Si estamos de acuerdo con Eric Hobsbawm en que el siglo XX empezó con la primera
guerra mundial (y la revolución rusa) y terminó con el desmoronamiento del
estado soviético (ojo, estado soviético, no estado de los soviets), dejando al
siglo desmembrado por encima y por debajo (lo que se llama el siglo corto),
hemos de entender que a día de hoy hemos cumplido ya casi treinta años del
siglo presente, al margen de los debates sobre el calendario oficial. Con ello,
no solamente me he jubilado, sino que rozo ya el premio a la sobrevivencia y me
acerco indefectiblemente a la quinta edad.
Tal vez sea ese el motivo del poco empaque con que este siglo
enfrenta los problemas. Un cansancio de los muchos años anteriores cargados a
la cuenta del XXI produce una dejadez intelectual y una falta de reacción
activa que apenas impacienta a un porcentaje poblacional significativo. Aunque
si estamos ya en los años treinta hay que recordar que los anteriores
equivalentes serían (según mis cuentas con el siglo corto) los años cincuenta,
o sea, un momento de profundo enfrentamiento gélido con la presunción del final
nuclear a la más mínima. Cosa que no sucedió, como tenemos comprobado.
Una de las consecuencias de esa parálisis la tenemos en casa y
la explico a propósito de lo que un compadre me ha contado:
Me explica una,
vez ya ha abandonado entusiásticamente su veraneo mi corresponsal en las playas
sureñas, aún más masificadas que las de aquí cerca y un poco más nacionales,
que la canción del verano, tan tradicional y tan propia de un monumento a la
vejez como Georgi Dann, se le ha cambiado la letra y se ha aprovechado la
música (es un decir), para componer un estribillo que dice:
¿El socialismo dónde está? / ¿Dónde están los socialistas? Aplicando aquello de hace unos pocos años en torno a la manguera
y la escalera bombera, que fue al albur del estío del 2009 el himno de guerra
de la derecha nacionalista catalana con motivo de un desastre provocado allá en
la zona final del Ebro. Esa adaptación local ha tenido éxito de público, pero
no de crítica. Aunque ya se sabe que los críticos desconocen la mayoría de
calidades de lo que critican.
De hecho, no está nada mal como reflexión playera. Tampoco está
mal la musicalidad utilizada, más intelectual que aquello de lachervecha.
Parece ser una pregunta modulada desde el borde del profundo abismo en donde, según
dice Sánchez Piñol, se han trasladado los dirigentes socialistas en busca de la
verdad revelada o al menos de tranquilidad y de reposo, o, quien sabe, de
diamantes o de seres intraterrícolas mucho más sensibles a la nada (dicha o
hecha) que los que habitan en la superficie del planeta y que miran entre
sorprendidos y atribulados el espectáculo. Añado que al parecer, ese
desplazamiento hacia la interioridad provoca la necesidad en algunos de tener
antenas mercenarias en el exterior, tanto es así que necesitan de ellas para
saber dónde vive cualquier individuo, en lugar de preguntar en el mercado o en
el colmado más próximo.
Si la canción del verano ha sido así en aquellas latitudes, no
es sin causa, dado el papel más bien magro (para ser moderado de expresión) que
una crisis económica, política y moral como la que se ha implantado en el país
ha producido en los ejércitos socialistas. Si todo lo que se le ocurre a la
dirección socialista es lo que aparece en los periódicos o noticiarios, es
indudable que la canción ha dado en el clavo. Si simplemente están a la espera
de un acontecimiento previsto y mantienen sus esfuerzos y batallones en
reserva, ahí me abstengo de crítica. Aunque me agradaría conocer de qué va ese
advenimiento, si es que existe o existirá.
No creo que esperen un impacto galáctico desconocido para los
demás, pues serien innecesarios cualquiera de los esfuerzos presuntos de
contención actuales. Estaría más adecuado aplicar un viva la virgen general y
placentero, en espera del final. Así como con la desaparición de los
dinosaurios pero en plan aprovecha que queda poco. Tampoco pienso en la llegada
de algún mesías al más puro estilo judaico. En esa espera llevan ellos 3.000
años y la verdad no veo yo a la gente peninsular con esa paciencia y
constancia. Además estoy seguro que la escapada americana protagonizada por la
ex ministra de la guerra no es una maniobra para que se la considere tal a la
vuelta. Y no por cuestión de sexo.
Mientras tanto, el ejército invasor continúa con las rebajas y
los recortes, libre de ataduras reales o presuntas. Ahora las pensiones, mañana
dios dirá y pasado mañana a otra cosa,
mariposa. A la legislatura actual no le pasará lo que al siglo XX, no será
corta, puesto que a poco que no cambien mucho las circunstancias y la
“indiosincrasia” hispánica (término utilizado por el rey, no es ni un error, ni
un invento mío), el actual ejecutor (por ejecutivo) verá reducidas sus
dimensiones parlamentarias de forma contundente al instante del paso por las
urnas. Así que ellos aguantaran lo que sea, desde los Bárcenas, al 27% del paro
o a cualquier otro penoso aditamento, a fin de cobrar emolumentos hasta el
último instante. Y no solo cobrar emolumentos, sino repartir favores a quien
después del paso a la difícil circunstancia de minoría puede aportar cargos y
prebendas perfectamente compatibles con lo que quede de las poltronas.
Todo ello resulta a duras penas digerible para los simples
mortales, una legislatura que llegará a la mitad del recorrido en Diciembre
significa que quedan dos años más de sentirse en medio de la porquería moral.
Una dura prueba incluso para los que hicimos la mili durante el franquismo.
La esperanza está tal vez en una cierta recomposición de la
izquierda y del entorno creado por los movimientos sociales realmente activos,
insisto: realmente activos y poco dados a la negación de la política. El PSOE
alguna cosa tendrá que decir o aportar, pero todo apunta a una cierta explosión
de propuestas políticas que necesitaran de grandes maniobras y habilidades
ciertas para componer una posición de gobierno que rehaga el país.
Y todo por culpa de una canción.
Lluis Casas y Georgi Dann