viernes, 21 de mayo de 2010

REPOSO Y REFLEXIÓN




Me permitirán que, frente a lo que cae y lo que caerá, proceda a un leve paro reflexivo. Es oportuno hacerlo, dado que el insigne prócer de Parapanda ha pillado unas vacaciones para comer marisco y sin invitar a nadie ha cerrado el quisco por unos días. Con ese ejemplo, yo mismo cojo las de villa Diego y me largo a Cádiz, lejos muy lejos del otro Finisterre, por lo que dejo en la mesilla de noche lo que sigue. Lo leerán ustedes después de la segunda pascua.


Si continuamos el viraje hacia la derecha corremos el riesgo de caer por estribor. La frase no es una “boutade” cualquiera, si no que tiene significado real. El análisis de las posiciones políticas e ideológicas de los partidos y de los movimientos sociales indica que la deriva a la derecha es constante desde hace algunos lustros. Permanecen en algún caso términos que suponen un ancla respecto a lo que fue, como el término socialismo. Pero la realidad es muy otra.


Los cambios en esa área de la ideología y la política no son ni buenos ni malos, simplemente son. Y las adaptaciones a los cambios que la vida exige hay que aceptarlos como algo consubstancial al asunto. El no cambiar pase lo que pase, es también una forma de enfermedad terminal, pero el cambio que desfigura la esencia tiene el mismo virus, con consecuencias similares, aunque sin cadáver visible.


Si dejamos al margen las cuestiones vinculadas a los hábitos sexuales, familiares, etc. en donde el conjunto de la sociedad ha incorporado una extrema (y afortunada) libertad de pensamiento y acción (con tolerancias a veces excesivas), en cuestiones de índole político, social y principalmente económico el asunto es muy otro. Ahí el abandono de los principios sociales, del sentimiento social y de comunidad y por ende de las políticas que la defienden y fortalecen, es intenso y, hasta hoy, victorioso. Triunfa el individualismo más feroz con todo lo que ello comporta.


Una consecuencia práctica es que el liberalismo económico campa a sus anchas por esos campos del socialismo. Ni siquiera es posible reconocer a veces el aire keynesiano imprescindible para el mantenimiento de la cordura económica. Ese socialismo ha abandonado la defensa consecuente de lo público en aras de perseguir el mito del capitalismo para todos y del crecimiento para todos. Unas mentiras sabidas, pero que han redirigido las políticas económicas con mano de hierro. No importa que el servicio público privatizado funcione a lo Groucho Marx, siempre se encontraran razones para mantener los beneficios privados y el mal servicio a los clientes. Si se fijan en el lenguaje (ahí ESADE y el IESE han hecho de propagadores) es el protagonista del cambio. De ciudadanos, portadores de derechos y deberes, pasamos a usuarios, después a clientes, para finalmente ser “esos” que pagan. La pérdida de poder que el lenguaje sintetiza es enorme. Eso ha pasado durante los últimos veinticinco años en muchos países y a velocidades supersónicas. Los beneficios que ha reportado la operación para unos cuantos han sido inmensos. Y aun lo harán con el pobre sector público o social que queda. Piensen que el 50% del sistema financiero es social, es lo que representan las cajas, que ahora se está preparando para ser transferidas a los bancos e inversores privados. Esto es como en la desaparición de la URSS, las empresas que aparentemente no daban beneficios fueron subastadas a la baja y convirtieron en multimillonarios a los manipuladores. El Estado se quedó quebrado y solo con la calderilla. Pasó con los ferrocarriles británicos, pasó con ENDESA, etc. etc.


Esa deriva derechista en lo económico y en lo social es intensísima y totalmente irreflexiva. No hace mucho un secretario de un gobierno decía en una reunión de altos cargos que eso de los trabajadores públicos o funcionarios era una molestia. Tenían derechos, actuaban los sindicatos y todo junto elevaba los costes y reducía la productividad. No varió de opinión ni ante informes que justificaban todo lo contrario. Era más que una opinión, era una creencia y eso no hay quien lo quiebre. El caso resulta muy curioso, puesto que al debate asistía el responsable de función pública (el mandamás de los trabajadores públicos) y no dijo ni pío.


Eses liberalismo (a veces ultra liberalismo) transversal, que alimenta a un porcentaje enorme de cargos socialistas (no a todos, por supuesto y afortunadamente), no ha variado ni ahora con una crisis que ha puesto de relieve las ventajas de un sector público potente y eficiente, con un sistema fiscal de verdad. Por ello digo que son creencia, al estilo más ultramontano de los católicos y apostólicos. Son también parecidos a esa ultra derecha creacionista que es capaz de poner fecha reciente a la creación del mundo por el sistema del dedo de dios.


El asunto a veces tiene alguna ruptura, como cuando esos social liberales se ven frente a la pérdida electoral a la pérdida de relieve, al abandono cultural. Entonces se aperciben de la falta del pegamento social para un futuro, ni que sea apacible. Piensen en el referéndum sobre la Diagonal en Barcelona. Por poner un ejemplo reciente y no directamente político. Ahí un periódico de derechas, La Vanguardia y un club de defensores del automóvil. El RACC. Han llevado al Ayuntamiento al ridículo. La falta de reacción social estaba asentada anteriormente.


El comentario es aplicable a toda la izquierda, faltaría más. Partidos, sindicatos, movimientos sociales. Que se empeñan en aceptar las mentiras liberales y la pérdida de organización y de mentalidad combativa. Pero, tanto por el peso del socialismo, como por el protagonismo de los gobiernos a sus órdenes, el dedo hay que ponerlo primero en ese ojo.


Lluis Casas