En
lugares y tiempos tan alarmantes como los que vivimos (por cierto ha salido un
libro sobre el Quinto Reich, no vean el tembleque que da, “La quinta Alemania.
Un modelo hacia el fracaso europeo” de Ángel Ferrero i Brotons, Carmela Negrete
Navarro y Rafael Poch-de-Feliu Fernández. Edit. Icaria) no es cómodo, ni
siquiera para Lluís Casas, escribir sobre eso del tiempo. Pero la tentación es
la tentación y para eso está afortunadamente la confesión y el perdón de los
pecados. Útil herramienta para los humanos que gustan saltarse las reglas y
recuperar fácilmente la esperanza ante mortem.
En
tiempo que hace puede significar a la vez cosas varias o tal vez, en realidad,
ninguna. Puede referirse a cuestiones meteorológicas, la lluvia, el viento, el
sol y la temperatura y la valoración que de ellas surge de la conversación.
Esto es un tiempo meteorológico, el weather inglés para entendernos. Elemento
substancial no para prever el paraguas o el jersey, sino para obviar una
compañía circunstancial no silenciosa o simplemente como cómodo sustitutivo de
un saludo más comprometido.
Otra
cosa es referirse a la temperatura social, política o personal, cuestiones de
claro valor subjetivo, esencialmente sobre la salud, el trabajo y los amores de
cada uno. Asuntos que se comentan en el bien entendido que no hace falta decir
la verdad, ni aproximarse siquiera a ella. Es un nivel, pese a ello, de clara
cercanía y confianza, que puede derivar en un café o en una cita futura a
cumplimentar o no. Sin compromiso.
También
nos recuerda la expresión ese concepto indefinido e indefinible de los días,
las semanas, los meses, los años y los siglos. Asunto absolutamente
incomprensible puesto que se trata en realidad de lo que vemos en el espejo
cuando nos miramos y no de una tangibilidad física. Allí está la relación entre
el espacio que crea el universo en su expansión y la velocidad de la luz, o sea
el tiempo. Si lo entienden, les pido encarecidamente que me lo expliquen con
una cierta adecuación elemental a lo que un cierto profesor de dibujo llamaba
entendederas. A las que el comparaba con las gafas, puesto que nos exigía que
nos las pusiéramos para atender a sus explicaciones.
En
realidad, después de este introito quisiera referirme a la crisis política y
económica que nos rodean y a esas miles de vicisitudes que víctimas, verdugos y
Eichmann varios disfrutamos o sufrimos a partes absolutamente desiguales. Estas
últimas semanas han sido fructíferas en acontecimientos de cierta importancia,
como el encarcelamiento (¿provisional?) del eminente Bárcenas, cabeza de puente
del saqueo económico y político del Estado. Encarcelamiento que viene precedido
por miles de millones de mensajes y constataciones de fraude de alta cuna, que
presumían de estar exentos de la ley y el orden. Otro más es la invasión del
territorio soberano de Bolivia en Austria a la búsqueda del hombre enmascarado,
presuntamente oculto en la bodega del avión presidencial. Este es otro fenómeno
que rompe con cláusulas y normas internacionales que duran desde Carlomagno. Es
esta una época en la que nada, es decir nada, puede prevalecer frente al monopolio
del poder económico o imperial. No hay el más mínimo equilibrio de poderes que
garantice una cierta apariencia de tacto educativo. Recuerden que don Vladimiro
Illich, disimulado en un tren, fue trasladado desde Suiza a Rusia, sin que
nadie echase un vistazo al vagón de primera. Hoy unos policías austriacos, un
embajador español en Viena y vete a saber cuántos androides microscópicos se
han infiltrado entre las normas de respeto internacional para mirar bajo la
cama de un presidente constitucional y democrático que va de viaje en avión
oficial y de acuerdo con las pautas habituales. No solo es bochorno lo que
produce, sino también la desaparición rápida de la noticia y de los
supuestos comentarios, es decir, pura presión sobre los medios. Pienso que
incluso los hunos, de tan mala fama, eran más considerados en sus relaciones
vecinales.
Si la
quiebra del sistema económico y el intenso desgaste de la democracia y de los
derechos están como están, no solo hay que buscar rápidamente alternativas y
coaliciones, sino algún refugio antiatómico en desuso.
Lluís
Casas en el
altiplano boliviano.