Tengo la impresión que debo advertir al lector que no voy a
escribir sobre temas monetarios, tal como aparentemente sugiere el título. Lo
que me interesa es la apreciación del cambio histórico producido respecto a los
recursos necesarios para desarrollar una vida dignamente desarrollada.
Los quinientos euros son el salario mensual de una muchacha que
trabaja de dependienta en un centro comercial de una cadena multinacional de
ropa. No desarrolla una jornada completa, pero está supeditada a cambios de
horarios diarios y a asistencias extraordinarias a voluntad del empleador. Como
la persona afectada utiliza este trabajo como complemento personal, experiencia
de vida y no como sustento básico, la cosa no parece especialmente grave. Todos
hemos hecho trabajillos de esa índole en etapas de formación.
La diferencia está en que, al revés de antaño, esas son
condiciones laborales y retributivas para todos, no solo para esporádicos
estudiantes o equivalentes. Ese régimen implica la aceptación de que un
trabajador en muchos sectores en donde el sindicalismo o la asociación entre
trabajadores se ha hecho (lo han hecho) imposible o ha sido
inexistente, debe mantener su capacidad laboral con un sueldo por debajo del
mínimo vital.
¿Es esa una necesidad económica empresarial para salvar sus
inversiones, su negocio? Por lo que respecta a la empresa a la que me refiero
no lo parece. Sus cuentas cuando se hacen públicas son saneadas, sus
propietarios gozan del grado de eminencias patrimoniales y su desarrollo
empresarial es continuo y sólido. De ello se deduce que, o bien sin esos
sueldos miserables la empresa seria inexistente, o, alternativamente, que los
grandes beneficios no desean compartir con sus trabajadores su boyante
trayectoria. En concreto, para mí y en este caso (como en muchos otros) hay más
de lo segundo que de lo primero.
Si no hace mucho se comentaba como sueldo limitativo para una vida
digna el mileurismo, hoy habría que dividir por dos el concepto y aplicarle
otro más descriptivo: bangladesianos. Hoy, muchos laborantes pertenecen al
submundo empresarial de Bangladesh, pero ubicados en cualquier lugar del país
nuestro (posesivo comunitario totalmente fuera de lugar). Sea en un taller de
concentración a la china, o en un disperso mundo de trabajadoras en casa. Si
vamos al sector servicios, ahí la cosa se incrementa basada en la rotación
permanente, la presión generada por el temor a perder lo poco que se ha
conseguido y a poner cara simpática con los compradores, muchos de ellos
víctimas a su vez del mismo sistema. Como la formación en el comercio personal
es cosa escasa y barata, la rotación generalizada es un arma de destrucción
masiva de resistencias, derechos y accidentes de la vida. Esas trabajadoras (es
eminentemente femenino el problema, aunque no exclusivo) no pueden pasar ni un
día de fiebre en casa. En cuanto el contrato de tres meses vence se quedan
fuera. En donde esperan ansiosas docenas de legiones de solicitantes. La fiebre
debe de ser un elemento activo para la venta, digo yo.
¿Cuál es el valor de vivir ahora y aquí? Pregunta de índole
retórica, dado el nivel de paro y la multitud de carritos de supermercado
hurtados benevolentemente para hacer acopio de metales preciosos por la mañana
y de desechos caducos del mismo supermercado por la noche. Pero aunque
retórica, la pregunta puede ser contestada. No hay más que sumar cuentas
domésticas para acercarse a la verdad del asunto. Y a ello voy. Para confirmar
la bondad de la información disponible no utilizaré los institutos estadísticos
y otras aportaciones científicas, me basaré en lo que mi tocayo Enric Oltra,
recopila semanalmente en el local de la
PAH de
Badalona a través de lo que las familias atendidas le explican. Como verán
reconozco de entrada un sesgo estadístico e ideológico, pero así me siento más
tranquilo con mi propia conciencia.
Pues bien, según los datos de ese observatorio sociológico
privilegiado, no hay razón para que una familia, formada por un mínimo de tres
miembros y muy a menudo por más, pues existe una tendencia a la concentración
familiar en pocas viviendas, de modo que así se liberan otras muchas a
beneficio de inventario bancario, no pueda sobrevivir con 400 euros
provenientes de algún apoyo público o privado. Las hay que pasan con menos,
pero en todo trabajo estadístico hay que contar con la discreción que los humanos
tenemos respecto a nuestros ingresos reales, sean estos provenientes de
consejos de administración arto aburridos o de actividades calificadas como
chapucillas para ir tirando. En todo caso, esa segunda (veces primera o única)
línea de financiación no supera los 300 o 400 euros, cuando hay suerte.
De manera que hoy por hoy quien no pueda ir pasando con unos 700
euros como ingresos familiares es un simple despilfarrador que impide el
desarrollo de la economía nacional. En esa cantidad hay multitud de truquerias,
al más puro estilo del siglo XVI, que podemos enumerar, pero no agotar. Una es
la incapacidad de pagar la hipoteca o el alquiler, cosa que tiene algunos
riesgos, pero que resta una importante cantidad de euros a la exigencia de
gasto mensual. La siguiente es maniobrar con la ayuda desinteresada de algún
experto vecino en contadores de abastecimiento, la siguiente es convertirse en
un doctorado de los centros de apoyo y de los métodos de conseguir algo.
Después está el conseguir que las criaturas en edad escolar lleguen a casa
mínimamente alimentadas, a continuación tenemos el asociarse con los jubilados
de la familia que, en razón a su impedimentos de movilidad y a que han dejado
de fumar, tienen unos ahorrillos mensuales que permiten la compra de algún
alimento básico, de recargar el móvil o de adquirir recambios para la ropa
ineluctablemente constituida por el stock de hace diez años. La distracción no
muy abundante en esas circunstancias se basa en contemplar a Rajoy apalabrar
futuros y expectativas con la caja tontísima, que una vez comprada y
debidamente aleccionado el contador de la luz, cuesta bien poco.
Lo dejo ahí con el conocimiento que la realidad es tan variada que
nunca daríamos por finalizado el inventario de los modos de sobrevivir.
Como sobrevivir no es la única alternativa, debo citar la solución
final, que algunos llevan a la práctica cuando tienen la sensación de que hasta
aquí han llegado.
Si a algún lector le parece exagerada la crónica, nada le impedirá
asistir como testimonio a una sesión de formación para los incrédulos. No se
forjen ideas simplemente paseando por la calle Pelayo. Entren y pregunten por
los sueldos, los horarios y demás. Después, dotados ya de una formación básica,
desplácense a las zonas en donde el paro permanente es la circunstancia
principal. Ahí está el doctorado.
Lluís Casas, colaborador de los servicios de empleo.