jueves, 29 de mayo de 2014

50 mil desahucios: ¿verdad o mentira?



El número cinco parece tener mal augurio estas semanas, recuerden el anterior artículo sobre los 500 euros, el de hoy sobre los 50.000 desahucios del 2013 y podríamos añadir los 500.000 producidos desde el inicio de la crisis. Lo dicho, ese cinco tiene mal fario.

Entiendo que están al caso de esa información que ha aparecido en muchos medios con tratamientos bien distintos, pero que para los lectores de esta institución divulgativa no tiene vuelta de hoja: una ley y unas reformas que tienen la injusticia por principio y un tremendo desprecio por el sufrimiento humano, a la vez que una claudicación total respecto a los poderes de la banca. Es decir hacia los poderes de media docena de banqueros.

Por si es el caso, aquí tienen el vínculo con la PAH, con un artículo arto explicativo y directo:

Lo que les quiero contar es complementario a la información divulgada y al texto de la PAH. Y, según mi parecer, da al asunto un carácter de mayor riesgo social y presupone políticas mucho más radicales. Políticas ya en el orden legislativo y económico, ya en el orden del debate y el combate social.

Esos datos recientemente difundidos se refieren a unas estadísticas que, como bien dicen los compañeros de la PAH, son enormemente deficientes, por lo que es de presumir que la realidad debe ser otra en tanto a cifras contabilizadas. Primer asunto a destacar respecto a un problema vital para las familias afectadas. Ni siquiera les instituciones gubernamentales se conceden esa obligación de saber y de saber bien al respecto. Las lágrimas de cocodrilo de la Vicepresidenta cuando presentó la reforma de la ley, a instancias europeas, no lograron estabilizar un recuento fiable y que permita el diagnóstico y el tratamiento. Presumiblemente de eso se trata, de ocultar la realidad que las cifras pueden poner en evidencia.

En un segundo orden de cosas, hay que resaltar que los procedimientos de embargo y posterior desahucio, así como otras acciones como la dación tienen un alto coste temporal de “tramitación”. Sin llegar a exagerar se podría establecer el término de dos años para su completo proceso. Dos años como promedio, pues los hay rápidos y otros muy lentos, ambos por motivos que exceden a la comprensión de la razón. Con ello estoy diciéndoles que los 50.000 desahucios del 2013 no son tales, sino que corresponden a procedimientos iniciados mucho antes. Ateniéndonos al promedio, serían del 2011. El resultado de esa visión procedimental es que nos faltan datos respecto a lo que ya sucedió en el 2012, en el 2013 y lo que está pasando en el 2014.

Si entendemos la crisis como lo que es, un proceso acumulativo de costes sociales, que exigen a las familias esfuerzos extraordinarios para pagar la hipoteca, podemos entender que el paso del tiempo solo hace que agravar el problema, se agotan los ahorros, las ayudas familiares, etc. Y, lógicamente, aumentan los procedimientos por falta de pago. Eso significa que no sería sorprendente que las cifras posteriores a las conocidas ahora puedan ser mayores.

El siguiente salto lógico es pensar en el inmenso problema de acomodo de tantas familias sin vivienda en el escaso stock público disponible. No dejemos en el tintero, para evitar reclamaciones del diablo, que en algunos casos la pérdida de la propiedad no supone irse a la calle, existe un cierto número de casos en los que se consigue, no sin esfuerzo, un alquiler social por un periodo entre dos o cinco años. Pero son los menos.

En un nivel de tercera complementaria, hay que destacar que una parte del problema no termina momentáneamente en el embargo y el consecuente desahucio. Son los casos en los que el afectado y la entidad bancaria establecen una nueva programación de pagos con carencias (a menudo de dos años o más) o refinanciaciones y alargamientos de los periodos de amortización (no cito otros métodos pues no dispongo de nombre, ni adjetivo publicable). Dejando de lado los casos que cumplen las más estrictas exigencias de la reforma de la ley y que permiten una refinanciación a costes muy bajos (ojo, por un periodo determinado). Me refiero a las familias consideradas de gran riesgo de exclusión social, la mayoría de los casos de refinanciación, carencia, etc. son simplemente la típica jugada del equipo torpe: la patada al balón hacia adelante, a ver si alguien la pilla.

Es decir, cumplidos los periodos de reducción de cuotas, el problema vuelve donde estaba en la mayoría de los casos: la imposibilidad de hacer frente con normalidad al pago mensual, que además absorbe costes de intereses del periodo de acomodo anterior. El significado último es que estamos acumulando futuros procedimientos en el almacén de las entidades bancarias. Procedimientos que explotaran pronto, sumándose a los casos que directamente se procede al embargo.

Como conclusión del artículo y para no trastornar más la moral de los que poseen esa cualidad, simplemente les profetizo que todo el lío hipotecario va a complicarse mucho. Tanto desde el punto de vista económico, financiero, como evidentemente social. Alguien ha aludido a que el sector público necesita imprescindiblemente más de 300.000 viviendas con condiciones de alquiler social (150 euros aproximadamente), cifra que no es una locura, sino claramente una advertencia moderada.

Lo sorprendente es que esa cifra está disponible, ampliamente disponible. Y no solo para el sector de población más desprotegido (totalmente desprotegido en vivienda) sino incluso para otros colectivos con ingresos y capacidad de pago hasta ciertos límites razonables (ese 30% de los ingresos dedicados a la vivienda que recomiendan los expertos). Esas viviendas  incluso están disponibles a precios de risa en manos de los bancos, de la SAREB (pública de hecho) y pronto en manos de fondos especulativos que adquieren inmuebles al 10% de su valor a los bancos.

En fin, les dejo aquí, sedotti (espero) i abbandonati (lo siento, la vida es muy dura a veces).


Lluís Casas usando un ábaco chino.