Este artilugio que tienen frente a sus ojos edita y distribuye pensamiento a costes bajísimos, de hecho totalmente gratis para un servidor puesto que no paga las facturas del teléfono de Metiendo Bulla, por lo que con la sola ayuda del teclado, alguna zona del cerebro y ansias de dar la tabarra, se puede llegar cómodamente sentado a los cien artículos, o a los cien de lo que sea, sin presiones de acreedores, ni de censores. Y como el que firma, firma con seudónimo, no se entera ni su esposa. Es decir el mejor de los mundos de la opinión. Incluso uno puede hacerse la ilusión de ser un comentarista influyente que evoca lo que los intelectuales hacían en tiempos.
Si lo miramos desde la perspectiva editorial, la única realmente importante, ya no se trata de cien artículos, ni de cien números, sino de mil y todo a precio de correo electrónico. Mil números, creo yo, son más que cien; y por lo tanto propongo al estimado público que me sigue que aplaudan al editor, merecedor del gran oscar a la difusión de las ideas y al debate libre.
El que firma estos artículos, Lluis Casas, debe agradecer en primer lugar la incitación a la escritura que un gran prócer parapandés poco conocido en estas tierras, pero que dará en el futuro mucho que hablar, don José Luís López Bulla por más señas, le hizo ahora hará casi tres años. Incitación que fue acompañada por un: házmelo en castellano que lo envío a América. Lo pensé y acepté a cuenta de un débito con la lengua castellana, puesto que hacía años que no escribía más que en catalán. Recordaran ustedes, como buenos memorísticos que son, el primer artículo, “Catalunya la Marbella difosa”. El único artículo concebido y escrito en la lengua del Maragall abuelo o del abuelo de Maragall. A partir de ahí, con un gusto creciente y ciertas pausadas recomendaciones del editor todo fue escrito directamente en castellano. Y lo disfruto, si señor. Excuso hoy algunos errores que la producción rápida del redactor provoca en los textos, pero la actualidad es lo que es. Y la entrega se hace escrupulosamente. Caiga quien caiga. Con o sin comas.
Una conmemoración como la que me estoy haciendo no es nada sin estadística de soporte y yo, --como economista y físico de partículas que soy-- me pongo a ello con gusto.
Los cien artículos empezaron en abril del 2006 por la zona oscura de la vivienda y el urbanismo especulativo. Aparentemente en Parapanda interesaba conocer los pormenores de la vida y milagros de los ilustres inmobiliarios que se estaban forrando. Eso dio lugar a una larga serie de artículos, ocho si mal no recuerdo, en donde un servidor les explicaba lo mal que iba el urbanismo y lo bien que iba Martín-Fadesa. Les explicaba también lo que no hacían las administraciones y lo dura que es la vida para un hipotecado. Vistos en perspectiva esos artículos los considero, desgraciadamente para muchos, de oro puro. Lo acontecido este mal año 2008 se corresponde exactamente con lo dicho por un servidor de ustedes en esos artículos. Algunos títulos son tan expresivos vistos desde el hoy día que no puedo resistirme a citarlos: “El submundo inmobiliario”, “El culebrón de la vivienda”, “Empieza el baile inmobiliario”, “El fin de la vivienda y de las empresas inmobiliarias”, “Munícipes y corruptos”, entre muchos otros. Posteriormente y ya con el espíritu menos combativo siguieron otros cuatro artículos dando cuenta de las fechorías inmobiliarias.
Hoy el urbanismo y la vivienda viven una segunda oportunidad. Las administraciones tienen en sus manos rectificar el mal que hicieron y, también, lo que dejaron de hacer. Hoy pueden adquirir a precio de saldo un millón de viviendas y ponerlas en alquiler asequible bajo título público. Con ello arrasaban con la futura tercera ola de especulación sobre la vivienda que algunos nos están preparando.
No puedo resistirme a repetir esta frase: “Este fenómeno inmobiliario, por llamarlo de algún modo poco complaciente, tiene muchas aristas y recovecos. Hoy, brevemente, me referiré a uno de ellos. Tengo para mí, que dispongo de tiempo suficiente para ir diseccionando el monstruo. No creo que la situación cambie en un tris tras por voluntad humana. Mis expectativas están más bien en otro lado: tal vez eso que llaman mercado (y que no lo es) haga algo por todos nosotros. El mercado hace las cosas a ciegas, sin ver, sin voluntad expresa, por lo que es sumamente peligroso y sorprendente. Un terrorista suelto con la pistola cargada y el dedo en el gatillo. Más o menos. Ese algo tendrá un coste elevado, que pagaran los de siempre. Pero tal vez sea útil para el futuro. Podríamos aprender.” Esto lo escribía el 30 de junio del 2006, más o menos dos años antes de que la predicción se cumpliera.
En una mezcla más que justificada junto a la vivienda y el urbanismo aparecían artículos relacionados con las infraestructuras. En síntesis les diré que mi opinión permanece y sigo considerando al estado español un incompetente de tomo y lomo al respecto. Un artículo resumen que se refería a las infraestructuras en Catalunya y a las expectativas independentistas lo titulé “¿son independentistas los suizos?, en aplicación de un razonamiento elemental, nadie quiere marcharse de un sitio en donde se está a gusto.
Otra línea editorial ha sido el medio ambiente. El editor al contratarme verbalmente excluyó cualquier alusión al fumar en esa sección y yo me atuve a ello. Mi relación con el medio ambiente es doble. En primer lugar como zona económica estratégica tiene un gran interés para un economista y en segundo lugar como territorio en donde me gané el pan y el jamón durante seis años en períodos de tres alternos, no puede olvidarse. Los artículos ambientales han constatado en ese corto tiempo de publicación un cambio substancial. Cuando escribí el primero ("El modo de hacer británico") en noviembre del 2006, todavía era posible oír, ver o leer que eso del cambio climático era cosa de inmaduros cerebrales. Al Gore y la realidad han cambiado todo eso. Pienso yo que hoy no seria posible derribar a un excelente conseller mataronés de medio ambiente bajo el eslogan de “se está cargando al país”. En realidad lo que se debería decir era “se está cargando a los que se cargan al país”. Nadie hoy creería (tal vez excepto La Vanguardia) que defender el medio natural, impulsar medidas de ahorro energético, evitar la contaminación atmosférica, cuidar la poca agua que nos queda, etc. etc. no sea otra cosa que edificar un país. En fin, el ejemplo viene a cuento por la reflexión siguiente, cuando en el mundo los principales líderes explican que la actuación ambiental será uno de los ejes importantes, aquí se derriba un conseller o se elimina un ministerio.
Asegurado el sustento en este medio, me metí a partir del 2007 en berenjenales más complejos, historia política, biografía y muchos otros mundos, que me llevaron al comentario económico, macroeconómico para ser precisos. Quiero resaltar ciertas cuestiones en torno a la demografía y a la crisis de la seguridad social (una maldición de los dioses según la derecha), a la fiscalidad progresiva (un espantajo para liberales y otros grandes propietarios insolidarios), la política industrial, perdón la no política industrial, la flojera de abductores de las finanzas mundiales y muchas otras cosas. No creo que haya nada de lo que arrepentirme.
Termino por resaltar ya en este año que finiquita la saga de la ley de la dependencia. Una crónica familiar de lo que no debe ser una ley social. Ejemplo indigno de lo que la izquierda puede llegar a hacer puesta en demagogias.
Termino esta crónica anunciando no el fin de mis escritos, esto corresponde al editor, sino explicando en lo que creo: no creo en el bien, sino en la bondad. Distinción que me ha costado muchos años aprehender y que la reciente lectura de Valeri Grossmann me hizo explicita.
Lluís Casas en fiesta de cumpleaños.