martes, 21 de marzo de 2017

RELATOS DE BADALONA (2)

RELATOS DE BADALONA (2)
LOS TRES PAQUISTANIES. Primera parte, la hipoteca.


Escribe Lluis Casas


Antes de relatarles esta compleja historia, tengo la obligación de hacerles la siguiente advertencia: el conjunto de lo que viene a continuación es una invención del autor, pero cada una de las personas y de los detalles están sacados de la realidad cierta. Simplemente he unido en un único relato diversas experiencias, lo cual no quita que, en esencia, lo que les detallo narrativamente pueda figurar como algo perfectamente vivido. Les evito, como a mí mismo, los nombres figurados de los personajes en su propia lengua, por su complejidad y la dificultad de pronunciación y me decido por los números y no por nombres latinos como José o Miguel para ser más respetuoso con los significados nominales.

Hace unos pocos años, el paquistaní que llamaremos UNO, un hombre casado, trabajador y ciertamente emprendedor llegó solo a Badalona. Como si esta ciudad fuera una quimera. No sabemos de dónde venía, pero si su origen como certifican sus documentos. Tampoco consta cómo lo hizo y que dificultades tuvo que soportar para llegar a esta esquina mediterránea.
Como es habitual en estos casos, UNO fue acogido por otros compatriotas que le ayudaron en el procedimiento de buscar trabajo, hacerse con el dominio de unas cien palabras castellanas, una docena en catalán y en el entendimiento básico de la sociedad badalonesa y española: seguridad social, salud, derechos, etc. hagan una lista situándose como emigrantes, digamos en Uzbequistan, y estarán al cabo de la calle.

La suerte y la coyuntura produjeron trabajo, ingresos estables y el deseo de traer al resto de su familia. UNO se vio paulatinamente integrado en el nuevo mundo. Con la habilidad propia de sus connacionales consiguió que su esposa, sus dos hijos y su suegra llegasen en buenas condiciones. Con su llegada se desencadenó la necesidad de una vivienda, cosa hasta el momento suplida por el hacinamiento solteril con diversos camaradas.

Ahí, la historia de UNO se identifica totalmente con las peripecias que cualquier familia en busca de acomodo decente en un tiempo en que los alquileres subían y la oferta era escasa, como siempre.

UNO, con el particular sentido práctico de su cultura, decidió que, si bien un alquiler era costoso de conseguir, y además de caro, tal vez la compra de una vivienda podría ser una solución mejor. Al efecto y dado su escaso capital acumulado, UNO pensó en solicitar una hipoteca, que según había observado parecía ser un mero trámite. Era del dominio público que las hipotecas se otorgaban simplemente con ponerse en la cola y generalmente te facilitaban no solo la totalidad del valor de la vivienda, sino un poco más. Cosa muy bien recibida, pues resolvía los problemas de amueblamiento y equipamiento e incluso de primeras letras de un automóvil. Si el asunto salía bien, el salto cualitativo en la familia de UNO iba a ser astronómico.

La búsqueda de la deseada vivienda le proporcionó a UNO una serie de posibles oportunidades futuras que le hicieron pensar que el asunto de la vivienda bien podía convertirse en un modo complementario de mejorar sus ingresos. El API al que acudió le sorprendió con la afirmación que en un año su vivienda se vería revalorizada en un 20% en el peor de los casos. Una ganancia de un 20% sobre una inversión prácticamente cero (la dichosa hipoteca) era un margen de beneficio ciertamente goloso y muy tentador. Añadió el API como complemento para la tentación, que las viviendas se vendían como rosquillas en menos de un mes. No había pues ningún riesgo en lanzarse con una mano delante y otra detrás a la compra del pisito.

UNO entendió que no debía perder tiempo y cuanto antes se hiciera con la vivienda deseada mejor y más productiva iba a ser la operación. Así pues, se puso en manos del simpático API y optó por una oferta de una vivienda que significaba pagar mensualmente una cuota del 60% de sus ingresos durante más de 30 años. El acceso a una banca no iba a ser ningún problema, puesto que el simpático API le iba a proporcionar el contacto con la Caixa del Principat que últimamente se había mostrado muy facilitadora de créditos (y de comisiones, cosa que el simpático API lógicamente no citó).

El asunto era factible en la opinión de UNO, no así en la visión que su esposa expuso. Esta con más realismo le advirtió que con el 40% de su sueldo para vivir cinco personas no resultaría ni cómodo, ni probablemente posible. Un negocio buenísimo en la mente de UNO se estaba complicando.

La solución la encontró en el mercado, como siempre. Sus colegas le explicaron que mientras su economía se desarrollaba podía alquilar alguna habitación de su nueva vivienda y pagar con ello una buena parte de la cuota hipotecaria, con lo que el esfuerzo económico se reducía mucho y podrá laminar las discrepancias matrimoniales.

Efectivamente, resueltas las previsiones de gasto doméstico, contactada una pareja que buscaba acomodo vital, UNO se decidió a visitar, acompañado por el simpático API, la sucursal de la Caixa del Principat.

Ningún problema le dijo el agradable director de la sucursal de la Caixa del Principat. La adquisición de una vivienda mediante un crédito hipotecario era una excelente decisión y con posibilidades de grandes rendimientos patrimoniales. La Caixa del Principat podía resolver el otorgamiento del crédito en pocas semanas, simplemente reunir la documentación, contactar con los avaladores y firmar con el notario, ciertamente una persona muy simpática y dicharachera.

A UNO se le encendieron todas las alarmas: ¿avaladores? ¿Qué era eso? ¿Cómo podía reunir avales suficientes?

Su rostro generó de inmediato preocupación al simpático API y al agradable director de la agencia. Veían como la operación se podía esfumar en pocos momentos. Había que actuar rápido.

El agradable director de la sucursal tomó la palabra de inmediato: veo que los avales pueden ser un problema, pero no se preocupe, entre el simpático API y yo mismo le facilitaremos los avalistas necesarios. Simplemente usted tiene que convertirse a su vez en avalista de otros y asunto zanjado.

Un milagro, la Caixa del Principat no solo era una entidad financiera, sino que hacia milagros. De varias familias interesadas en la adquisición de vivienda sin los requisitos patrimoniales necesarios se estructuraba una cadena de avales entre ellos que resolvían ese miserable incomodo que era la capacidad financiera.

De este modo UNO conoció a DOS y a TRES. Todos ellos provenientes de Paquistán, todos ellos en situación similar. DOS era un reciente comerciante de 24 horas, con un pequeño local y un arreglo informal con un tinglado financiero poco formal. TRES era albañil, sin contrato fijo, pero con un certificado de autónomo que le habilitaba como pequeño emprendedor. Todos con familia organizada y con parientes vinculados que esperaban la vivienda en régimen de comunidad de hecho. En total, el asunto afectaba a una treintena de personas de todas las edades, sexos, oficios y limitaciones lingüísticas.

Hay que advertir a los exigentes con el realismo, que, en las múltiples conversaciones con el simpático API, el agradable director y el campechano notario era imprescindible la presencia de CUATRO en calidad de modesto traductor del castellano al urdu, ya que su estancia en Badalona durante un quinquenio lo habilitaba para ello. Al esfuerzo de CUATRO se sumaban tres de los hijos de las familias que aspiraban a hipotecarse como jóvenes auxiliares de traductor, dada su asistencia escolar y su inicial manejo práctico del castellano y del catalán.

Con todos los problemas resueltos se llegó en una mañana soleada en la que, tres familias paquistaníes, un API, un director de sucursal, cuatro traductores aficionados y un notario se reunieron en la sucursal de la Caixa del Principat para firmar tres hipotecas con dos avales cada una. UNO recibió los avales de DOS y TRES. DOS los recibió los de UNO y TRES. Y, finalmente, TRES los recibió de UNO y de DOS.

La sesión fue larga, puesto que el movimiento humano con cada firma suponía costosas aclaraciones. Hay que añadir que el campechano notario dio múltiples explicaciones en el lenguaje jurídico pertinente que, ni el traductor principal, ni los auxiliares supieron transmitir adecuadamente al urdu. Ni con la primera familia, ni con la segunda, ni siquiera con la tercera.
La sesión finalizó con el deslizamiento clandestino de un cheque al simpático API que se sumó al que obtenía paralelamente con su intermediación inmobiliaria. Con la huida vertiginosa en motocicleta del notario a celebrar nuevas firmas hipotecarias y con la celebración familiar de tres nuevos propietarios y contratistas avaladores.

Seguirá. No lo duden.



Lluís Casas, antropólogo