martes, 26 de mayo de 2009

VAMOS A CLASE DE REPASO: otra vez la vivienda





Es hora ya, como reza el motivo del cuento contado de Alí Babá de nuestra infancia, que al margen de la agobiante multitud de noticias sobre la crisis que por su volumen incontrolable y por sus muchas interferencias provocadas nos despista, centremos la mirada en ver cómo se desenvuelven los sectores más implicados en ella y comprendamos su funcionamiento y las distorsiones que los han llevado a la crisis; o, incluso, como es el caso de la vivienda, a provocarla.


Esa mirada sobre lo que es y cómo se comporta cada uno de los sectores económicos del país es importante para entender lo que nos depara el futuro y los que deciden, demasiadas veces, por nosotros. Creo relevante volver con el asunto de la vivienda pues tengo la certeza que en diversos niveles de los poderes reales de nuestro país piensan que el mundo inmobiliario, tal como lo ven ellos, puede volver a ser la locomotora de ese particular crecimiento hispano que hemos conocido en diversas ocasiones. El asunto es de aúpa, no crean, pues en el fondo esa posición mental y económica tiende a retrasar las medidas efectivas de modernización económica para seguir como siempre, ladrillo y plus valúa. Y eso ya ha dado de sí todo lo que cabía esperar y no ha sido nunca algo bueno.


Si han seguido ni siquiera alguno de mis comentarios a propósito de la vivienda, nada les vendrá de nuevo. Pero, incluso en este caso, creo que es menester recordar e insistir sobre algunas cosas de importancia para poder calibrar porque, cómo y quienes están detrás de estas fechorías pasadas que, creo yo, pugnan por volver.


La vivienda es un bien económico a todos los efectos (tiene coste, precio, ofrece un servicio, existe una demanda, etc.), pero lo es con unas muy peculiares características que lo hacen extraordinariamente distinto a la mayoría. Es obvio que no es un jamón (con o sin chorreras) o una cena bien acompañado. Su complejidad es mayor, aunque tal vez no la satisfacción inmediata que produce. Es un bien económico y también es un bien industrial en razón a los procesos de producción y a los efectos multiplicadores sobre un amplio abanico de subsectores. También, hay que resaltarlo, es un pozo sin fondo de creación de empleo: cada vez más precario y descualificado. Desde todos los puntos de vista parece que debería ser tratado como cualquier producto de mercado, oferta y demanda, beneficio, variaciones en el precio, etc.


Pues no, señores y señoras, el asunto no va así. La vivienda es en primer lugar una necesidad social, al igual (o más) que las residencias de la tercera edad, el transporte público, las carreteras o el abastecimiento de agua. En razón a su necesidad humana ineludible y perentoria, la administración debe atender a su demanda para evitar que queden al margen de su disfrute/necesidad amplios colectivos sociales en razón a su precio o a su oferta. Eso es así incluso con razones constitucionales, pues en la Constitución se señala esa peculiaridad de necesidad social. La vivienda debe ser un producto público o en todo caso un bien regulado que permita un acceso equitativo para todos. Y eso, amigos míos –y también, amigas mías--, no es un mercado. La vivienda, además, tiene efectos intensos en el consumo de tiempo, en el gasto energético y en la vida cultural y familiar en razón a la facilidad (o no) de reducir los desplazamientos entre trabajo y residencia. No crean que eso sea moco de pavo. Los costes sociales de la enorme dilapidación de tiempo y servicios podrían ser utilizados mucho mejor en beneficio de todos, si la oferta de vivienda atendiera adecuadamente a ese factor de acercamiento prudente entre los dos polos de la vida, el trabajo y la residencia.


La vivienda tampoco es un producto económico normal por las especiales características de su coste y durabilidad. Una vivienda tiene una larguísima vida útil y un coste muy elevado en relación a las rentas normales, por lo que es más efectiva la consideración de bien de inversión que el de puro consumo. Como también es peculiar que el suelo, sobre el que se asienta, no desmerece con el paso del tiempo, no es amortizable puesto que no se desgasta. Con todo lo cual, parece lógico que ese bien de inversión deba ser usado como un bien prestado por un tiempo acordado. Es decir, un alquiler. De esta forma, el bien puede ser usado reiteradas veces en un ciclo de vida muy largo, que es la forma más razonable y económica de utilizarlo dado su coste. Cosa que comprobamos en cuanto salimos a Europa, donde las administraciones gestionan más de un tercio del parque de la vivienda y son generadoras de oferta permanente de vivienda en alquiler. Ese es parte del enfoque de la vivienda como bien social.


Existen otras características que lo hacen muy deseado sin atender al uso. Como bien de inversión que es, puede generar beneficios tanto a largo, como a corto plazo, por su uso o por su venta, pero también y especialmente, por ser un instrumento especulativo de primer orden. Esa es una característica muy propia del sector. El proceso de producción de la vivienda pasa por diversos estadios. El primero de los cuales es la generación de suelo edificable, esto es, disponer de suelo calificado como tal y dotarlo de todos los adjetivos necesarios, servicios públicos principalmente. Esa fase es la principal generadora de especulación y por ende de corrupción. Ahí está el momento en donde un 1 se convierte en 100 o en 1.000 con extrema facilidad, si el sistema fiscal y las ordenanzas urbanísticas lo permiten. Un terreno agrícola puede generar plus valúas inmensas en poco más de días.


El siguiente paso es un proceso de producción muy estandarizado, en donde los costes son perfectamente de mercado, simplemente afectado por la variación de la demanda y de los precios energéticos, de transporte, salariales, etc. En esta fase, lo que denominamos especulación es mucho menor, por no decir inexistente.


La fase especulativa se basa en una contradicción. La vivienda, aparte de su coste de producción, puede tener un coste suplementario en honor a su ubicación. No es lo mismo una vivienda en pleno desierto que en la plaza de Catalunya. Ahora bien, el promotor de la vivienda, si bien es el responsable de su producción, no lo es de su ubicación. La centralidad urbana, el acceso a los servicios públicos, el espíritu ciudadano de ciertas zonas lo aporta la sociedad colectivamente (y muy a menudo en forma de inversión pública), no el propietario o promotor de la vivienda. Ese valor complementario, si se plasma en un incremento del precio, debe revertir íntegramente a la sociedad, para eso están diseñados los impuestos específicos. Por otro lado, el valor generado con la transformación de suelo tampoco se debe al hacer productivo del promotor. El suelo como base urbana lo es en tanto que es un bien social. Es la administración la que crea suelo urbano y el presunto aumento de coste de ese cambio, si existe, es a la administración a quien debe pagarse. También ahí hay medidas y mecanismos fiscales previstos. De lo que se deduce, que a parte del coste de producción de la vivienda, los añadidos que la coyuntura especulativa acumula podrían ser apropiados (y por ende eliminados) por el sistema fiscal, como recaudador de lo que es colectivo.


De todo ello se deduce que el incremento de precios de la vivienda, al menos de la vivienda vinculada a la necesidad básica, motivados por cuestiones externas al coste estricto de su producción, a la variación de precios normal y a circunstancias temporales de largo recorrido, debe eliminarse por la vía fiscal y situarse en el ámbito normalizado de un producto como otros. De forma que esas expectativas de enriquecimiento desmedido a costa de otros desaparezcan.


Además, en determinadas circunstancias, como las que recientemente hemos vivido, la vivienda es refugio y palanca del enriquecimiento a través de las expectativas de incremento del precio creadas artificialmente. El refugio de capitales que no encuentran acomodo en los sectores que exigen capacidad, discernimiento y dedicación, vuelca sobre ese bien estable y poco desgastable una presión financiera enorme. Aliado a tipos de interés bajos, el conjunto se convierte en una bomba de relojería con hora indeterminada pero de explosión cierta.


Hago un alto y aclaro que no hablamos de las viviendas de lujo, de las segundas residencias o de hoteles o de oficinas, puesto que aunque el razonamiento es parecido (su precio está sujeto a su esplendida ubicación producto más bien de la naturaleza o de la sociedad), no nos atañen en tanto no son bienes básicos e imprescindibles.


El paso final en este rápido recorrido por la vivienda es considerar los precios especulativos consentidos de la vivienda como un impuesto regresivo sobre los sectores de población afectados, esto es, los trabajadores en un amplio sentido (incluyo las clases medias). De forma que sus ingresos se ven mermados por una especie de impuesto feudal (es privado), por su elevado coste y su afectación temporal, 20 o 25 años. Los mecanismos financieros, las hipotecas, añaden al asunto un escalón más de depredación. A menudo se arguye que el incremento de precio se transforma en enriquecimiento para las familias hipotecadas, que compraron a 10 y ahora se valora a 20. Eso es totalmente falso. La vivienda propia difícilmente puede recuperar su valor monetario, a manos que cambiemos de residencia y eso en todo caso no nos enriquece. Es un valor contable que solo funciona como media de cambio, o, justo es reconocerlo, como hipoteca inversa para ingresar en una residencia privada, o para dejar en herencia un buen lío a nuestros hijos. Si eso es enriquecimiento, me gustaría ver a los piratas y a sus botines haciendo gala de ello.


A pesar de esta explicación racionalista, en nuestro país (y en otros de elevada melancolía latina) el promotor inmobiliario se ha convertido en un cáncer para los ingresos salariales y para el honor de algunos políticos y financieros. Esa forma de entender la vivienda absorbe enormes recursos que podrían dedicarse a funciones alternativas y en vez de generar ocupación y demanda en ese ámbito, los efectos económicos se reflejarían en zonas de consumo distintas con mucha mayor efectividad a largo plazo.


Como ven, aquí tienen desglosado un programa de gobierno que permite reformar el modelo productivo: vivienda pública de alquiler, fiscalidad adecuada y urbanismo social estricto.


Más adelante, si place, a mi honorable editor les hablaré del sector automovilístico. Otro que tal.


Lluis Casas profesor emérito (Parapanda’ s University)

domingo, 24 de mayo de 2009

UNA CRISIS PERDIDA




A estas alturas, con más de un año de convivencia con la crisis, me temo que debemos hacer un balance ensimismado de las acciones que los gobiernos y el mundo socio económico han desplegado. Tal vez más radical para el caso español que en la vertiente internacional. Desde este Observatorio de Parapanda (OP) hemos observado con atención y aprensión el desarrollo de una historia, inconclusa aún, pero de enorme intensidad e interés. Para que vean que uno no es un miope depresivo les apunto primero las buenas noticias.

En primer lugar la crisis no parece que pueda derivar hacia un “1929” o cosa parecida. La reacción promovida desde los gobiernos desplegando un inmenso incremento del gasto público, en buena parte en ayuda del sector financiero pero también en aportaciones de índole diverso hacia sectores estructurales de la economía, ha controlado el desboque y la pérdida del norte que podía temerse. Aún así, los temores siguen dada la enorme dimensión de la crisis y la caída brutal del consumo, el paro generado y las innumerables crisis sectoriales y empresariales que vemos en derredor. Tan es así que les recuerdo que no hace muchos días el mundo económico se llenaba la boca con la expresión “cambio de modelo”, o “un capitalismo distinto”, por no citar “el capitalismo ha fallecido”. Hoy, pasadas unas semanas esa alegría de la huerta que forman los cinco grandes tenores del orden mundial parecen más apocados en su sistema expresivo. Ni siquiera los lupanares capitalistas que forman la cadena de países basados en el tratamiento de los desperdicios financieros, entre ellos nuestra amigable Andorra, dicen nada, cuando no hace muchas horas se creían con el agua al cuello. Se va extendiendo esa fina capa de polvo del olvido.


Además del impulso gubernamental citado anteriormente, un impulso muy a lo bruto, todo hay que decirlo, sin “finezza” alguna, otros factores coyunturales han venido en ayuda de las circunstancias: cito la caída del precio de la energía que ha dado un cierto respiro a la inflación de costes que empezaba a ser intratable hace poco más que un año. Un respiro de aúpa.


También la coordinación internacional, por decirlo de alguna manera, ha funcionado por encima de las expectativas, aunque por debajo de lo necesario, sobre todo en Europa. Ahí también hay un cierto éxito. Recuerden ustedes las reuniones pre-semana santa en Londres y otras capitales.


Ese panorama ciertamente más positivo de lo que cabía imaginar no ha hecho, por otra parte, mas que generar expectativas de mejora que habrá que confirmar. El asunto está muy liado todavía y las esperanzas tienen que concretarse. Todo apunta a una crisis larga con costes sociales de importancia y con oscuras sorpresas en todas las esquinas. Esas expresiones sobre los brotes verdes que algunos vislumbran en situación de ensueño son, lo más probable, flores de un día.


En España la situación es, tal vez, peor, puesto que la acción gubernamental ha tenido carácter de sainete de sal gorda. Primero la negación, que no, que no hay crisis, vaya. Luego la aceptación parcial de la realidad y las medidas de poco vuelo. Después la inmersión total en la esgrima de las reuniones mundiales exhibiendo bancos y demostrando un buen hacer financiero que no está todavía nada claro.

Finalmente, esta última semana el penoso espectáculo del congreso y el arriba y abajo presidencial para salvar el pellejo. Creo que el resultado de la acción gubernamental en España es bastante deplorable. Hasta hoy sólo se ha actuado ligeramente sobre los factores de la crisis y el esfuerzo se ha escapado hacia circunstancias ajenas al núcleo del asunto, la subvención automovilística, el ordenador infantil y un tira y afloja en torno de palabras y no de obras. Lo contrario del facta non verba.


Por eso titulo este comentario como la crisis perdida. Les recuerdo un comentario anterior sobre la capacidad de las crisis para renovar el mundo económico y social, esta crisis debería servir en nuestro país para recolocar sectores y prepararse para un inmediato futuro bastante distinto de la venta de parcelas y el servicio de restaurante. O para rehacer en beneficio empresarial la normativa laboral, como quieren algunos. Ya veremos.


El inmenso empuje que hizo gala muestro amigo Obama se está diluyendo en el duro día a día de la Casa Blanca. Afortunadamente no se ha extinguido y todas las semanas cae alguna breva, como la reciente sobre el cambio de modelo (término que sirve para cualquier cosa) automovilístico americano. Pero claro, ahí en los USA el presidente tiene cogidas a las industrias autóctonas por los …créditos de salvación y deben obedecer a rajatabla al dueño del asunto.


Probablemente debamos esperar unos meses para que se concreten, o no, las expectativas de cambio en el sistema financiero, en el ámbito ambiental y en esa poca concreción tan anglosajona del trabajo duro, la honestidad y la retribución adecuada. Por lo menos.




Lluis Casas decepcionado, francamente.

viernes, 15 de mayo de 2009

LA SUBSTITUCION DE DAVID VEGARA







Vaya por delante que todo nuevo cargo es un mundo por descubrir y todo cese conlleva cargas por encima de la realidad. En política suele atribuirse el éxito o el fracaso sin medias tintas, por lo que, en general, nadie es tan bueno, ni tan malo como lo pintan o se pinta.


El abandono por propia jubilación y por nock out del ministro absoluto de economía, nuestro cercano tío Solbes, ha arrastrado a su segundo por exceso de orgullo y de celo. David Vegara creyó poder acceder a la primera línea política y como el presidente, el único que cuenta en esos casos, no lo hizo posible, se sintió despechado y echo el cierre con plazo fijo: un mes. Hoy sabemos de su substituto, José Manuel Campa, vinculado al IESE, a las escuelas de negocios, a las empresas, a la consultoría y a los USA. Como podemos confirmar con su adhesión al grupo de economistas que piden la reforma del mercado laboral con urgencia, el nombrado no es ciertamente un hombre de raigambre social, por no decir socialista. Prima una cierta continuidad, el liberalismo más o menos ilustrado que campa por gobiernos e instituciones internacionales y fluye sin alteración del mundo académico acomodado. Es decir, del mundo que ha fracasado con la crisis, aunque sin la celebridad del bancario y sin reconocer ninguna culpabilidad ideológica.


Pues ahí lo tenemos, de segundo de la nueva ministra de economía. Ahora, en vez de firmar manifiestos, podrá ejecutar esas ideas de reforma sobre los asalariados que defiende a capa y espada. De hecho, como promotor de algunas de las medidas de salvamento bancario, completará su curriculum hacia la vertiente de la reducción de la protección social y de los derechos de los trabajadores. Claro está que será sin acritud y por el beneficio de todos…


La gestión de personal que se realiza en el gobierno no brilla por su oportunidad, eficacia y resultados. El presidente necesitaría a Pep Guardiola con urgencia. Y los sindicatos y el mundo de los trabajadores, con las izquierdas que queden un plan no de defensa, sino de ataque.


Ya veremos.


Lluis Casas sin ningún optimismo.


jueves, 14 de mayo de 2009

SALARIOS, DESPIDOS Y REFORMAS






Les parecerá sorprendente, pero no voy a hablarles del debate sobre el estado de la nación (¿), incluso si me dicen que el debate ha sido sobre los componentes económicos de la nación, seguiré en mis trece y no les hablaré de ello. Y, según mi criterio, tengo argumentos excelentes para no hacerlo. Ya he dicho casi todo lo que tenía que decir sobre las medidas gubernamentales que han ido apareciendo en el escenario de la crisis y las que se anuncian no varían la senda emprendida: no hay una concepción sobre lo que significa esta crisis, se espera la reacción de otros para apuntarnos al carro de un nuevo ciclo, no se mata la mala hierba especulativa inmobiliaria (aunque en el congreso se le ha disparado un buen cañonazo) y no se consigue encender los ánimos y la esperanza de cambios económicos y sociales serios y reales para todos. En fin, que sin hablarles, ya lo he hecho. Finalmente les comunico que me apunto a la lista de un ordenador portátil por alumno, a ver si me toca.


Como complemento a lo que les he escrito recientemente, voy a dar un giro y a plantear algunas consideraciones sobre la reforma laboral y salarial. Del artículo anterior nadie ha de deducir que un servidor se oponga a reformas de la normativa sobre salarios, de los despidos, de la contratación laboral y toda la larga lista de ítems que haga falta. En eso creo coincidir con mi arrendador en este local mediático de Parapanda. Bienvenidas las reformas a todo lo que racionalmente haya que reformar. Como digo, reformas las que hagan falta...para adaptar, mejorar y agilizar las prestaciones, el funcionamiento de la contratación, las garantías de los asalariados, etc. Puesto que de eso se trata, según creo yo.


Para mí, previa a la revisión de las estructuras salariales y laborales hay camino que recorrer primero. Si no se hiciera así caeríamos en lo de siempre, que paguen los castos por los fornicadores. Pues bien, si se trata de poner de actualidad normas, funcionamiento y objetivos hay que aclarar de entrada que el asunto se debe trasladar a todos los ámbitos que lo requieran y en proporción áurea a su peso en los problemas de la sociedad española. Peso que ahora tenemos recién mostrado a raíz de la crisis que nos agobia y que no debe cegarnos para poder actuar. No seria de recibo que unos pagaran la factura de un gasto que hicieron otros, o que otros atribuyeran en exclusiva (o casi) los costes a unos, eludiendo responsabilidades e ideologizando los componentes de la reforma, en bien, claro está, de unos intereses no precisamente nacionales o sociales. Sean quienes sean los unos y los otros. Ahí está el papel del estado y del gobierno. Administrar esfuerzos y costes de forma que la sociedad avance o mejore de forma coherente sin afectar a derechos, protecciones imprescindibles y teniendo en cuenta las causas y los sujetos de ellas.


En el primer lugar de esas reformas pongo yo como objetivo lo que podríamos definir como una nueva situación fiscal, en la que los poderosos no puedan escaparse de sus obligaciones y que tengan detrás de la oreja a los inspectores para que las cumplan. En síntesis: terminar con el fraude fiscal, eliminar las prebendas a los sectores pudientes para que estos eludan legalmente su contribución patriótica y volver a un estado fiscal de raíz realmente progresiva y directa. Esa fiscalidad hay que adaptarla, claro está, a la situación real, atendiendo a que el capital es global y a aproximarse a gran velocidad a la situación que nos correspondería en la UE, con mayor presión fiscal, por descontado. Esas maniobras generarían capacidad pública para mejorar los servicios públicos, las prestaciones sociales, descargar de tensión mediática las pensiones, invertir en infraestructuras, atender mejor al sistema educativo y desplegar un sector técnico-científico a la altura de lo deseado y necesario. Con ello, probablemente disminuiría el consumo suntuoso, lo cual no está nada mal. Y obviamente sentaríamos las bases definitivas de un estado moderno.


En segundo lugar colocaría al sistema financiero en situación quirúrgica. Este sector, considerado imprescindible como facilitador de las corrientes económicas, absorbe excesivos recursos del sistema productivo y es una pauta social enormemente peligrosa puesto que acelera y amplifica los excesos especulativos. El banquero a su trabajo tradicional y el banco de España a controlar e impedir excesos.


A continuación me ocuparía del submundo inmobiliario, que debería pasar no por el quirófano, sino simplemente por un renacimiento completo. Insisto en lo que ustedes me han leído mil veces, el sector inmobiliario debe transformarse en un productor de viviendas, oficinas, etc. con los márgenes que toda producción exige, no más allá apropiándose de lo que no es suyo: la revalorización especulativa.


No se si a continuación, pero en todo caso sin ninguna duda, pondría el sistema de retribución y fiscalidad de las retribuciones a ejecutivos empresariales, al sueldo (¿) de los consejeros de los consejos de administración, etc. ese sector se ha ido transformando en un preclaro depredador social, tanto por los emolumentos que discrecionalmente se auto atribuyen, como por el ejemplo social que significan. Hay que volver a una cierta normalidad retributiva, es decir que lo que se ingresa tiene relación con lo que se hace en positivo y que el fisco recoja el exceso.


El huerto que viene a continuación es más difícil de penetrar, pero tiene que ver con las esencias empresariales. Los sectores, las inversiones, el desarrollo tecnológico, la productividad bien entendida, la dimensión de la empresa, su expansión internacional, etc. En síntesis, el mundo empresarial tomado como palanca del desarrollo.


A partir de ahí, podríamos hablar de lo que citábamos al principio.


¿No están de acuerdo?


Lluis Casas, al loro de lo que se cuece.



sábado, 9 de mayo de 2009

EL SIGNFICADO DE LA RECLAMACIÓN CATALANA SOBRE FINANCIACIÓN Y EL VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN. ¿Me dices que es un título largo? Lo sé.





Ahí tienen señores el resultado sintético de un elegante y sencillo cuadro estadístico, en forma de literatura convencional, donde, gracias a un excelente amigo y muy eminente economista, Lluis Torrens –hijo adoptivo de Parapanda-- nos es posible percibir al detalle de como andan las cuentas en Europa y en esas comunidades de nuestro estado federal. Huelga decir que las cifras son del 2005, muy recientes en términos estadísticos, pero fuera de foco en razón a la crisis. El cuadro en si no aparece por motivos puramente técnicos; quedo a disposición del público interesado a los que les haré llegar, con el permiso del autor, los datos completos si es de su gusto.


Atiendan a las cifras del gasto e ingreso públicos (en porcentajes del PIB) y fíjense en los ranking a escala europea. Son, se lo aseguro la mar de interesantes y aleccionadores, poéticamente sublimes y políticamente esclarecedores. Se analizan los países de la UE y nuestras CCAA, lo que da lugar a una sorprendente lista, sorprendente por la mezcla, pero determinante para el análisis.


Este estado federal que tenemos oculta dos situaciones que superan a Suecia en términos de gasto público, Extremadura y Asturias (58% y 56% frente al 55% sueco), aunque eso si, lo hacen noblemente y sin necesidad de reconocerlo con recursos que le vienen de fuera, dado que su ingreso está entre 15 y 19 puntos por debajo del gasto. Eso significa que alguien paga la diferencia. ¿De donde? Lo muestra el cuadro, está claro que en las últimas listas del ranking hay CCAA que tienen un gasto público tercermundista y un excelente superávit por ello. De ese superávit surge la financiación extremeña y asturiana, junto a muchas otras. Catalunya (30%) está al nivel de Estonia y si no quieren complicaciones nacionalistas, diré que a nivel de Rumania y en un ránking del 28 lugar, es decir la última de las consideradas. A Catalunya la acompañan en déficit de gasto nuestras Islas Baleares (29%) y en una poca más cómoda situación Madrid (35%) y Valencia (34%). Así los datos están al completo. El promedio español, es del 38,5 % en gasto y del 39,5 en ingreso (lo que indica que sobra dinero) y respecto a la UE, las cosas están así el 47% de gasto y el 44,5 % en ingreso, con un déficit consistente. Así el análisis por territorios federales.


Para complementar la visión de la realidad federal interna tenemos las cifras que indican que nuestro estado federal dista mucho de ser un estado en el sentido actual del término. Ello queda asaz demostrado viendo que nuestra España (lo de nuestra es una licencia poética más que nada) está confortablemente situada en el puesto 21 en términos de gasto e ingreso. Entre Eslovaquia y Bulgaria nada menos. Con lo cual demuestra su sentido del equilibrio y poca cosa más. Tiene ante si un recorrido de unos 10 puntos para alcanzar, no la meta (Suecia 17% de distancia), sino simplemente el promedio europeo en gasto público. Respecto al ingreso la distancia a cubrir es de solo 6 puntos. Eso significa crudamente que tenemos un estado de bienestar para unos cuantos, que pagan mucho menos que en el resto de Europa e impiden que el país disponga de los servicios públicos e infraestructuras a que tenemos derecho.


¿A qué es bonita la conclusión? Pues apréndasela como paliativo o vacuna frente a los argumentadores del horror del déficit, del temor a la presión fiscal o de la urticaria del descuadre futuro de las pensiones. Simplemente la respuesta no está en el viento, sino en el fisco. Tenemos un fisco corto de vista (no atiende a la defraudación) y corto de miras (no llega a donde debería).


Si alguien tiene dudas metodológicas, dispongo de muchos más cuadros que le alegraran la vida y me ahorraran más explicaciones. Incluso con datos de anteayer si les disgusta el año 2005.


Todo eso está disponible en las redacciones de los periódicos, en los ministerios, en las escuelas de negocios, en las universidades, incluso en las públicas, y vienen diciéndolo desde hace treinta años profesores del calibre de nuestro Vicenç Navarro. La realidad está presente con mayor crudeza si traspasamos las inexistentes fronteras con el resto de la UE, se ve, se nota esa distancia entre PIB y gasto público. Solo hay que abrir los ojos y liberar la mente y el bolsillo…de algunos.



Lluis Casas, más partidario de la UE que de la independencia, aunque con serias dudas.

miércoles, 6 de mayo de 2009

LAS MEDIDAS ANTICRISIS DE LA PATRONAL, ¿QUIÉN ESTÁ DE ACUERDO CON ELLAS?






En nuestro país, al margen de la distancia que impone la ideología y los intereses de clase, hay que considerar que tenemos una rancia tradición de empresarios y empresas[1] con una peculiar visión del mundo que les rodea. No solamente basan sus inversiones en márgenes de beneficio fuera de lo aconsejable, basándose para ello de mil subterfugios y acciones para-alegales, como formar monopolios de diversa índole y saltarse a la torera las normativas fiscales, sino que interpretan los acontecimientos económicos, tales como las crisis o los auges, a su individual conveniencia, sin atender a los ciclos, a la situación internacional y a una cierta aprensión de los intereses colectivos o nacionales por decirlo de alguna manera sin citar explícitamente eso de patria. A este alud periódico se añaden para disimular sus cuitas gobernadores del Banco de España e insignes indocumentados a sueldo de la ideología que les es benefactora, también periodistas de dintel que aprovechan las circunstancias según les conviene, claro.


Su respuesta ante casi cualquier cosa siempre responde a los costes laborales y al mundo de la contratación laboral como causas profundas y absolutas del mal, sin más referencias a la organización empresarial, a la inversión en sectores punta, a la dimensión de las empresas, y un largísimo etcétera totalmente empresarial (fracción hojalatera). En síntesis, su pensamiento va como el comentario siguiente, un ejemplo surgido de la técnica cómica que inventó la revista satírica La Codorniz en los años sesenta, que los veteranos recordaran con cariño y sospecha:


“El jefe de estudios del sector siderometalúrgico ha manifestado que las empresas españolas pierden 300.000 millones anuales al carecer sus trabajadores de cuatro manos. Según el jefe de estudios, este hecho debe ser reconocido por la administración laboral con una reducción del 50% de los salarios. Sino se hiciera ahora así, en los próximos cincuenta años habrá una crisis industrial que producirá más de un millón de parados.”


Como ven la vena surrealista está muy presente, casi tanto como en la prensa diaria, que reproduce acríticamente intervenciones tan ingeniosas como la anterior (auque esta sea un producto exclusivo de la calenturienta mente de un servidor). No crean que sea una improvisación sin raíz en la propia realidad. Ahora lo veremos.


Hay ejemplos reales como la vida misma, y están presentes en los medios y en la conciencia de gran parte de la población como ofertas dignas de ser, al menos, escuchadas. Es una malignidad esa capacidad de transformar una ocurrencia en algo permanente en la consciencia social. En realidad se trata de fraseología y mala ciencia económica, reduccionista en muchos casos. Lo que significa que está exenta de verdadero raciocinio y de la dignidad de atender a los intereses colectivos y sociales. Incluso a menudo es claramente ilegal, saltándose a la torera (sección salto de la rana) doscientos años de regulación y de acuerdos. Algunos ejemplos pueden ser los siguientes:


1. En una situación como la de ahora, con el paro creciente, se insiste en que una medida drástica y efectiva es retrasar la edad de jubilación hasta los 70 o más años. De esta forma ahorramos en coste social, que debe ser rebajado al empresario y desplazamos las cargas (es decir a las personas en edad de jubilación, que por cierto es un derecho) hacia un futuro incierto. Una derivada es que ampliamos la demanda de trabajo, con lo cual generamos más paro joven. Lo irracional es pretender reducir los costes empresariales, costes más bien moderados, transfiriéndolos sobre los trabajadores, reduciendo la protección social y dejándolos al albur de unas circunstancias totalmente imprevisibles en lo personal.


2. Como los costes sociales son excesivos y la deriva demográfica indica un porcentaje de jubilados muy elevado en el futuro (en torno al 2050, ahí es nada), los trabajadores se harán obligatoriamente un seguro privado par cubrir su jubilación, la edad oficial de esta se retrasará y las pensiones se reducirán. Así todos contentos. La reforma de las pensiones es eso. De esta forma se resuelve una presunta crisis que ha venido siendo anunciada des de hace unos cuantos años. Crisis que se ha pospuesto en diversas ocasiones dado que no se ha producido, al menos hasta ahora. Hay que añadir un comentario explicativo a la propuesta empresarial: como existen las crisis (la de ahora, por ejemplo) y estas afectan al sistema financiero (como estamos viendo), el sistema de pensiones privado queda afectado y se producen quiebras significativas en el sector privado. Por lo tanto la seguridad que ofrecen sólo lo es mientras las cosas van razonablemente bien. Corolario, el riesgo que asumen los trabajadores con sistemas privados de jubilación puede ser considerablemente mayor que con los sistemas públicos. Es lo lógico en el sistema del welfare bussines.


3. Como la productividad nada tiene que ver con el éxito empresarial se aconseja a las autoridades una inmigración extraordinaria de mano de obra para rehacer el mercado inmobiliario y la construcción. La reciente evolución económica española ha ejemplificado ese concepto del crecimiento basado en la inmigración y en actividades poco productivas o escasamente tecnológicas y dependientes en gran parte del sistema especulativo tan tradicional en el país. Nada que decir de los inmigrantes, que deben ser bien acogidos y protegidos como todo el mundo, pero las llamadas a las aperturas de la inmigración de estos últimos años han producido un monstruo en putrefacción ahora mismo.


4. La reforma sanitaria es considerada ineludible porque, dicen, tiene unos costes altísimos. Eso significa pura y llanamente que debemos tener una sanidad pública para pobres y un doble servicio de pago para los pudientes. En donde se lleva a cabo semejante canallada los costes totales sanitarios, así como el estado de salud colectivo está el primero por la nubes, mucho más alto que aquí, y el segundo por los suelos. Si eso significa introducir el copago, que el enfermo acepte hacerse cargo de una parte del coste, la cosa es distinta, aunque habría que argüir que tal vez el déficit sanitario es una fiscalidad “escarransida”, como diría oportunamente un catalán de Matarenys.


5. La reforma educativa es otro de los eslóganes que periódicamente aparecen. En el fondo de las consideraciones está la teoría que la educación es la educación para el trabajo, de forma que el estudiante no note la diferencia entre educarse y producir. Huelgan comentarios a semejante desfachatez, pero por si acaso cito dos. La educación es una cosa y la formación laboral en todos los sentidos es otra. Pueden y deben coincidir parcialmente, pero lo primero es formar personas y ciudadanos. ¿O no?


6. La canción de las infraestructuras. Sobretodo en Catalunya hay una teoría que el país se cae a trozos por que faltan carreteras y puentes aéreos. Esta canción también resuena en los madriles de vez en cuando. Como en todo hay alguna razón en ello, pero la exageración de que el país está hecho unos zorros no se aguanta. Cuando gobierna la derecha la murga calla y si lo hace la izquierda la muga resuena. Las infraestructuras requieren una inversión permanente, pero sobre todo adecuada y bien planificada. No deben responder a los encargos que desean los ingenieros de caminos o de energías nucleares o eléctricas o a los deseos de contratación de las grandes constructoras, sino a necesidades objetivas y concienzudamente valoradas. No es el caso. Otra cosa es la queja sobre la gestión reciente de aeropuertos y otras hierbas. La gestión merece un gran esfuerzo por que así necesitamos menos infraestructuras nuevas. En ese sentido lo peor es la gestión privada de servicios públicos considerados infraestructuras, como la energía eléctrica y las comunicaciones.


Y así muchas cosas más. ¿Están de acuerdo conmigo? Y si necesitan más lean a Albert Recio en Mientras Tanto.



Lluis Casas, vigilante jurado







[1] Como buen moderado, tengo que manifestar que no todo el mundo empresarial es igual, hay excepciones a casi todas las reglas y en este caso también. De lo que me congratulo en beneficio de todos y pido excusas a los que se sientan incomprendidos con un texto simplificado en cuanto a argumentos.




martes, 5 de mayo de 2009

PA AMB TOMÀQUET





No crean que tenga intención de explicarles la receta de esta humilde y agradable forma de tomar el pan. Creo que, a estas alturas, pocos humanos desconocen al sur del Ródano esa técnica que alimenta el alma con una enorme simplicidad y que para acompañarla requiere tan pocos sacrificios, a la vez que se ofrece galantemente a una multitud de parejas de hecho. Desde el simple embutido, al huevo en sus múltiples formas, al queso a condición de marcar dureza, a los enlatados marinos o a inventos como el mismísimo chocolate. Creo recordar que en las Ramblas barcelonesas ha podido saborearse un helado al gusto. Adaptabilidad máxima y excelente economía. Una perífrasis del carácter supuesto de los catalanes de hecho o de adopción.


En realidad lo que quiero sugerirles es una reflexión que viene a cuento para calificar a un pueblo que considera tan bien el pan y tan relevante el tomate, pero que, en la práctica, acepta sin rechistar que el pan en general sea incomible y el tomate imposible de restregar. Con el aceite, afortunadamente, las cosas son distintas y es posible encontrar en cualquier parte una calidad adecuada, a un precio alto, eso si. Pero como el ingrediente es discrecional, un consumidor puede administrarlo con la prudencia que sus posibles exijan. No les comento nada de la sal, no sea que la presión arterial les suba, pero todo el mundo aceptará que no es un problema.


En fin, que el catalán tiene por identificación una forma de comer el pan y en realidad pocas veces lo hace adecuadamente, simplemente por falta de ingredientes adecuados. Un alma complicada a todos los efectos, como no podía ser de otra manera. Traducido, podríamos decir que los catalanes aceptamos la realidad con resignación y alevosía. Más o menos como los retrasos de Renfe.


Si un francés puede comer su baguette con toda tranquilidad en cualquier lugar del exágono, sin discusión alguna sobre la presentación, la calidad y la crujibilidad, ¿por qué a este lado de los Pirineos no obtenemos parecidas satisfacciones sobre esa humildad del pan? Tampoco los franceses han dejado de obtener calidad con sus quesos, que acompañan a la baguette a cualquier hora del día. En cambio nosotros no nos fiamos del tomate, que en apariencia es rojo y en realidad verde. Añado la sorpresa sobre su gusto, del que nos hemos olvidado por pura precaución frente a la añoranza.


No crean que eso sucede solamente con el pa amb tomàquet. Ocurre con muchos otros alimentos del cuerpo y del alma claramente autóctonos y con muchos más productos importantes que afectan a otras zonas del cuerpo. Les estoy hablando, claro, de algo más que de las garantías de los consumidores. Un asunto dejado de la mano de dios, excepción hecha de las fechorías estilo colza o zapatos chinos.


Ello viene a cuento puesto que nos dicen que somos la primera potencia cocinera del mundo, con estrellas Michelin para dar y repartir y con cocineros que son en realidad astrofísicos o neuroquímicos de alcurnia o incluso financieros de grandes botines en la costa norte. Un país con ese nivel gastronómico no puede tener el pan que tiene, ni el tomate que tan mal lo acompaña.


Desde el punto de vista económico las cosas también tienen importancia, como alimento básico, el pan es crucial y ya puestos mejor añadirle el tomate, la sal y el aceite para tener un buen accésit a la alimentación ideal y pasar el rato a la espera de plato más substancioso.


En el debate del Estatut, Estatut al que me adhiero con entusiasmo y paciencia, le falta el articulado del pa amb tomàquet, en el apartado de la identificación nacional y junto al derecho a la felicidad. Solo así los catalanes podríamos tener garantizado un producto simple y completo que nos mantiene contentos. Si lo dejamos en manos de otros, del mercado por ejemplo, aunque en el mercado haya muchos correligionarios, ya vemos que van mal dadas.


Lluis Casas con jamón y sin pa amb tomaquet