viernes, 28 de mayo de 2010

UN CUENTO DE TERROR





Me permitirán que, en un momento de debilidad literaria, les repita el cuento que Tim Barton me relató la otra noche tomando unas cañas y carné mechá en la taberna del Manteca en Cádiz, mientras el de Parapanda hacía lo propio con unas nécoras en tierras galaicas. Me explicó que estaba preparando su nueva película y que esta se basaría en una extraña leyenda que le relataron en una isla del Pacífico Sur. Allá va la síntesis de la trama.


Cuentan que en esa isla existía un Banco Central que debía preservar la buena salud financiera de la isla y de los ahorros de sus residentes. Para ello se nombró, en un acto que después devino un profundo error, a un eminente brujo vinculado a la escuela del liberalismo y con profundas amistades con el mundo del poder del dinero. Según dicen, el personaje fue elegido en la creencia que esas características serían adecuadas para calmar las excitantes crisis nerviosas que el liberalismo y el dinero sufrían en la isla cada vez que alguien tenía una idea distinta a la suya.


Cuentan que el hombre nada hizo cuando las circunstancias reclamaban su acción para enfriar la enorme especulación inmobiliaria que arrasaba la isla y encarecía a niveles impensables las chozas de paja. Tampoco se inmutó en exceso cuando las alegres chicas de Wall Street se lanzaron en pos de un nuevo mercado financiero basado en las astracanadas más alucinantes y que tuvo serias derivaciones en la propia isla a costa de los cerdos y las perlas, productos ya inexistentes en la isla. Es decir, era un hombre para no hacer nada.


En ese punto, nada se cuenta sobre si la intención del personaje era malévola y perseguía llevar el pufo (término más que adecuado al personaje) a extremos imposibles para así obtener un botín secular.


Si bien su inacción en materia de su negociado era patente, su aparición en todos los círculos isleños era apabullante en busca de que otros hicieran algo distinto a lo que al hacía: que actuaran en beneficio de los principios inasequibles del empresariado especulante. Pedía e insistía en cosas del estilo del despido libre de los pastores, de la laminación sindical de los brujos y otras muchas por el estilo.


La cosa financiera llegó a tal altura que distintas entidades de prestamistas entraron en una quiebra inmediata. Solo entonces el hombre saltó al ruedo. Había que salvar los depósitos, no fuera a armarse la de dios es cristo, pero el sistema comunal de préstamos y arriendos iba a ser desmantelado, dado que se había demostrado su ilustre incompetencia y puesto a disposición de entidades serias y poco dadas a la acción social.


Muchos en la isla se preguntaban como era posible que un prestamista oficial y de larga tradición deviniera en días cosa inútil y que el ilustrado prócer encargado de la vigilancia del rebaño financiero nada supiera o nada hiciera. Aquí va la pregunta del millón. ¿Se encontraba la isla frente a un profesional inútil para su labor o, por el contrario, este actuaba dejando hacer para recoger los restos de las quiebras a buen precio?


Una pregunta que Tim Burton no supo contestar, el hombre aludió a que los isleños callaban justo en ese momento.



Lluis Casas supervisor del supervisor