viernes, 5 de julio de 2013

EL TIEMPO QUE HACE

En lugares y tiempos tan alarmantes como los que vivimos (por cierto ha salido un libro sobre el Quinto Reich, no vean el tembleque que da, “La quinta Alemania. Un modelo hacia el fracaso europeo” de Ángel Ferrero i Brotons, Carmela Negrete Navarro y Rafael Poch-de-Feliu Fernández. Edit. Icaria) no es cómodo, ni siquiera para Lluís Casas, escribir sobre eso del tiempo. Pero la tentación es la tentación y para eso está afortunadamente la confesión y el perdón de los pecados. Útil herramienta para los humanos que gustan saltarse las reglas y recuperar fácilmente la esperanza ante mortem.

En tiempo que hace puede significar a la vez cosas varias o tal vez, en realidad, ninguna. Puede referirse a cuestiones meteorológicas, la lluvia, el viento, el sol y la temperatura y la valoración que de ellas surge de la conversación. Esto es un tiempo meteorológico, el weather inglés para entendernos. Elemento substancial no para prever el paraguas o el jersey, sino para obviar una compañía circunstancial no silenciosa o simplemente como cómodo sustitutivo de un saludo más comprometido.

Otra cosa es referirse a la temperatura social, política o personal, cuestiones de claro valor subjetivo, esencialmente sobre la salud, el trabajo y los amores de cada uno. Asuntos que se comentan en el bien entendido que no hace falta decir la verdad, ni aproximarse siquiera a ella. Es un nivel, pese a ello, de clara cercanía y confianza, que puede derivar en un café o en una cita futura a cumplimentar o no. Sin compromiso.

También nos recuerda la expresión ese concepto indefinido e indefinible de los días, las semanas, los meses, los años y los siglos. Asunto absolutamente incomprensible puesto que se trata en realidad de lo que vemos en el espejo cuando nos miramos y no de una tangibilidad física. Allí está la relación entre el espacio que crea el universo en su expansión y la velocidad de la luz, o sea el tiempo. Si lo entienden, les pido encarecidamente que me lo expliquen con una cierta adecuación elemental a lo que un cierto profesor de dibujo llamaba entendederas. A las que el comparaba con las gafas, puesto que nos exigía que nos las pusiéramos para atender a sus explicaciones.

En realidad, después de este introito quisiera referirme a la crisis política y económica que nos rodean y a esas miles de vicisitudes que víctimas, verdugos y Eichmann varios disfrutamos o sufrimos a partes absolutamente desiguales. Estas últimas semanas han sido fructíferas en acontecimientos de cierta importancia, como el encarcelamiento (¿provisional?) del eminente Bárcenas, cabeza de puente del saqueo económico y político del Estado. Encarcelamiento que viene precedido por miles de millones de mensajes y constataciones de fraude de alta cuna, que presumían de estar exentos de la ley y el orden. Otro más es la invasión del territorio soberano de Bolivia en Austria a la búsqueda del hombre enmascarado, presuntamente oculto en la bodega del avión presidencial. Este es otro fenómeno que rompe con cláusulas y normas internacionales que duran desde Carlomagno. Es esta una época en la que nada, es decir nada, puede prevalecer frente al monopolio del poder económico o imperial. No hay el más mínimo equilibrio de poderes que garantice una cierta apariencia de tacto educativo. Recuerden que don Vladimiro Illich, disimulado en un tren, fue trasladado desde Suiza a Rusia, sin que nadie echase un vistazo al vagón de primera. Hoy unos policías austriacos, un embajador español en Viena y vete a saber cuántos androides microscópicos se han infiltrado entre las normas de respeto internacional para mirar bajo la cama de un presidente constitucional y democrático que va de viaje en avión oficial y de acuerdo con las pautas habituales. No solo es bochorno lo que produce, sino también la desaparición rápida de la noticia y de los supuestos comentarios, es decir, pura presión sobre los medios. Pienso que incluso los hunos, de tan mala fama, eran más considerados en sus relaciones vecinales.

Si la quiebra del sistema económico y el intenso desgaste de la democracia y de los derechos están como están, no solo hay que buscar rápidamente alternativas y coaliciones, sino algún refugio antiatómico en desuso.

Lluís Casas en el altiplano boliviano.


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