martes, 7 de septiembre de 2010

EL NUEVO CURSO






Felizmente terminadas las largas vacaciones agosteñas, liberados ya del disfrute diario de la siesta. Agradablemente exentos de la inclemente insolación en la playa o del rebaño en la piscina substitutoria, ahuyentadas las visitas recalcitrantes de familiares o de amigos poco deseados y un largo etcétera de incomodidades, nos enfrentamos sin más tapujos a un calendario político de armas tomar que se prolonga hasta las presuntas elecciones al estado federal allá en el marzo del 2012. En el plazo inmediato tenemos el aperitivo del Parlament de Catalunya (ahora con cierta seguridad en la fecha), a finales del próximo noviembre, seguirá un primer plato con las elecciones locales y autonómicas de la primavera próxima y para finalizar el comistrajo tendremos el plato fuerte estatal.


Eso por una parte. Por otra, tenemos los vaivenes de la crisis económica actuante tal que una ruleta rusa o neoliberal que nos distrae, nos asusta o nos da repelús, según como nos va a cada uno. Pero no acaba ahí la cosa, no crean, puesto que los asuntos a devengar son muchos y variados y tienen más aristas que una torre poliédrica de ocho lados. Para comprobarlo hagan simplemente su propia lista de eventos en los que de alguna forma se hallan incluidos ustedes o sus próximos más allegados, tanto porque sus efectos los han de notar en el bolsillo o en la moral, y verán.


La lista, deben reconocerlo, es de aúpa. Para enfrentarse a ella les daré un consejo: no la contemplen como un paquete sólido, único. Desmenúcenla punto por punto, asunto a asunto. Tratada así es más tolerable, incluso manejable, genera alguna esperanza y, llegados al caso, es perfectamente asumible dentro de la perspectiva temporal del universo. Finalmente tomen una copa de fino y unas tapas. Eso lo arregla todo.


No les hablaré de mis pronósticos electorales, mi propia encuesta particular no es fiable, como tampoco las estadísticamente elaboradas; ahora bien sí les hablaré del hilo del que penden realmente las elecciones, la economía y sobre todo la ocupación. En el fondo de la esperanza a plazo real. Ese hilo no es el único, muchas elecciones se han ganado por asuntos externos a la economía, como el tratamiento que se dio a un atentado terrorista por ejemplo. Pero hay que reconocer que una situación de mejoría económica ayuda mucho a hacerse con los votos necesarios.


Como habrán observado, he citado la economía y la ocupación, así por separado. E, incluso, cito ocupación y no paro. Cosa que hago reconfortándome con la argumentación de Krugman en El País de hace pocos días. En ella aludía a la poca atención que el mundo político y económico hacía a la base de la tranquilidad humana, la existencia de un trabajo que permita vivir decentemente. Los políticos y los ecónomos que mandan huyen absolutamente de las exigencias para mejorar la ocupación. Ya vendrá el verano después del invierno, nos dicen. Esa argumentación es solemnemente falsa. Para los trabajadores la ocupación decente es imprescindible y quienes nos administran la economía debieran entender que la democracia y los votos responsables son sustancia del trabajo decente. De ahí su acento excesivo e ideológico por el déficit presupuestario y no por la tasa de paro, por la tasa de ocupación, por los salarios medios, por la masa salarial, por el peso del salario sobre el PIB, etc.


Hay ahí, a parte de complejas explicaciones metodológicas, un sentido de clase cada vez más exacerbado. Si un alto ejecutivo estropea una empresa, la respuesta es, tal vez puesto que no es seguro, el despido con una alta recompensa. Miren sino esos emolumentos de la Caixa de Catalunya para no ir demasiado lejos. Ahí se expresa el sentido de clase. Como también lo hace cuando se trata de definir qué se hace con las picardías del parado, a las que hay de perseguir implacablemente. O con las pensiones del jubilado. Jubilado, claro está, que no estuvo en nómina bancaria o en la presidencia de la patronal española, por poner el más claro ejemplo de lo discordante del discurso del déficit.


Hoy, lo absolutamente necesario, es trabajar para edificar ocupación. Si es con un déficit controlado y ejemplarmente administrado, no hay que dudarlo. Ese déficit se enjugará con crecimiento, es decir con salarios que pagan IRPF, IVA y lo que le cuelguen.


El otro día, en un periódico, alguien citaba el peligro de la ruptura social y de la creación de tensiones descontroladas en la sociedad si los ejemplares políticos y los ecónomos al mando no dan con el botón de la ocupación. Una forma de decirles que si no lo hacen por convencimiento podrían tener que hacerlo por miedo. El miedo es otro síntoma del sentimiento de clase, vaya que si.



Lluis Casas, advirtiendo que el horno no está para bollos.