jueves, 8 de agosto de 2013

CON LA MALETA A CUESTAS

A punto de coger el correo de Andalucía, el sevillano histórico (es un decir), siento una necesidad ineludible de contar una historia ejemplar a modo de factor de cambio y adaptación para los artículos que surgirán a la sombra del correspondiente árbol protector en la cercanía del Mediterráneo ampurdanés (técnicamente llamado Mar d’Amunt por hallarse más allá del Cap de Creus).

Planté en su día un azofaifo (en catalán ginjoler), con la esperanza de que se convirtiera a su debido tiempo en sombra protectora alternativa al consabido pino, pero la Tramontana y la escasez de riego natural lo convirtieron en una especie de árbol frustrado y ya no puedo contar con él, al menos hasta que los brotes verdes recientes se consoliden y sean señal de adaptación, sobrevivencia y esplendor para un futuro incierto. De modo que les dejo en la duda sobre bajo que sombra acudiré con los libros y el portátil para seguir dando la tabarra.

El asunto lo presento como algo arteramente teatral. He fundido lo que serían varios actos en uno solo, he asumido la regla de la unidad de lugar, cuando en la realidad la cosa se desarrolló en varios, he sintetizado personajes varios en unos pocos de manera que la redacción se hiciera asumible (la lectura ya dirán) y he dado, en contra de las normas de los grandes maestros, determinación ideológica a lo ocurrido, en vez de dejar al lector al albur de sus reflexiones. Es la influencia de mi periodo de mantenedor de cine club.

La obra se desarrolla en un bar existente, en un pueblo real y con gentes contantes y sonantes. No les atribuyo nombre y localización para preservar su exigido anonimato y evitar que los ocasionales visitantes echen a perder una zona y un personal genuino.
El bar, como los dos o tres que hay en el lugar, es una zona masculina, en donde se intercambian no solo las cartas de la brisca, sino informaciones diversas, sobre los negocios agrícolas, el tiempo inclemente que siempre hay en la zona, calor en verano y niebla en invierno, los deportes y fichajes (deporte significa futbol y especialmente el Barça y su antítesis el Madrid), algunos asuntos discretos personales que mantienen al día lo que ocurre, lo que podría haber ocurrido y lo que seguramente ocurrirá. Todo en torno a una cerveza, un carajillo o un café que suelen durar sus buenas dos o tres horas. Unas veces hacia el mediodía y  otras, las más, al caer la tarde, después de las campanadas del fin de la siesta.

La presencia femenina es puramente ocasional para el vermut familiar o el refresco rápido. Ellas tienen sus propios equipamientos para el alterne y el intercambio de opiniones, la misma calle a partir de las siete de la tarde en cómodas sillas bajitas para las veteranas del lugar y la piscina por la mañana mientras los niños agitan el agua y las madres no parar de cascar leña. Ciertamente habría que incluir en centro cívico, convertido mediante una ocupación rápida y efectiva en centro femenino. Juega un rol complementario a la calle, a las tiendas de alimentos y a la piscina, con el aditamento de actividades propias del coser y cantar. Ellas no intervienen directamente, pero suelen estar a la que salta en todo.

Tienen ahí el marco general, un pueblo más que representativo y en nada peculiar que podría ser cualquier otro, pero que no lo es.

El grupo que nos interesa, que suele variar diariamente en su número y protagonismo, lo componen unos personajes de cierto peso en el lugar. No son ni el maestro, ni el guardia civil, ni el médico, ni el cura, ni siquiera Peppone en tanto que primera autoridad. Las cosas sociológicas han variado en mucho para que ese núcleo se mantuviera todavía.

El asunto son las relaciones económicas y laborales que la crisis está generando en el pueblo y la perplejidad que esta impone a casi todos.

En la mesa, médium imprescindible para las actividades habituales del grupo, hay un juego de cartas inactivas, pero a la espera de la agitación consabida, las bebidas que acompañan día a día a los asistentes, unas en fase de extinción y otras de relevo, dado que la reunión parece que se prolonga más de lo que suele.

Ahí está el delegado de la entidad bancaria del pueblo, la única existente (pongan el nombre que quieran). Hombre que maneja la casi la totalidad de los flujos económicos de los residentes en el pueblo y de algunos asiduos visitantes al estilo de segunda residencia, sueldos, pensiones, subvenciones europeas a la actividad agrícola, ahorros de todo tipo, los créditos y las hipotecas, además de ciertas confesiones más reservadas si cabe que las que el cura realiza los miércoles y los viernes, dado que no hay plantilla fija en la Iglesia. Este bancario, un tanto exaltado, argumenta sobre los motivos de no conceder unos ciertos créditos que otros comensales han solicitado. Los argumentos se basan en el riesgo de la actividad propuesta, una cierta falta de patrimonio que avale con garantía la concesión del crédito y las órdenes recibidas desde la cúpula bancaria, en donde ahora se decide el todo del todo, sin casi intervención facilitadora del hombre instalado en la delegación.

La reacción del bancario, tan justificativa y tan abiertamente pública (cosa extremadamente extraña en el lugar), es debida a la reclamación de otro socio habitual que además de su actividad agrícola tiene un proyecto que apunta a la exportación y a la producción de calidad. Cosas que suenan en el lugar un tanto peculiares, dada la idiosincrasia inmovilista del entorno. El afectado, irritado y afectado por algo que le desmonta un futuro alternativo, le argumenta que su proyecto no solo no es una locura, sino un futuro para el pueblo. Su proyecto puede extenderse, generará puestos de trabajo, añadirá valor añadido a la producción agrícola tradicional, incorporará tecnología y conocimiento de procesos y de gestión.

Los argumentos del anterior interesan mucho a un tercero, también habitual de la mesa y acérrimo vencedor a las cartas. Es un mediano industrial dedicado a la carpintería industrial.  La industria está en el pueblo y la mayoría de sus trabajadores son residentes y conocidos desde el momento de construcción del castillo de frontera que significó la aparición del pueblo. El hombre puede ser un proveedor importante del proyecto y ve con ojos desorbitados la posible pérdida de una ocasión de consolidar su empresa en momentos más que delicados. Sus argumentos se vuelven paulatinamente más agresivos, siempre dentro de lo que es normal cuando las cosas son de importancia y las diferencias un tanto incomprensibles.

El siguiente personaje, un tanto fuera de juego sobre el asunto, es el presidente de la asociación cultural del pueblo, es decir el organizador de la fiesta anual y de alguna manera la voz pública de los tradicionalistas del lugar. El debate no le va nada, no entiende que va el proyecto, le pone nervioso todo lo que signifique cambio y tecnología y ve con horror los argumentos en torno a la posible pérdida de subvenciones europeas, algo que argumenta otro comensal pasará irremediablemente. Eso es el hundimiento, la destrucción social de la comunidad y el abandono por parte de los jóvenes. Piensa también que, si como afirma el bancario, el proyecto no cuaja la subvención anual del banco a la fiesta mayor puede pasar a mejor vida. Refleja esos pensamientos de forma de pacifico moderador y escéptico renovador social. Nadie le hace caso.

El siguiente en la pequeña comunidad hoy ya muy agitada es un reciente jubilado, vuelto al pueblo después de una larga vida profesional en la ciudad que con ironía y una cierta mordiente argumental explica que el dinero del banco surge del propio pueblo, de sus ahorros y de sus laboros, por lo que considera una apropiación desconsiderada por parte del banco no analizar adecuadamente el proyecto, no entender que es lo que necesita el pueblo y definir su posición con maneras de cacique y con argumentos con poco sentido. Propone que si esa es la tónica para los residentes del pueblo y clientes del banco lo más adecuado sería abandonar la entidad financiera en grupo y negociar unas condiciones más favorables a los intereses del pueblo con otra, aunque no tenga sucursal allí mismo.

Cuatro es el número fijo para las cartas, pero no el de asistentes diarios. Hay los mirones de la partida, que por turnos o por necesidades de trabajo se van turnando en la mesa y las cartas. De esos hoy hay tres más, alguno con una cara y unas manos que anuncian su trabajo en el campo, aunque no se equivoquen, trabajo ya mecanizado y con expertas experiencias en el mercado de los productos que genera. Su idea es que, aunque su producción no se adecua al proyecto, su situación podía mejorar en base a la aparición de oportunidades colaterales, aparte de ciertos cambios productivos que intuye podría hacer. Ve ventajas, ve oportunidades, ve negocio. Intuye posibles alianzas en caso que el banco mantenga la negativa.

El penúltimo asistente, manejándose siempre como escurridizo pleiteante, era un gran señor de la tierra, ahora traspuesto en inversor en bolsa y creciente cliente bancario. Se ha acostumbrado a invertir con créditos, riesgo de máxima garantía en estos momentos. Está, pues, en clara dependencia del banco y no le interesa ni el futuro del pueblo, ni el proyecto en sí. Teme el vencimiento próximo y la falta de liquidez de que disfruta en estos momentos. Tiene avalado parte de los créditos con los últimos bienes terrenos que su familia posee en este mundo. Por todo ello, no hace más que resaltar lo bien que le ha ido a todo el mundo hasta ahora con la gestión del delegado bancario y de su buen criterio. Él sabe de estas cosas.

Finalmente aparece en escena, puesto que hasta ahora estaba en la barra disimulando, el propietario del bar. Conspicuo personaje aparecido en el pueblo desde lo más profundo del sur que con habilidades conocidas y desconocidas se ha hecho un lugar en el pueblo. Un lugar y unos seguidores en razón a la caza y a las merendolas pantagruélicas que ofrece a partir de octubre. Es hombre de sentencias y de pocos rodeos, su fama de afinado tirador y de corpulento agitador le rodea de un liderazgo ambiguo pero efectivo. Su palabra manda mucho.

Se acerca a la mesa y con sus manazas sobre los hombros del delegado bancario le dice a media voz, mira, yo no sé de riesgos, ni de políticas financieras y corporativas, pero sí sé  que tu estás aquí en este pueblo y aquí te ganas la vida con el dinero de todo el pueblo y con sus créditos, hipotecas, depósitos y comisiones. Tú mismo. Tu banco elige.

No les cuento como termino el asunto. No puedo, todavía ronda en el bar, en las calles, en el ayuntamiento y en la sucursal bancaria en donde el ambiente ha cambiado. Todo el mundo espera.


Lluís Casas en la estación de Francia y con maleta de cartón