En el concienzudo blog Metiendo bulla han aparecido distintos comentarios y
reflexiones en torno al “aparato” técnico de los sindicatos, su papel, su
“independencia” respecto a las consideraciones técnico científicas en las que
desarrollan parte de su trabajo. Subyace ahí, de una manera más genérica, la
ubicación política, organizativa e ideológica de los que asumen el conocimiento
técnico y científico. Hablo desde el profesor de latín del instituto, hasta el
astrofísico del CSIC. Desde el demógrafo del Institut d’Estadística, hasta el
catedrático de derecho financiero. Desde el enfermero, hasta el responsable de
la contabilidad.
El asunto es de actualidad a raíz de los informes sobre las
pensiones, los malditos nueve sabios de Sión, pero lo es también para casi
cualquier cosa que la política, la sindical incluida, quiera emprender. Por
ejemplo: ¿Qué educación hemos de tener? Ahí hay respuestas simplemente
ideológicas, religiosas, basadas en el coste (no podemos mantener…), etc. Pero
siempre hallaremos que total o parcialmente detrás existirá un determinado
nivel de conocimiento técnico o científico en torno a casi todas las cuestiones.
¿Hay que seguir con el latín o no? ¿Cambiamos la poesía épica por la
programación informática? ¿Enseñamos matemáticas de ese modo (que resultan
rechazadas por el alumnado) o las enfocamos desde otro ángulo?, nunca mejor
dicho. ¿Nos lanzamos a la teoría de conjuntos, como ya sucedió, o apostamos por
garantizar los vectores (tan de actualidad) o las ecuaciones y el cálculo de
probabilidades?
Si nos centramos en el ámbito sindical no sería raro pontificar
sobre los resultados de la empresa en base al balance y a la cuenta de
explotación. ¿Y los resultados por producto?, dirán otros. Y el coste medio de
la mano de obra, afirmaran pocos. Y el departamento de marketing, el de
tecnología aplicada o el de diseño, aseguraran los más enterados.
Si se trata de elegir entre estrategias sindicales, todo eso
tiene su importancia y seria un suicidio, que conforma la historia del
sindicato cada día, errar en el análisis de esos instrumentos y optar por un
camino que lleva al despido masivo, a la eliminación de la empresa o al
contrario a decir amén a todo, cuando no hacia falta.
Las desconfianza, por decirlo rápido y simple, entre el
sindicato, lo que llamábamos clase obrera y las capas vinculadas al
conocimiento técnico y científico es un clásico cinematográfico. Se ve todos
los días. De hecho, el titular es una referencia checa a uno de los múltiples
intentos por juntar y no separar eso que los chinos dirían trabajo manual e
intelectual. Cosa que un día acabó mal, muy mal.
Cuentan una anécdota del Liceo en tiempos de guerra civil y de
control sindical de la CNT en el teatro: todos hemos de cobrar lo
mismo, afirmaba el sindicalista. A lo que el tenor contestó que el se pasaba al
bando de los acomodadores y que eligieran a cualquier otro para la Traviata. Anécdota que resume a lo bruto casi todo el
asunto.
A mí mismo en persona, personalmente, mi sindicato me expulsó de
forma provisional mientras formara parte de la dirección de un hospital
público, de la que por cierto no cobraba emolumento alguno. El motivo fue que
estaba con la patronal y que en esas condiciones no podía disfrutar de los
grandes beneficios que me otorgaba el carnet sindical y la cotización
trimestral (¿Qué hubiera dicho el jefe de contabilidad del sindicato de
entonces, al reducir así sus escasos ingresos? Al margen de la tontería que hay
en el fondo, eso reflejaba esos días, en 1980, un distanciamiento entre el
trabajador de “clase” (comillas altamente cualificadas) y los que formaban
parte del aparato técnico y científico. Hagan la lista de sindicatos gremiales
surgidos de la poca sincronización entre unos sectores y otros. Vean recientes
huelgas por derechos menos exigibles que el de pernada. Y otras muchas
derivadas de tercer grado.
En una ocasión, más reciente que la que he citado antes, un
representante sindical con un control total de su afiliación me exigió mi
dimisión a causa de un teórico compadreo ciclista con un ingeniero de bosques,
que como todo el mundo sabe son el motivo de todo el sufrimiento del resto de
los mortales. La cosa tenía su humor, pero la exigencia era seria y ponía sobre
la mesa que quien estaba a bien con los ingenieros, estaba a mal con el otro
sector (me abstengo de citar quienes son). Ahí hay diferentes patologías
reflejadas, un estalinismo años treinta, como le dije al sujeto del predicado y
una incomprensión absoluta sobre el papel del conocimiento en estos tiempos. No
estamos hablando del ingeniero de minas de Germinal de Emile Zola, que en el año 1885 si
formaba parte del entramado burgués y antisindical.
¿Qué decir entonces? El experto de CCOO que se tiró a la piscina
sin agua del conjunto de sabios, en los que había absoluta mayoría de
dependientes bancarios o de seguros, tenía que callarse, no asistir al congreso
festivalero, declarar la guerra santa de las pensiones. Preguntar a los jefes.
Ahí veo más un error de organización y una falta de
posicionamiento previo sindical que una chapuza del técnico. Este debe debatir
con sus conocimientos en el seno del sindicato y, después, representarlo (si su
conciencia se lo autoriza) a batallar en donde sea. La formación de la opinión
sindical es una forma compleja de reunir el conocimiento con la política, de
conjuntar pérdidas y ganancias presuntas, de aventurar el ataque enemigo y de
colocar las piezas adecuadamente en el tablero. Para eso hay que saber ajedrez,
no solo saber arengar a las masas y considerar con prudencia si se va a tablas
o al riesgo.
En cambio, el asunto se está tratando desde la perspectiva de un
técnico o endiosado o engañado. Falto de capacidad de maniobra y de prudencia
política. Pienso que no es eso, aunque así sea. Asistir al conclave de las
pensiones era un riesgo excesivamente grande como para ir como el Llanero
Solitario y terminar en plan Gary Cooper en High Noon (aunque este tenía como
premio a Grace Kelly, lo que justificaba muchas cosas según mi punto de vista).
Ahí el sindicato erró.
En fin, teniendo en cuenta las inmensas diferencias entre unos y
otros, incluso ahora que estoy en el gremio de los del jubileo, considero que
conocimiento y trabajo han de ir de la manita, Pepe Luis. Y eso significa que
diferencias hailas y justificación de ellas también. Pero arriba de todo existe
alguna estrategia general que apunta a algún futuro para todos, ingenieros y no
ingenieros.
Lluís Casas, haciéndose un lío con la madeja.