lunes, 20 de diciembre de 2010

EL BIEN, ESE ESPÍRITU INEXISTENTE





No teman, no les hablaré de las elecciones catalanas, ni de los controladores aéreos. Dado que la vida diaria ya va llena a rebosar de multitud de perplejidades y falsas noticias o rumores interesados sobre esos casos o sobre la saga del Wikilíks, yo me acojo a otras preocupaciones. Hoy tengo la intención de llevarles al verdadero infierno. O al menos les indicaré el camino de la mano del eminente Don Mario Vargas Llosa.


Como bien nos advertía Valeri Grossman en la enorme “Vida y Destino” (novela con una precisa base histórica que en su momento fue debidamente recomendada por el que firma), el bien no existe, solo existe la bondad cuando los humanos damos por acometer actos buenos. Pero en sí, el bien, como objeto moral, no existe.


En su momento, ese enfoque de la conducta humana y de las múltiples filosofías políticas y revolucionarias, me dejó ciertamente perplejo. La frase puesta en boca de una especie de menchevique en animada conversación pregulag es repetida posteriormente en un campo de concentración por un interno soviético a las propuestas de un nazi recalcitrante en “Las Benévolas” de Jonathan Littell, publicada no hace mucho y, también, recomendada.


En ambos casos el horror es el motivo del comentario, los gulags o los campos de exterminio nazis son su entorno. Pero sirve para caracterizar una infinidad de hechos históricos o actuales, el colonialismo, el imperialismo, la inquisición y un lamentable etcétera que tenemos más cercano. La búsqueda del bien, como algo abstracto e independiente de la caracterización concreta de cada acto se traduce en su propia inexistencia. Solo queda para consuelo humano el acto bueno y solitario. Mario Vargas Llosa termina de remachar ese clavo infernal con el “Sueño del Celta” que, como ustedes saben, es de recientísima publicación y en plena coincidencia con el Nóbel de literatura.


Ya, Adam Hochschild en el año 2005 nos hizo leer el testimonio de la falta del bien en “El Fantasma del Rey Leopoldo”, verdadero anticipo y efecto desencadenante de la actual novela-biografía de Roger Casement, el que viajó dos veces al infierno de lo humano en el Congo de Leopoldo y en el Perú amazónico y que Vargas Llosa nos ofrece.


El descenso a los infiernos de Roger Casement, diplomático británico, irlandés sin saberlo, persona de hombría y buena voluntad terminó con su ejecución en la horca británica por espía alemán a mediados de la primera guerra mundial. Un espía que no lo es, puesto que lo que hace es servir a la Irlanda nacionalista en su búsqueda de la independencia de Gran Bretaña.


Los infiernos de Casement atañen al colonialismo en África, en el Congo propiedad personal del rey de Bélgica, Leopoldo, que consigue enormes riquezas por la explotación despiadada del territorio y del exterminio de la mitad de la población, dicen que más de 10 millones de congoleños. Todo ello bajo los eslóganes de la religión verdadera, de la civilización occidental y de cuantas monsergas quieran que ocultaban la verdadera misión y los verdaderos métodos. Y, todo ello, sin campos de exterminio, sin cámaras de gas, simplemente con el machete y en su caso el revólver o el hambre.


Leopoldo pone en marcha una empresa para acumular los máximos beneficios al coste más bajo posible y un sistema de imagen y comunicación para que envuelva el producto como algo benevolente. Todo ello ha estado dignamente reelaborado en las escuelas de negocio actuales, eso si, con menos sangre visible. Les ahorro los detalles de las tácticas y de las estrategias, simplemente les diré que el esclavismo fue (o es) más benévolo que la empresa industrial de Leopoldo.


Les recuerdo que el polaco ilustre de nombre Joseph Conrad escribió “El Corazón de las Tinieblas” en recuerdo maldito de aquellos días en que pilotaba para Leopoldo. Francis Ford Coppola utilizó esa novela del Congo para su descenso a los infiernos del Vietnam americano. La saga sigue, sigue la saga.

El hombre que lideró la destrucción del mito de Leopoldo, Roger Casement, se vio envuelto de nuevo en una aventura similar en el Perú amazónico. Aventura económica sin tapujos religiosos o morales, sin líder regio ya, pero encabezada por una empresa británica que utiliza métodos tan ortodoxos como los de Leopoldo: el terror al límite, la acción despiadada, la avaricia sin medida y la ocultación hábil de los métodos con unas víctimas parecidas. En África fueron los congoleños, en Perú los indios amazónicos. El nuevo infierno también es puesto al descubierto, como la primera vez. Todo ello suena a conocido, a repetido y a esperado. La diferencia es que el testimonio está elaborado con conciencia y con ciencia, de modo que no deja el más pequeño resquicio a la duda y a la esperanza.


Causa sorpresa que en la evolución del personaje, que sin Vargas Llosa sería absolutamente desconocido, derive hacia el nacionalismo irlandés y no hacia el socialismo o el comunismo. Recuerden que estamos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX y la aventura infernal dura veinte años. El momento nos lleva a enormes luchas de clases, a revoluciones proletarias, comunistas, anarquistas, etc. El marxismo está implantado en todo el mundo y produce por todas partes organizaciones sindicales, políticas, etc. con la mira a la liberalización del hombre. Pues bien, Sir Roger Casement no se siente atraído por nada de esto, su discurso es humanista exclusivamente, se mantiene por más de veinte años en un combate prácticamente personal sin plantear que el mal tal vez se hallé más allá de los culpables concretos. Su fin es que cese el exterminio, los malos tratos profundos y que se otorgue algún salario a las víctimas.


¿Cómo fue posible esa distancia entre Casement y los años más turbulentos de una época?


Finalmente la identificación con el futuro se queda en Irlanda y en el movimiento por la independencia, con la sublevación de Semana Santa, con la creación de la brigada irlandesa, con la aportación de armas para la guerra de liberación. El substrato social, económico que vivió en África y en el Perú no parece que tuviera ninguna relevancia.


En fin, después de tantos consejos de lectura, les insisto: lean a Vargas Llosa y a los demás, pero acuérdense de atarse los machos puesto que lo que leerían e imaginaran es el puro infierno humano.



Lluis Casas, por Navidad