Es posible que les suene o no lo del ciclo
de Otto. En todo caso, la mayoría nos desplazamos gracias a él casi cada día.
Se trata de una aplicación termodinámica que se constituyó en forma de motor de
explosión a base del consumo cada vez más indiscriminado de los combustibles
fósiles, carbono antiguo, muy antiguo. Aquí tienen una cita más erudita por si
les conviene:
“El primer inventor, hacia 1862, fue el
francés Alphonse Beau de Rochas. El segundo, hacia 1875,
fue el alemán doctor Nikolaus August Otto. Como ninguno de ellos
sabía de la patente del otro hasta que se fabricaron motores en ambos países,
hubo un pleito. De Rochas ganó cierta suma de dinero, pero Otto se quedó con la
fama: el principio termodinámico del motor de cuatro tiempos se llama aún ciclo
de Otto. Otto construyó su motor en 1866 junto con su compatriota Eugen Langen.
Se trataba de un motor de gas que poco después dio origen al motor de
combustión interna de cuatro tiempos. Otto desarrolló esta máquina, que después
llevaría su nombre (motor cíclico Otto), en versiones de cuatro y dos tiempos.”
Dejo al margen, pero cito, por si hubiera
alguna duda, la aportación ciertamente original y práctica del señor Diesel,
cuando solo es tecnológicamente una derivada. De buen ver y de mal respirar,
pero derivada al fin.
Como soy consciente que este es un blog
más cinematográfico que mecánico, les advierto que la introducción es
imprescindible para lo que sigue, no sea que abandonen la lectura
precipitadamente y se pierdan la información relevante.
De la misma manera que hay motores
endotérmicos, o de ciclo Otto o de combustión interna, términos a elegir por
cada autor del tratado de divulgación, sorprendentemente, hay cerebros que
funcionan según el mismo principio: el aprovechamiento energético parcial que
contiene determinado material al que se le incita a la explosión y expansión
mediante variados sistemas de compresión y/o encendido al mezclarlo con el
oxígeno, elemento substancial en cualquier crematorio. El asunto podría no
tener gravedad si no estuviéramos en el universo en el que estamos, pero como
no es así, al analizar ese mecanismo cerebral peculiar hemos de tener en cuenta
la no reposición de los materiales utilizados, lo que llamamos en general
combustible y el desgaste que las explosiones y el movimiento consiguiente
producen en el continente del núcleo energético. Cito además, impulsado
indefectiblemente por la sostenibilidad terráquea, que estos sistemas de
generación energética son torpes muy torpes, con aprovechamientos realmente
nimios en relación a la verdadera capacidad del combustible. Es decir, hablando
claro, tiramos por las salidas de escape, las que hubiera para cada sistema, el
80% de la energía, además de los olores y hedores correspondientes.
Para la mayoría de los seres provistos de
elemento cerebral, la energía les llega desde el estómago, de modo que el
calor, los ácidos y otros subproductos de la paella y el Rioja, o en su caso
sus sustitutivos, no afectan directamente al meollo de la cuestión. Por simple
alejamiento entre el horno propiamente dicho y la institución cerebral y sus
funciones. Pero como para todo hay excepciones en esta vida y muy posiblemente
en la otra, existen determinados grupos vivientes que han complementado o
sustituido la alimentación energética del cerebro a través del estómago por la
creación directa en el cerebro de altas temperaturas y explosiones ad hoc.
Probablemente, si se fijan con detenimiento encontraran trazas de su existencia
por los residuos contaminantes que dejan a lo largo de su vida y, también,
sobretodo, en el desgaste más que evidente del output cerebral: ideas,
pensamientos, parlamentos, etc. que resultan tener con obvia evidencia una
rápida tendencia a la desestructuración lógica y a la incapacidad explicativa.
Finalmente, esos seres con el agotamiento del combustible primario terminan
funcionando simplemente con el núcleo fundacional cerebral, lo que en alguna
ocasión he llamado el cerebro del cocodrilo, de escasa exigencia energética.
Este núcleo es sensiblemente reducido en tamaño y capacidades, siendo
especialmente apto simplemente para la agresión y para vida contemplativa al
lado del río. De ahí, esos saltos de carácter tan específicos de esos
individuos que aportan inestabilidad, miedo y rechazo entre los seres vivos no
explosivos. El material que utilizan esos cerebros descompensados no es otro
que el propio estock neuronal, que se va reduciendo paulatinamente a medida que
el calor térmico y la necesidad explosiva lo exigen.
A lo largo de mi vida he considerado útil
repetir lo que Carlos Linneo hizo con respecto a la clasificación biológica
terrícola con esta derivada de las especies bien conocidas. Por exigencia del
guión me explayaré con las, aun no se porqué, consideradas humanas.
El primer grupo está formado por los que
circulando con vehículo creen que no ocupan espacio y embisten incisivamente
sobre el espacio vital de otros y que complementan además con espectaculares
expresiones al resto de usuarios de gilipollas. Hay otros relacionados con el
botellón, con el turismo inglés en Lloret y otros muchos subgrupos vinculados
con lo que el machismo expresa que están en las mismas fronteras del primer
grupo, intercambiándose entre ellos actitudes y agresiones. Hay que resaltar
que pertenecer a uno o varios de estos grupos no implica solidaridad entre
ellos, al contrario, tienden a reaccionar mucho más explosivamente cuando se da
la circunstancia de coincidencias de tiempo y espacio. En estos momentos, todos
los tratadistas aconsejan al resto de los humanos un alejamiento rápido del
lugar del encuentro y en todo caso, tratándose de personas previsoras unas
llamadas preventivas al 112.
También hay un gran grupo de cerebros
explosivos entre los grupúsculos de la revolución inmediata y entre las fuerzas
que dirigen y que disparan balas de goma. Ambos pueden en determinadas
circunstancias intercambiarse o transmutarse, como ejemplo eficaz cito en
genérico a algún parlamentario catalán de la derecha.
De todos los grupos conocidos, el más
peligroso y, por lo tanto, el mejor conocido es el que se corresponde al
emprendedor financiero, al especulador de carne humana y al estraperlista de
terrenos y viviendas. Estos casos son enormemente peculiares, porque dándose
circunstancias de peligro de muerte siguen en sus trece en pos de beneficios y
prebendas que no han de aprovechar por mor de su corta vida o por los delirios
con que el autoconsumo neuronal los afecta.
Junto a ellos se encuentran en cercana
descripción de comportamiento el político depredador, especializado en
financiaciones fraudulentas, en favoritismos legales, en obras innecesarias
pero altamente productivas en comisiones y obsequios varios. El tipo Barcenas
para entendernos. Un tipo que aunque da nombre al grupo no lo agota, como muy
bien se puede comprobar con el caso Palau, la
Gurtel , la aristocracia fundamental del
reino y el periodismo fraudulento de raíz laraísta (si son plebeyos) o
godosiana (si provienen del medioevo).
Les he citado los más actuales y los más
cercanos, pero simplemente tomando un crucero en Barcelona, el medio de
transporte más popular y asaz arriesgado, puede uno visitar uno de los centros
principales en el Mediterráneo, en donde confunden a los cavalieri con el
berlusconismo.
Estén atentos, pues, en sus
desplazamientos a estos especímenes que no son producto de la evolución
darwinista, sino de una tendencia complementaria de autodestrucción masiva. No
se acerquen y, mucho menos, mantengan conversaciones con ellos.
Lluís
Casas por
la divulgación y Enric Oltra por la investigación. Las donaciones a
favor de realizar estudios superiores se realizan en el bar de Parapanda
habitual para estos trapicheos.