Lluis Casas
Como doy por supuesto que ustedes han leído la serie de artículos sobre el maldito embrollo de la vivienda que esta digna casa virtual ha ido publicando, me ahorro el espacio del recordatorio y salto a consideraciones de actualidad. Si alguien tiene tiempo y ganas puede acceder a lo publicado con dos o tres pulsadas del ratón. Lo tienen fácil.
La prensa ha señalado una reducción en el incremento del precio de las viviendas, al tiempo que anuncia que numerosas inmobiliarias se han ido al garete (¿He leído una cifra de 50.000 o lo he soñado?). Intuyo que en realidad se han escondido. La alarma sobre la evolución de los precios ha crecido en las últimas semanas y se dice que éstos no sólo no crece sino que se reduce a mayor velocidad de la que cabria esperar. Por lo que se sabe el tiempo de espera en una venta es de varios meses, cuando un año atrás era pocos días. Incluso he visto en televisión cómo una vendedora ponía verdes a los propietarios privados de pisos que, al venderlos, quieran ganar tanto creando problemas en el proceso de venta. Algunos tienen mucha cara dura y poquísima memoria.
No solo la prensa se ha hecho eco de ese cambio de coyuntura: el gobierno y otras instituciones públicas y privadas descuentan algunas décimas de crecimiento con cargo al reajuste inmobiliario. Incluso ese instrumento de brujería económica que es la bolsa se está viendo azotada por solemnes transferencias de riqueza o, pura y llanamente, reducciones considerables de la misma. Entiéndanme ustedes, riqueza bolsaria, no estrictamente real. La cotización se disuelve en la dura realidad como un azucarillo. En definitiva que el sector --y lo que le cuelga-- está de los nervios.
Veamos si es posible traducir al buen dialecto de Parapanda ese flujo de noticias y aseveraciones. Todo el mundo estará de acuerdo que en España se ha vivido una fase de especulación inmobiliaria basada en un crecimiento de los precios que nada tenia que ver con los costes, ni siquiera con una demanda solvente y real de vivienda. Probablemente más del 50% de la vivienda construida ha ido a parar al ahorro o a la pura especulación, no a la satisfacción de una necesidad social (independientemente del tipo de vivienda y de su coste). Si analizamos la distribución del precio podemos afirmar que una parte substancial han sido beneficios más que extraordinarios para promotores y en su caso para particulares (los que efectivamente ha procedido a una venta). El coste real de la vivienda, expresado en términos reales (beneficios estándar incluidos) estaría en torno del 50% del que ha estado vigente durante varios trienios. Ese inmenso flujo dinerario se ha transferido a la bolsa, con algunas compras mayestáticas y realmente sorprendentes, a la reinversión del sistema especulativo (compra de suelo a recalificar), al consumo suntuario y a un incremento importante de los trabajadores de la construcción y sectores afines, lo que facilita su difusión a toda la economía. Todo hay que decirlo, ese incremento laboral y de salarios del sector no han seguido paralelamente el alza de los precios, en caso contrario hablaríamos de trabajadores de la construcción millonarios.
El siguiente efecto hay que buscarlo en la deuda financiera que se ha generado --los hipotecados de por vida, así en esta como en la otra-- aunque también existe un efecto deuda entre promotores, que ahora están pagando caro si se rompe el mecanismo con que han funcionado. Ese efecto se dejará sentir a lo largo de la difícil digestión del coste de la compra. Los trabajadores que se han visto obligados a adquirir una vivienda a precio de “mercado” han depositado a manos de las entidades financieras la mitad de sus salarios actuales y para los próximos 30 años.
Bien, tal como advertía en uno de los primeros artículos, el ajuste de la vivienda ha venido de mano de ese ciego y cruel mercado. Y ello tendrá múltiples efectos. Señalo con insistencia que la política y la administración poco habrán hecho para mitigar los costes del alza y los otros costes que la recesión provocará. Han estado contemplando el paisaje y olvidándose de sus responsabilidades y de un sentido adecuado de la democracia que exigía actuar con contundencia. No ha sido por falta de instrumentos, los hay y muy eficaces, tampoco por falta de tiempo, lo hemos contado en trienios, ni siquiera por falta de recursos económicos, la misma vivienda ha generado ingresos fiscales a chorro. Ha sido por que han creído que esa era la política adecuada, simplemente. Y ahora, ¿qué podemos esperar?
Lo típico en un proceso de ajuste, bajas de diversa consideración en el sector empresarial, una limpieza de bajos, podríamos decir y un reenfoque de la actividad. Con seguridad, los promotores sólidos pretenderán que la administración les ayude en la transición, es decir, exigirán planes públicos de vivienda a los que adscribirse y otro tipo de ayudas bien conocidas. Capear el temporal, como dicen. Ello reducirá la demanda de mano de obra, que en un entorno decrecimiento económico podría ser absorbida por otros sectores.
El mayor daño, a mi parecer, estará en el mercando secundario. Me explico. Las ventas de vivienda de segunda mano, mayormente de propiedad individual, pueden notar el impacto de reducción de precio. El balance entre esfuerzo inversor (la compra) y la venta puede resultar doloroso. Mucha gente verá reducida su valoración de la riqueza y se agitará su relación con la hipoteca. Hará mucho daño. Ya lo habíamos dicho.
Lluís Casas, rendido a la evidencia que no habrá comprador para su plaza, bajo la puente.