Después de los extravíos en las anteriores entregas y de
algunos interesantes comentarios de amigos, recupero la serie sobre
productividad. Lo hago por lo dicho y porque en estos días ocurren ciertas
cosillas que tientan el ánimo, como la sentencia favorable a unos banqueros, el
debate sobre la pobreza en el parlamento catalán y la certificación
generalizada que todavía lo grueso de la crisis financiera no ha sido tratado
ni por el gobierno, ni por la troika, ni por el FMI, ni por tutti quanti.
Para este encuentro voy a escribirles brevemente sobre la
productividad que genera la especulación financiera, es decir el negocio
financiero y bancario entendido como se estableció a través de la desregulación
y el viva la virgen internacional de hace treinta años.
Para empezar hay que reconocer que los asiduos aficionados
al cinematógrafo han tenido estos últimos años muchas oportunidades de conocer
mediante reportajes o ficciones cómo funciona el ultramundo financiero desde
las altas torres de Wall Street y si no recuerdo mal, Paris. Cosa parecida
podría filmarse en el entorno londinense (probablemente compartiendo con su
compadre americano el protagonismo del eje del mal financiero). Esos centros
privilegiados no están solos, los acompañan como subalternos casi absolutamente
todos los núcleos del negocio del dinero, del crédito, del seguro y de los
derivados. Derivados de primera, de segunda y de tercera. A ellos se les añaden
como substancia no imprescindible, pero si altamente necesaria, los territorios
de transformación de lo negro en blanco y de lo blanco en negro. Son los
llamados paraísos fiscales repletos de ordalías que dan por descontado un flujo
dinerario liberado de toda traba legal o moral. No piensen solamente en las
extraordinarias ganancias de la especulación tolerada, como la inmobiliaria.
Añadan inevitablemente los negocios sucios del armamento clandestino, de la
droga estúpidamente prohibida (característica ineludible para el buen negocio)
y de multitud de otras actividades que generan dolor, sufrimiento en el debe y
magnitudes estratosféricas de beneficio dinerario en el haber. O al revés, si
así lo quieren.
En estos momentos los “activos” económicos reales en el
mundo son menores que sus teóricamente equivalentes monetarios, es decir sobra
líquido. Un líquido que toma muy variadas formas, no solamente dinero efectivo
de curso legal, sino compromisos de pago creados ad hoc por el sistema
financiero privado. Hace algunos meses les construí un puzle en el que aparecía
la multiplicación, no de panes y peces, sino de débitos a partir de un activo
aun por plantar. El ejemplo, “LA ECONOMIA IMAGINARIA ,
EL MUNDO FICTICIO DE LAS FINANZAS”, no alcanzaba la complejidad de la realidad,
todo y el esfuerzo imaginativo del aquí firmante. Las finanzas se han desenganchado
de lo que podríamos llamar economía real en un mal esfuerzo interpretativo,
pero que tiene utilidad práctica. Las tasas de intereses o beneficios que la
práctica financiera exige son altísimas en relación a los márgenes de la
industria, por ejemplo. La inversión industrial exige ciencia y paciencia para
que florezca en forma de productos y de beneficios. En el mundo financiero, un
segundo es ya una unidad de tiempo excesiva. El instrumento técnico de la
informática ha generado que los intercambios financieros se midan en nano
segundos. El financiero de hoy no está vinculado con empresas productoras, sino
con variaciones leves de cotizaciones monetarias, de acciones y de multitud de
productos que ya nadie conoce realmente, ni interés tiene por ello.
Resulta sorprendente que ante una magnitud tan enorme de
recursos financieros, la inversión real se vea con tantas dificultades de
crédito. Ello es debido a los distintos objetivos de ambos mundos económicos y
a su divergencia temporal en su modo de hacer.
El mundo financiero actual (en su mayor parte) no cumple
los criterios generados por el capitalismo “productivo”, sino que se centra en
el análisis matemático y la acción digital en busca de márgenes de interés
medidos en decimales y en segundos. Es
en esencia el carácter del especulador que ni siquiera necesita almacén, puesto
que su producto no tiene masa, ni peso, simplemente anotaciones digitales en
mercados de capital y tugurios financieros.
Si de un sector hemos de referir como ejemplo paradigmático
me reclamo por lo dicho por Roberto Saviano: la droga es el negocio del mundo
financiero, salva bancos, genera beneficios de cinco dígitos porcentuales,
evita la fiscalidad y todo es en cash, líquido e inmediato.
La maquinaria del negocio financiero está pensada para
extraer de otros sectores márgenes de rentabilidad que no tienen relación con
el negocio que se trate. Solo la industria digital le sigue con las
expectativas monstruosas de beneficio a causa de la incorporación a precios sin
referencia de patentes que pueden hundirle a uno o lanzarlo a la estratosfera.
Tal vez la industria textil basada en la producción esclava en Bangladesh pueda
también acercarse, aunque en este caso es por una brutal y simple explotación
de los trabajadores y de la eliminación de los costes asociados en seguridad,
etc. Es el juego del coste en el sudeste asiático y la venta en occidente:
relación de 1
a 100. Pero
incluso esos ejemplos tan extremos, que cada 10 años entren en crisis global,
están bajo el influjo de los teje manejes financieros o participan el ellos.
Sus enormes beneficios se derivan del negocio inicial hacia la especulación
financiera: existe una fuente originaria de negocio y un nuevo puesto de mando
en cuanto se dispone del capital necesario.
Puestos en casa, estamos asistiendo a la llegada de
entidades financieras especulativas al calor de la crisis del mercado
inmobiliario, ahí veremos la productividad real del negocio financiero. El
sistema bancario español, cargado hasta los topes de propiedad inmobiliaria,
construida, a medias o por construir. Repleta de hipotecas de familias que han
perdido el trabajo y la capacidad de pago, está digiriendo lentamente ese
inmenso volumen de riesgo (con la inestimable ayuda del estado). Eso se hace
creando fondos con que cubrir las pérdidas reales que el mundo inmobiliario ha
generado. Cuando un determinado crédito (vinculado a una inmobiliaria quebrada
o a una familia en estado de desesperación) ha sido suficientemente compensado
en las cuentas bancarias, puede ser vendido a bajo precio y liberar a la banca
de una molestia. El precio de venta de ese activo tóxico puede ser del 10% del
teórico. El fondo inversor que lo compra no añadirá ningún valor, simplemente
esperará pacientemente o no a colocarlo por encima de lo pagado: si ha comprado
a 10, algo que teóricamente había llegado a valer 100, ahora con una venta a 20
o 30, su margen de beneficio es del 200% o del 300%. Puede ser mayor, mucho
mayor. Su riesgo es mínimo, puesto que el valor de compra ya está por debajo
del hundido mercado y con la simple espera se tiene asegurado un buen taco de
billetes.
La pregunta es qué productividad ha generado, qué mejora
en la competitividad internacional ha producido. La respuesta es ninguna o muy
poca. En algún momento les relataré lo concreto de ese negocio aplicado a las
hipotecas familiares.
Ahí lo tienen, pues.
Permítanme que les haga partícipes de la exposición
barcelonesa que he frecuentado estos últimos días.
Desde el mes de Diciembre y hasta el próximo Mayo pueden
ir a ver (deberían) la exposición de la obra del fotógrafo Joan Colom QUE hay
en el MNAC, en Montjuïc.
Joan Colom es un autor vivo que representa un cambio en la
forma de entender la fotografía, no solo por su pasión por el Raval y sus
circunstancias, sino por la improvisación con que utiliza su instrumento para
captar una especial versión de la realidad. Joan Colom hizo, ya en los sesenta,
lo que ahora llamamos fotos robadas. Es decir fotografiar escenas, personas,
trozos de ciudad sin que los sujetos pasivos supieran que eran eso, muestras de
una ciudad y de un tiempo, sin pretenderlo y sin poner ni la cara, ni el
cuerpo, ni la actitud en posición de pose fotográfica.
No todas las fotografías de Joan Colom son robadas, muchas
de ellas captan escenas y personas conscientes de la cámara, pero sin saber la
trascendencia posterior del momento escogido.
Joan Colom se inventó una manera de fotografiar
arriesgada. Muy arriesgada técnicamente en ese momento, sin enfoque automático,
sin mecanismos autónomos en la maquinaria para suplir los efectos de la luz, el
movimiento del objeto, etc. Y sin poder comprobar in situ, como ahora, si la
hemos acertado o ha quedado una birria. Joan Colom tenía que esperar a la sala
de revelado para comprobar su acierto y manipular tiempos de revelado,
características de la película o del papel fotográfico para lograr una mirada
acertada. Sin Photoschop, sin Gimp. Con cámaras de focal fija, eso del zoom
tenía que llegar.
Verán en la exposición dos épocas separadas por una
retirada circunstancial de años, el motivo no lo comento para reservarles una
interesante sorpresa. Ese salto temporal coincide además con un salto histórico
i técnico (el color), uno puesto por la sociedad y el otro por el fotógrafo que
se acerca a lo que vemos, sin matizarlo con el blanco y negro primerizo. He de
reconocer mi mejor aprecio por la falta de color cuando el protagonismo es una
cara, una actitud humana, una escena callejera. El paisaje es otra cosa, pero
Colom no fotografía paisaje, sino el mundo urbano. La compleja convivencia de
los que viven y trabajan en la calle o gracias a la calle.
La visión de esos años, a partir de los sesenta, cuando
todavía la miseria era una forma normal de vivir (les recuerdo que estamos en
el Raval), nos acerca a nuestro tiempo actual, en donde la socio economía
reproduce el pasado con actores distintos en la indumentaria, en el color de la
piel y en la liberalidad de espíritu que aún conserva la calle desde mediados
de los setenta.
Joan Colom no estaba solo, la exposición así lo ilustra,
de modo que verán a un grupo de fotógrafos que de su afición hacían profesión y
llegaron al arte.
La historia de la fotografía en casa hizo un gran salto
con ellos.
No se la pierdan y busquen las sorpresas, una de ellas
realmente magnífica.