María no es de Badalona; de hecho, María ni siquiera vive en Badalona.
María tiene su ámbito de acción en Rambla Prim, en Barcelona, a poco más de
tres kilómetros de Badalona, pero María tiene la misma losa encima que muchos
ciudadanos de Lloreda, de Sant Roc, del centro de Badalona y como ellos ha
encontrado el apoyo de un piquete de la PAH de Badalona. Eso justifica su
adscripción badalonesa e incluso el inaugurar una posible serie de relatos.
La losa de María es muy pesada,
imposible de soportar, peligrosa por demás cuando se desfallece. Esa losa, la
de María, es producto de la acumulación durante muchos años de errores, de
falta de oportunidades, de la soledad e incluso del rechazo social. María está
en proceso judicial por impago del alquiler de una vivienda que no cumple
ninguna condición de verdadera habitabilidad, incluidos diversos tipos de
insectos y roedores.
María es madre de un par de gemelos
de unos 10 años. Es una madre sola. Según la normativa, María y sus hijos
forman una familia llamada monoparental y, además, al ser tres, se la considera
incluso numerosa. María no tiene prácticamente ingresos estables, todo su
pecunio consiste en el fruto de pequeños trabajos ocasionales o de temporada.
María no tiene ayudas públicas que merezcan tal nombre. Tal vez María no ha
sido suficientemente emprendedora en ese tipo de empresa. Tampoco las
administraciones han sido sensibles a las múltiples advertencias de riesgo
social emitidas por María. Ni siquiera la denuncia judicial y el inicio del
procedimiento de expulsión de la vivienda han sido alertas detectadas.
Como todas las historias de este
mundo, la de María tiene anécdotas curiosas: en un pequeño bar de Prim (un bar
eminentemente futbolero y barcelonista), Ludi, una trabajadora del
cercano centro educativo tomaba su café habitual. En una mesa próxima, María
explicaba su problema a otra persona. La pequeñez del bar y la proximidad de
las mesas permitieron que Ludi atendiera el contenido de la conversación y en
un arranque solidario se puso a disposición de María para evitar que en las
próximas 24 horas ella y sus hijos fuesen echados a mitad de la calle con lo
puesto.
Recuerdo perfectamente esa tarde de
principio de semana santa, cuando Ludi me llamó preguntándome si podíamos hacer
un piquete de Badalona en un problema social urgente de Barcelona. Sencillo, le
dije. Llamaremos a Lluís, una joya Lluís. El resolverá el problema o, al menos, nos dará
tiempo para maniobrar. Y así fue. Lluís puso en marcha la máquina y el
desahucio se detuvo. María y el piquete ganaron unos meses para organizarse.
María es una mujer menuda, para un
veterano como el que escribe, está en plena juventud, de cara redonda y sonrisa
fácil. Parece sincera, no rehúye la explicación y es luchadora. ¡Cómo, si no,
habría sobrevivido hasta hoy! María se apoya en una muleta reciclada a causa de
un pequeño accidente. Eso la hace doblemente interesante: es una mujer armada.
María tiene además de los gemelos,
una hija, ya mayorcita, que le fue sustraída por su familia (tal vez con razón
en su momento). Eso para María es una herida incurable. Se le nota, hay
lágrimas cuando habla de ello.
Los gemelos forman una pareja
compensada, uno es el intelectual, al que le sientan bien las matemáticas
básicas que corresponden a su edad. Su hermano es más bien futbolero. Un balón
es su vida. No necesita mucho más. Los dos son educados, tranquilos y apoyan a
su madre con toda la fuerza que unos muchachos pueden disponer. No forman una familia
conflictiva, con una razonable ayuda tendrían un futuro decente.
Han pasado unos meses cuando Ludi
vuelve a llamarme. ¿te acuerdas de María? Sí. Pues necesita consejo. Allá
vamos. Y se abre una historia ejemplar.
María se ha hecho con la gestión de un
pequeño colmado de barrio. Lo ha limpiado, adecentado y está recuperando una
clientela que empieza a conocerla y a apreciarla. Se ha vuelto una mujer de
negocios. Mejor, al estilo catalán, una familia de negocios, puesto que los
gemelos supervisan al final de la jornada el estado de la caja y opinan como ha
ido el día. Están al caso. Ayudan, Mueven paquetes, vigilan el comercio si su
madre ha de desplazarse. Están en el ajo, conscientes de lo que se juegan,
pienso que intuyen la posibilidad de un gran cambio.
El local es de alquiler, el anterior
propietario del colmado no cumplió con el pago del alquiler, ni de la luz. La
conexión de agua está cortada. María no solo ha de remontar el negocio, sino,
además, regularizar la licencia, conseguir el contrato de alquiler, pagar un
presunto traspaso, ponerse al día con Endesa y con Agbar. Disponer del seguro
preceptivo, convertirse en trabajadora autónoma y pagar la cotización mensual.
El tamaño de la tarea es enorme para
ella, pero está dispuesta. El piquete badalonés le explica los principios
elementales de la administración de un pequeño negocio. Gastos fijos,
beneficios brutos, facturación, costes generales, etc.
María escucha, toma nota mental.
Aprende, comprende. En una tarde se hace con la pequeña complejidad de un
negocio familiar, se da cuenta del volumen de ventas que necesita para que a
final de mes le quede el equivalente a un sueldo familiar. Debe hablar con los
servicios técnicos municipales del distrito, debe acordar con el propietario
del local un nuevo contrato de alquiler, etc. etc. Además, va a exigir las
ayudas que por su situación le corresponden. Pero queda, latente, a la espera,
el asunto inicial: la vivienda. La posible ejecución judicial: el temor de
quedarse sin cobijo. Un asunto en el que ella y su capacidad de sobrevivencia y
de lucha han llegado a su límite.
Nos hacemos cargo. Necesitamos una
vivienda social pública. ¿Quién la tiene?
Lluís Casas, orgulloso de un ser
humano: María.