Recuerden el caso del conseller Milà, defenestrado y con semáforo rojo del periódico citado antes, en mismo día del cese. No olviden tampoco la normativa sobre el ruido y la prostitución impulsada por el mismo medio, que dio en normativizar el uso de la calle. Cosa que tiene resultados de risa (totalmente previsibles afortunadamente). La vida callejera en Barcelona sigue por donde andaba. O la dulce convivencia entre promotores inmobiliarios en muchas localidades catalanas en manos de insignes representantes del proletariado.
Para aclarar lo que digo, insistiré en que la afirmación que hago es que la izquierda hace políticas de centro (al estilo centroeuropeo) en materia económica, con lo que no produce rechazo en un electorado que sociológicamente estaría más cómodo en el centro o centro derecha.
Podrían tener una cierta influencia las políticas de tolerancia y de aceptación de la gran variedad familiar o sexual humana, como expresión de que una cosa es la moral (se puede ser muy reformista) y otra la economía y el poder real (hay que hacer de centro). Esa combinación la resuelve muy bien la amalgama de gobiernos de izquierda. Mucho mejor que la derecha, anclada en imágenes sociales caducas. La gente es sociológicamente de centro, probablemente, pero muy a la “izquierda” en los asuntos que requieren tolerancia, diversidad y apertura de miras. Ustedes ya me entienden.
¿Les hace esa peregrina idea?
Pues ahí la dejo, mientras preparo maletas y billetes. Espero encontrarles a la vuelta, en el mismo sitio y bajo la misma batuta. Con o sin jubilación de por medio.
Admito que con lo que está cayendo, la ruta económica hacia una crisis en profundidad, el reto de la financiación autonómica y las escasas luces del gobierno frente a todo ello, la tentación para volver a la economía es grande. Pero un compromiso debe mantenerse y más cuando al frente se alza un mes de agosto con todo lo que promete. Voy a lo anunciado inmediatamente.
Catalunya por sus características sociológicas y económicas (renta, estructura social, modelo económico, expectativas sociales, relación con su vecindad europea, etc.) debería tener un gobierno de centro o de centro derecha. No lo digo yo, así lo dicen las múltiples trayectorias gubernamentales de esa Europa ensimismada de nuestro entorno. Ahí, los gobiernos de izquierdas aparecen de vez en cuando y casi siempre de la mano de crisis sociales o económicas de una cierta importancia y aupadas por liderajes de gran intensidad (aunque hay excepciones, ya lo creo). Pero en general es más efímera su presencia que su alternativa de derechas o de centro. Cuenten tiempos de permanencia en Francia, Alemania, Italia, etc. Solamente la frontera norte rompería parcialmente el argumento, pero los años más recientes están rectificando la norma escandinava. Pues bien, en Catalunya ahora mismo, sin liderajes sustantivos (una vez defenestrado Maragall) y al margen de la crisis económica o social (si hacemos un alto ahora mismo con respecto a lo que nos viene) tiene el mundo administrativo y político en manos casi exclusivamente de las formaciones de izquierda. Dejo al margen del análisis la deriva catalanista, puesto que a lo que voy, pienso yo, no le afecta y en todo caso esa componente está presente en mayor o menor intensidad en casi todas las formaciones políticas. Ya se imaginan para quien va el casi.
El caso más sorprendente es la capital, Barcelona, en donde desde la inauguración de la democracia sólo hemos tenido gobiernos de coalición de izquierdas y sin apenas sombras de la derecha (excepto, tal vez, estos últimos tiempos). La ciudad tiene una composición social totalmente alejada del gobierno que la dirige. Podríamos compararla con los barrios centrales madrileños, ciudad esta de Madrid en donde incluso con los barrios periféricos incorporados al gran municipio (lo equivalente a la zona metropolitana barcelonesa) la derecha se ha hecho con el mando con autoridad. Pues bien en Barcelona, no. Lo mismo podríamos afirmar de Girona, con un substrato social más tradicional que el de la capital y con un gobierno permanente socialista. O la misma Lleida, de la que se puede comentar lo mismo.
Parece que somos una excepción casi mundial, nos parecemos en mentalidad a los holandeses, en sociología a los italianos del norte, a los franceses del centro o a los alemanes del sur. Todos ellos confiados burgueses, ciertamente tolerantes en los asuntos morales, pero votantes fieles ellos del centro o centro derecha. Los catalanes no.
¿Qué nos pasa?, ¿hay un virus desconocido en Catalunya que deforma la base societaria y la hace incomprensiblemente izquierdista? ¿Tenemos una falta de consistencia política en nuestra derecha? ¿Son los izquierdistas catalanes una raza de dioses que pueden con todo? ¿Será el glamour del radicalismo?
Podemos plantearnos muchos interrogantes, pero a mi me asalta una sospecha. ¿No será que nuestro centro es la izquierda?
Esa pregunta tan simple provoca escozores en las meninges y abre una forma distinta de entender lo que pasa en casa. Hereu sería el centro, con laterales a la izquierda. Como ahora Montilla. Como Maragall anteriormente a un lado y a otro de la plaza mayor.
Eso explicaría las componendas en el ámbito de los conciertos educativos o sanitarios, con lustrosos acuerdos que dejan más tranquilos al sector privado cuando la izquierda gobierna (ahí es nada el segundo Maragall con la ley de educación, que parece estar aceptada incluso por
Para aclarar lo que digo, insistiré en que la afirmación que hago es que la izquierda hace políticas de centro (al estilo centroeuropeo) en materia económica, con lo que no produce rechazo en un electorado que sociológicamente estaría más cómodo en el centro o centro derecha.
Podrían tener una cierta influencia las políticas de tolerancia y de aceptación de la gran variedad familiar o sexual humana, como expresión de que una cosa es la moral (se puede ser muy reformista) y otra la economía y el poder real (hay que hacer de centro). Esa combinación la resuelve muy bien la amalgama de gobiernos de izquierda. Mucho mejor que la derecha, anclada en imágenes sociales caducas. La gente es sociológicamente de centro, probablemente, pero muy a la “izquierda” en los asuntos que requieren tolerancia, diversidad y apertura de miras. Ustedes ya me entienden.
¿Les hace esa peregrina idea?
Pues ahí la dejo, mientras preparo maletas y billetes. Espero encontrarles a la vuelta, en el mismo sitio y bajo la misma batuta. Con o sin jubilación de por medio.
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