jueves, 2 de abril de 2009

LAS OPORTUNIDADES DE LA CRISIS





Como con toda probabilidad el editor me permite ciertas libertades, les ofrezco lo que sigue como una reflexión tranquila y alejada de las críticas a las acciones de cada día.


Algunos comentaristas económicos e incluso algunas personalidades de la ciencia social que es la economía, describen las crisis económicas como un momento de oportunidades. Oportunidades para resolver lo que antes no parecía posible. La afirmación puede hacerse extensiva a otras zonas del entramado social, aunque es el ámbito económico donde más a menudo se cita –a veces en vano-- y en donde la experiencia constata su presunta realidad. Una crisis desvanece las hipótesis del mercado y sólo las empresas bien afincadas, con tecnología y gestión competentes, con productos o servicios ajustados, resisten y al final se hacen con parcelas del mercado más importantes que antes. Esa es su oportunidad, lo que algunos han explicado con aquello de la destrucción creativa (que don José Schumpeter escribía con mayúsculas) desaparecen empresas para hacer aflorar otras más adaptadas. Una especie de mal entendido darwinismo de mercado.



Esa visión positiva de las crisis no es ninguna novedad: las crisis siempre han formado parte de los procesos de transformación de las sociedades. En ellas aparece “lo viejo” como susceptible de ser substituido por “lo nuevo”. En la literatura del siglo veinte eso de lo nuevo y lo viejo ha estado en las tapas de novelas, de tratados filosóficos, de descripciones sobre arte y en la ciencia. Creo recordar incluso algún excelente film de procedencia soviética acerca de ello. La misma medicina y, por descontado la psicología, hablan de las crisis que preceden a la edad adulta o a la mejoría de la enfermedad. Estamos pues ante una visión más que tradicional que considera la historia como una evolución contradictoria hacia lo mejor. Afirmación que yo nunca haría por temor a equivocarme. Comprensión tradicional, efectivamente, aunque sorprendente. Sorprendente porque frente a los estragos de la crisis en términos de pérdida de puestos de trabajo, de dolor en muchas familias, de necesidad de volver a donde con muchos esfuerzos se ha venido, de hundimiento vital, oír que eso que sufrimos es una oportunidad deja perplejo. Pero así es, cuando lo que vemos son los grandes flujos sociales y ocultamos a la vista sus efectos sobre las personas. Aquello de los árboles y el bosque.


Pero, ¿es cierto que la crisis crea oportunidades que la situación anterior no ofrecía? Pues sí, lo es. Es rotundamente cierto. Sin la crisis probablemente General Motors continuaría con una política estilo avestruz y, tal vez, el esfuerzo que le exige la crisis y el Presidente Obama sitúe la empresa en zona de beneficios. Tal vez.


Una característica de la historia social es la resistencia al cambio, la dificultad para superar determinados enfoques políticos, económicos o ideológicos en una situación de mayor o menor normalidad. Es el enquistamiento de lo establecido. Intereses y miedo. Los tenemos en todos los eslabones de la estructura social y económica. Lo hemos vivido los últimos veinte años: los cambios se han realizado prácticamente sólo en zonas tecnológicas.


Si los fenómenos que desencadena la crisis logran romper esos diques, en muchas ocasiones aflora lo nuevo. No sin costes, evidentemente. Aunque la resistencia al cambio también los tiene, por descontado.


Viendo la historia no siempre lo alumbrado es a mejor, eso es cierto sobretodo si miramos los años treinta del pasado siglo, en los que se alumbró el fascismo y el nazismo. Siempre ocurre así, hay diversos tiempos nuevos y entre ellos también hay confrontación.


Hoy, posiblemente, estamos en esas circunstancias. La dimensión de las cuales no me atrevo a identificar en relación a otros periodos históricos, pero ciertamente la necesidad de cambios es muy intensa y los problemas existentes otro tanto. El clima, la energía, la democracia, las finanzas piratas, la explosión demográfica, y un largísimo etcétera. La lista suscita la necesidad del cambio, un cambio en profundidad a poco que las personas sean reflexivas e informadas. Y ello, no solamente en términos como los que algún bromista ha puesto en circulación: como que hay que refundar/reformar el capitalismo, sino con signos de mayor seriedad, mucha mayor seriedad.


Por lo pronto, algunos de los signos que podían identificar los últimos treinta años (incluso más) están siendo derribados, al menos en tanto que símbolos. Cito de nuevo la General Motors, que no es mal ejemplo, a fe mía. Como también lo que significa Wall Street. O la garantía de la propiedad inmobiliaria, aunque con menos intensidad que los anteriores. O el petróleo, como combustible básico. O el significado de los USA como centro del mundo y el dólar como corolario. O, la aplicación del imperialismo militar como solución para las colonias. Muchos son los ejemplos que hallaríamos y en conjunto todos ellos dan significación acertada sobre la dimensión de la crisis.


Desde el pequeño mundo de nuestro alrededor, las cosas no son distintas, pueden tener dimensiones proporcionales a su entorno que las presentan como diferentes, pero sólo es la impresión de la cercanía de un patio de vecinos. Una falta de enfoque sobre lo inmediato.


Las oportunidades pueden ser grandes o pequeñas, incluso inmensas si estamos en el plano del gobierno, pero existen a todos niveles. Vean sino lo que citan los periódicos: el presidente del Banco de España con los grandes problemas que determina la banca y en plena intervención de una caja de ahorros sin líquido, cita como paradigma de los grandes cambios los contratos de trabajo, las indemnizaciones y los costes del despido. El tiro va hacia las garantías de protección de los trabajadores. Pero no dejemos en saco roto esas palabras más que interesadas. Probablemente también algunos instrumentos, como determinados amortizadotes sociales, deban revisarse: a mejor, naturalmente. Eso los sindicatos y los trabajadores deben enfrontarlo, a menos que se sienten y esperen la derrota. Como también debe hacerse con el tinglado inmobiliario y el sistema fiscal que permite lo que permite. En otro orden de cosas, un sector como el turístico ve las orejas del lobo con caídas de demanda elevadas. Hasta hoy se ha explotado al máximo un turismo depredador y que tiene costes ocultos enormes. Hoy parece que se empieza a considerar en serio que tal vez menos turistas en un entorno más cuidado y con servicios más complejos que la playa y el sol generen mayor riqueza.



Esa sensación de grandes cambios debería reforzarse y armarse en base a propuestas y acciones tendentes a reforzar el carácter social de la economía, pero lo que vemos en las palestras va escaso de propuestas. O eso me parece a mí.



Lluis Casas, cambiando.