RELATOS DE
BADALONA (2)
LOS TRES
PAQUISTANIES. Primera parte, la hipoteca.
Escribe Lluis Casas
Antes de
relatarles esta compleja historia, tengo la obligación de hacerles la siguiente
advertencia: el conjunto de lo que viene a continuación es una invención del
autor, pero cada una de las personas y de los detalles están sacados de la
realidad cierta. Simplemente he unido en un único relato diversas experiencias,
lo cual no quita que, en esencia, lo que les detallo narrativamente pueda
figurar como algo perfectamente vivido. Les evito, como a mí mismo, los nombres
figurados de los personajes en su propia lengua, por su complejidad y la
dificultad de pronunciación y me decido por los números y no por nombres
latinos como José o Miguel para ser más respetuoso con los significados
nominales.
Hace unos
pocos años, el paquistaní que llamaremos UNO, un hombre casado, trabajador y
ciertamente emprendedor llegó solo a Badalona. Como si esta ciudad fuera una
quimera. No sabemos de dónde venía, pero si su origen como certifican sus
documentos. Tampoco consta cómo lo hizo y que dificultades tuvo que soportar para
llegar a esta esquina mediterránea.
Como es
habitual en estos casos, UNO fue acogido por otros compatriotas que le ayudaron
en el procedimiento de buscar trabajo, hacerse con el dominio de unas cien
palabras castellanas, una docena en catalán y en el entendimiento básico de la
sociedad badalonesa y española: seguridad social, salud, derechos, etc. hagan
una lista situándose como emigrantes, digamos en Uzbequistan, y estarán al cabo
de la calle.
La suerte y
la coyuntura produjeron trabajo, ingresos estables y el deseo de traer al resto
de su familia. UNO se vio paulatinamente integrado en el nuevo mundo. Con la
habilidad propia de sus connacionales consiguió que su esposa, sus dos hijos y
su suegra llegasen en buenas condiciones. Con su llegada se desencadenó la
necesidad de una vivienda, cosa hasta el momento suplida por el hacinamiento
solteril con diversos camaradas.
Ahí, la
historia de UNO se identifica totalmente con las peripecias que cualquier
familia en busca de acomodo decente en un tiempo en que los alquileres subían y
la oferta era escasa, como siempre.
UNO, con el
particular sentido práctico de su cultura, decidió que, si bien un alquiler era
costoso de conseguir, y además de caro, tal vez la compra de una vivienda
podría ser una solución mejor. Al efecto y dado su escaso capital acumulado,
UNO pensó en solicitar una hipoteca, que según había observado parecía ser un
mero trámite. Era del dominio público que las hipotecas se otorgaban
simplemente con ponerse en la cola y generalmente te facilitaban no solo la
totalidad del valor de la vivienda, sino un poco más. Cosa muy bien recibida,
pues resolvía los problemas de amueblamiento y equipamiento e incluso de
primeras letras de un automóvil. Si el asunto salía bien, el salto cualitativo
en la familia de UNO iba a ser astronómico.
La búsqueda
de la deseada vivienda le proporcionó a UNO una serie de posibles oportunidades
futuras que le hicieron pensar que el asunto de la vivienda bien podía
convertirse en un modo complementario de mejorar sus ingresos. El API al que
acudió le sorprendió con la afirmación que en un año su vivienda se vería
revalorizada en un 20% en el peor de los casos. Una ganancia de un 20% sobre
una inversión prácticamente cero (la dichosa hipoteca) era un margen de
beneficio ciertamente goloso y muy tentador. Añadió el API como complemento
para la tentación, que las viviendas se vendían como rosquillas en menos de un
mes. No había pues ningún riesgo en lanzarse con una mano delante y otra detrás
a la compra del pisito.
UNO entendió
que no debía perder tiempo y cuanto antes se hiciera con la vivienda deseada
mejor y más productiva iba a ser la operación. Así pues, se puso en manos del
simpático API y optó por una oferta de una vivienda que significaba pagar
mensualmente una cuota del 60% de sus ingresos durante más de 30 años. El
acceso a una banca no iba a ser ningún problema, puesto que el simpático API le
iba a proporcionar el contacto con la Caixa del Principat que últimamente se
había mostrado muy facilitadora de créditos (y de comisiones, cosa que el
simpático API lógicamente no citó).
El asunto era
factible en la opinión de UNO, no así en la visión que su esposa expuso. Esta
con más realismo le advirtió que con el 40% de su sueldo para vivir cinco
personas no resultaría ni cómodo, ni probablemente posible. Un negocio
buenísimo en la mente de UNO se estaba complicando.
La solución
la encontró en el mercado, como siempre. Sus colegas le explicaron que mientras
su economía se desarrollaba podía alquilar alguna habitación de su nueva
vivienda y pagar con ello una buena parte de la cuota hipotecaria, con lo que
el esfuerzo económico se reducía mucho y podrá laminar las discrepancias
matrimoniales.
Efectivamente,
resueltas las previsiones de gasto doméstico, contactada una pareja que buscaba
acomodo vital, UNO se decidió a visitar, acompañado por el simpático API, la
sucursal de la Caixa del Principat.
Ningún
problema le dijo el agradable director de la sucursal de la Caixa del
Principat. La adquisición de una vivienda mediante un crédito hipotecario era
una excelente decisión y con posibilidades de grandes rendimientos
patrimoniales. La Caixa del Principat podía resolver el otorgamiento del
crédito en pocas semanas, simplemente reunir la documentación, contactar con
los avaladores y firmar con el notario, ciertamente una persona muy simpática y
dicharachera.
A UNO se le
encendieron todas las alarmas: ¿avaladores? ¿Qué era eso? ¿Cómo podía reunir
avales suficientes?
Su rostro
generó de inmediato preocupación al simpático API y al agradable director de la
agencia. Veían como la operación se podía esfumar en pocos momentos. Había que
actuar rápido.
El agradable
director de la sucursal tomó la palabra de inmediato: veo que los avales pueden
ser un problema, pero no se preocupe, entre el simpático API y yo mismo le
facilitaremos los avalistas necesarios. Simplemente usted tiene que convertirse
a su vez en avalista de otros y asunto zanjado.
Un milagro,
la Caixa del Principat no solo era una entidad financiera, sino que hacia
milagros. De varias familias interesadas en la adquisición de vivienda sin los
requisitos patrimoniales necesarios se estructuraba una cadena de avales entre
ellos que resolvían ese miserable incomodo que era la capacidad financiera.
De este modo
UNO conoció a DOS y a TRES. Todos ellos provenientes de Paquistán, todos ellos
en situación similar. DOS era un reciente comerciante de 24 horas, con un
pequeño local y un arreglo informal con un tinglado financiero poco formal.
TRES era albañil, sin contrato fijo, pero con un certificado de autónomo que le
habilitaba como pequeño emprendedor. Todos con familia organizada y con
parientes vinculados que esperaban la vivienda en régimen de comunidad de
hecho. En total, el asunto afectaba a una treintena de personas de todas las
edades, sexos, oficios y limitaciones lingüísticas.
Hay que
advertir a los exigentes con el realismo, que, en las múltiples conversaciones
con el simpático API, el agradable director y el campechano notario era
imprescindible la presencia de CUATRO en calidad de modesto traductor del
castellano al urdu, ya que su estancia en Badalona durante un quinquenio lo
habilitaba para ello. Al esfuerzo de CUATRO se sumaban tres de los hijos de las
familias que aspiraban a hipotecarse como jóvenes auxiliares de traductor, dada
su asistencia escolar y su inicial manejo práctico del castellano y del
catalán.
Con todos los
problemas resueltos se llegó en una mañana soleada en la que, tres familias
paquistaníes, un API, un director de sucursal, cuatro traductores aficionados y
un notario se reunieron en la sucursal de la Caixa del Principat para firmar
tres hipotecas con dos avales cada una. UNO recibió los avales de DOS y TRES.
DOS los recibió los de UNO y TRES. Y, finalmente, TRES los recibió de UNO y de
DOS.
La sesión fue
larga, puesto que el movimiento humano con cada firma suponía costosas
aclaraciones. Hay que añadir que el campechano notario dio múltiples
explicaciones en el lenguaje jurídico pertinente que, ni el traductor
principal, ni los auxiliares supieron transmitir adecuadamente al urdu. Ni con
la primera familia, ni con la segunda, ni siquiera con la tercera.
La sesión finalizó
con el deslizamiento clandestino de un cheque al simpático API que se sumó al
que obtenía paralelamente con su intermediación inmobiliaria. Con la huida
vertiginosa en motocicleta del notario a celebrar nuevas firmas hipotecarias y
con la celebración familiar de tres nuevos propietarios y contratistas
avaladores.
Seguirá. No
lo duden.
Lluís Casas,
antropólogo