RELATOS DE BADALONA (4)
Lluis Casas
Les dejé al final de la primera entrega con la alegría de los
pisos nuevos, de las comisiones a espuertas y de un futuro inimaginable para
todos los agentes de la historia.
La constatación de que el futuro es inimaginable rara vez frena
a las personas, a las entidades y demás órganos sociales de tomar decisiones
arriesgadas y muy probablemente equivocadas. No hay más que leer la prensa para
confeccionar una lista de errores y de victimas de ello lo suficientemente
larga para ser precavidos…a posteriori.
A nuestros conciudadanos UNO, DOS y TRES les va a ocurrir lo
mismo. La especulación inmobiliaria y su socia ineludible la marrullería
financiera dieron al traste con les expectativas vitales de las tres familias
paquistaníes, junto a muchas más de todos los patronímicos.
UNO perdió sus diversos trabajos y quedó a expensas de
trapicheos múltiples difíciles de calificar. Dos vio reducir su facturación
diaria, a pesar de su permanencia absoluta a pie del cañón de su comercio. TRES
se vio en la necesidad de pasar del trabajo completo a la chapuza y el remiendo
a precio de coste.
El que más rápidamente se encontró en la indigencia fue DOS,
puesto que además de la hipoteca tenía una deuda considerable con una entidad
informal de crédito, cuya característica principal era la poca paciencia y la
falta de maneras. De la noche a la mañana, el estoc almacenado en la trastienda
desapareció en pago a unos intereses de casi tres dígitos. DOS cerró el
comercio ya sin nada que vender.
Alertado por lo sucedido, DOS se dirigió al agradable director
de sucursal de la Caixa del Principat para ver de amañar de alguna manera su
inminente falta de pago hipotecario. Su idea era que el agradable director de
la sucursal de la Caixa del Principat le allanaría benévolamente un camino
paralelo a los rigores hipotecarios en espera de una remontada económica, que
obviamente no tardaría en llegar. Su sorpresa fue mayúscula al observar el
cambio en las maneras del agradable director. Solo con verle ya advirtió que la
gestión no iría por muy buen camino.
Mala cara, agresividad, amenazas, dudas respecto a su
honorabilidad. Hubo de todo lo malo un poco o un poco más. La conclusión fue
clarísima: si no pagaba, perdería la vivienda y con ello arrastraría a UNO y a
TRES en su caída. Además, la pérdida de la vivienda en instancia judicial le
dejaría un regalo complementario en forma de deuda pendiente y de costes
judiciales que lo inhabilitaría como agente económico estándar.
A ello, el mudado en desagradable director de la Caixa del
Principat añadió como única posibilidad al margen de la guerra total, ofrecía
la firma de un nuevo crédito que cubriese la deuda acumulada, con la inclusión
por un modesto interés de una carencia de un año.
DOS se veía no solo en la indigencia, sino en la calle con lo
puesto. Por lo que firmó lo propuesto, liándose la manta a la cabeza y cayendo
en un futuro incremento de la deuda de no te menees.
Con la carencia escondió su situación inmobiliaria a la familia
y a su entorno, incluidos UNO y TRES y se lanzó en pos de ingresos haciendo
cualquier cosa que se presentara, tanto si era el caso, como si no. Imaginen.
Podemos decir que tanto UNO como TRES pasaron por el mismo
trance en la sucursal de la Caixa del Principat. Los dos lo hicieron en un
plazo de pocos meses a medida que los ahorros disponibles desaparecían del todo
y los ingresos alternativos menguaban de semana en semana.
El asunto afectó de mala manera al que antaño había sido un
agradable director de sucursal de la Caixa del Principat, puesto que además de
los tres paquistanies, otros clientes de las etnias más diversas, pero
sobretodo los nativos badaloneses fueron en procesión a ver que se podía hacer
con lo de cada uno.
La bronca que el preocupado director se ganó en las oficinas
centrales de la Caixa del Principat fue de órdago y el señalamiento de que
redujese rápidamente los fallidos el objetivo de su propia salvación.
Me abstengo de relatar los dieciocho meses posteriores, pueden
ustedes imaginarlos sin mayor problema si se ponen simplemente pesimistas. Las
familias de UNO, DOS y TRES se empecinaron en hacer de la capa un sayo en
trabajos de todo tipo, a cualquier hora y para todas las edades. Incluidas las
procesiones a los servicios sociales del Municipio, a Caritas, a la Cruz Roja,
al comedor gratuito y a todos los conciudadanos que se ponían a tiro. La
posible huida a Dacca, como solución definitiva no se contemplaba por motivos
obvios y comprensibles: la sanidad, la educación y el entorno de sus hijos
hacían poco atractiva la vuelta a los orígenes. Había que aguantar como se
pudiera.
Finalmente, vencido el tiempo de prórroga financiera, la Caixa
del Principat a la vista del insistente impago los citó en los juzgados en el
inicio del procedimiento para subastar la vivienda y lanzarlos en términos
jurídicos a la calle. El procedimiento incluía de hecho a los avalistas, como
hipotética solución a cada uno de los casos, lo que definía la situación como
un enorme globo hinchado a punto de explosión. El otro hora amable director de
la sucursal de la Caixa del Principat contaba que los casos de subasta y
lanzamiento son individuales y el Juez al cargo no llegaría a averiguar el
sorprendente juego de avalistas con que llenó el juzgado. El notario, sujeto a
peores consecuencias si había lugar a revisar expedientes, ni se enteró,
ocupado como estaba cubriendo agujeros con bodas y bautizos.
La casualidad llevó a UNO, a través de sus amistades, al local
de la PAH de Badalona, convirtiéndolo en el caso 1001 de la larguísima lista de
afectados dispuestos a buscar alguna solución, si era posible encontrarla. En
cuanto UNO se implicó en el asunto reclamó la presencia de DOS y TRES dada su
compacta deuda inmobiliaria y la comunidad de intereses creada.
Volveré a saltarme unos meses en los que entre la PAH de
Badalona y la Caixa del Principat se estableció sobre el caso llamado de los
“tres paquistanies” y otros muchos una dialéctica compleja y preñada de
amenazas y reencuentros.
Finalmente, sin llegar a los juzgados, se acordó el fin del
negocio: los tres paquistanies entregaban sus viviendas a la Caixa del
Principat y se comprometían a pagar una asequible cuota mixta que englobaba el alquiler
de la vivienda (por tres años) y un resto de la deuda (por veinte años). Las
familias permanecían en casa, de momento, a la espera de recuperar cierta
estabilidad económica. Perdían el estatus de propietarios y la posibilidad del
beneficio del 20% prometido per el simpático API. La Caixa del Principat anotó
pérdidas elevadas, aunque estocó viviendas sobre las que no sabía qué hacer. En
conjunto la operación de los "tres paquistaníes" fue tratada con la
delicadeza pertinente para evitar que la contabilidad tradujera al Banco de
España la asombrosa verdad. Lo cierto es que para el Banco de España, como se
ha visto después tanto daba la verdad como las coliflores.
El API, hay que explicarlo, tuvo que cerrar por falta de
contratos (me dicen que está intentando renovar el negocio). El director de la
sucursal fue trasladado al desierto del Gobi, como avanzadilla para casi toda
la plantilla de la Caixa del Principat, esta fue adquirida por un coste
exorbitante por el gobierno y vendida posteriormente por cuatro cuartos a otra
entidad financiera. El notario vio reducida su frenética actividad hasta que el
gobierno le otorgó poderes sobre materias nuevas y oportunas.
Un fin de fiesta de lo más edificante.
Lluís Casas, antropólogo por segunda vez