Empecemos la segunda entrega hablando (en realidad escribiendo ciertamente) sobre productividad y coste.
Ya definimos productividad, relación entre trabajo y producto. También anotamos múltiples matices a ello. Hagamos ahora un pequeño esfuerzo en distinguir el significado de productividad en relación al concepto de coste (de producción, distribución, etc.) de un producto o de un servicio. Y lo que ello conlleva en la estrategia empresarial en cuanto al tratamiento de los trabajadores, a la inversión, a la localización de las unidades productivas, etc.
Lógicamente a parecidas características de producto o servicio (calidad, durabilidad, utilidad, diseño, capacidad de acceso al consumidor, como la distribución, la publicidad, el mantenimiento o garantía, el prestigio de marca, etc.) el coste del producto o del servicio (relacionado con el precio final en el mercado) determinaran la demanda de estos (no entro en motivos de ecología, de nacionalismo del consumo y otros que no son importantes para a lo que vamos). Por lo tanto, es relevante la lista de conceptos que componen el coste. Señalaré los más importantes, sin definir orden de momento: el trabajo (en el que influye el nivel salarial, la estructura social de protección al trabajador y otras variables como la jornada, las horas extra, los turnos, la formación, etc. A continuación vendrá la energía y otros insumos relacionados con ella (tecnología, ahorro, etc.). Seguiremos con los gastos financieros que comportan tanto la gestión financiera habitual, como la carga de la deuda (intereses por créditos tanto de inversión, como de apoyo a la producción y la comercialización). No olvidemos la amortización de edificios, equipos, centro de investigación y desarrollo (costes de transferencia tecnológica) y otros aspectos menos vinculados a la producción directa. En el apartado, muy importante, de los proveedores (de materias primas o de productos intermedios) podemos desmenuzar el asunto en los mismos componentes que los citados, pero para el caso y simplificando se reduce a un coste intermedio. El proveedor actual recibe enormes presiones sobre costes y otros aspectos
Añadamos finalmente el coste de distribución (comercialización) que puede ser estratégico o no, dependiendo del producto o servicio (en estos tiempos de Internet es evidente la enorme variación de coste de este asunto).
No cito el beneficio, un aspecto a añadir al coste para obtener lo que sería el precio en el mercado. Tampoco me pongo con la fiscalidad, de momento.
Bien, al listado anterior, no exhaustivo, le podríamos poner un orden en virtud del porcentaje de importancia en el coste final, de modo que tendríamos una escala de relevancia frente a la gestión de la competitividad en el mercado (huyo también de los mercados restringidos, por el motivo que fuera, concesiones públicas, oligopolios y otras lindezas de la economía liberal).
En los datos que han circulado sobre ello (siempre muy discretamente) el factor trabajo en la empresa “de producto” avanzada (correspondiente a nuestro país) su peso es sorprendentemente bajo (depende del tipo de producción, claro está). El coste energético y el financiero pueden llegar a considerarse más relevantes. El coste de proveedores es también importante, según el grado de externalización productiva de componentes y la complejidad de los productos. Al respecto, la empresa industrial actual llega a ser una cadena de montaje de elementos venidos del exterior y un sistema de distribución del producto final. Como vemos, el interés de reducir el coste tiene múltiples alternativas, siendo los costes salariales una más y no especialmente la principal.
Efectivamente, con la crisis y el recorte brutal de la financiación bancaria, asociada a un alto interés para el que la consiga, esta es determinante para la continuidad empresarial. La evolución del coste energético señala que en nuestro país ese aspecto también se vuelve estratégico, con diferencias substanciales respecto al entorno. En un mercado “interior”, si existe todavía, protegido de la competencia venida de fuera, estas tensiones en los costes pueden no ser relevantes dado que todas las empresas están supeditadas a ellos. Pero en un mundo internacionalizado, la cosa cambia y mucho.
De lo dicho se deduciría una estrategia empresarial sobre los costes muy distinta a la que anuncian diariamente los medios: la presión sobre los salarios y el ordenamiento laboral.
Entonces podemos preguntarnos: ¿productividad y coste son lo mismo?
Evidentemente, no. Una empresa altamente productiva pero que llega al mercado con un coste de producción superior a la competencia, aunque esta sea menos productiva, tiene el asunto chungo. Productividad y coste siendo cosas distintas se afectan mutuamente. Recientemente la SEAT propone la producción de un vehículo SUV sobre el que ha estado trabajando en su sección de desarrollo. Su paso a la producción parece asegurado (el producto previsto tiene garantía de éxito de demanda), pero SKODA puede llevarse el gato ajeno a su agua porque tiene una estructura de costes menor, no porque la productividad sea mejor. SEAT, en otros momentos, luchó por poder fabricar otros modelos y centró sus ajustes internos que mejoraban su coste en el factor trabajo, ciertamente un elemento intermedio en este sector. Anoto al respecto que el coste “tecnológico” que asumen los centros productivos dependientes de grandes corporaciones ocultan transferencias a-fiscales muy relevantes. Una forma de transferir beneficios cómoda y simple y de generar, si es necesario, pérdidas al otro lado.
Producir mucho por unidad laboral (la que ustedes quieran) no garantiza alcanzar el mercado con éxito, además el coste (precio/beneficio) también han de estar a la altura de la competencia. A menudo, los argumentos sobre la necesidad de incrementar la productividad no son más que exigencias de reducción de coste, especialmente como comprobamos día a día del coste del trabajo.
Dejemos el asunto en este punto para reservar la última al núcleo del disparate: productividad cueste lo que cueste (aparentemente).
Lluís Casas, cirujano destripador