Mi más que asidua participación en este práctico supermercado de ideas ha estado bloqueada unas semanas por deberes personales diversos. Presento mis excusas al presidente del gremio de mercaderes y a los obligados usuarios.
Aprovecho esa circunstancia de ligero alejamiento para meterme en diversos asuntos que estas últimas semanas han golpeado las más que diversas sensibilidades ciudadanas y que son habituales de mis reflexiones en este medio. El hecho de incorporarlos juntos a modo de compra de supermercado se debe a que pienso en las circunstancias político electorales definidas por el próximo mes de marzo. Cada una de las reflexiones afecta sonoramente al resultado electoral y son fruto de un cierto desconcierto gubernamental sobre las prioridades y los aliados que dan votos y legitimidad a las izquierdas.
La ordenación de la casuística corresponde exclusivamente a su aparición neuronal, sin importar calendario, significación política o de posibles indemnizaciones. Les ahorro interpretaciones freudianas a la luz de su escasa consistencia en épocas de genómica desatada. Voy a ello.
Primera: Si alguien creía que aquello que se dio en llamar la crisis de las infraestructuras en Catalunya era agua pasada, se equivocó de lleno. Un año es menos que veinte, si nos atenemos al paso del tiempo recomendado por el ilustre tanguista. Y si entonces, el debate era en torno a insatisfacciones económicas ya por falta de inversión, ya por agotamiento de determinadas estructuras de movilidad, ahora la crisis es de dimensiones planetarias que abarca el modelo de estado y la confianza en los ingenieros de caminos, especie, ella, muy madrileña. Si entonces el ciudadano catalán estaba en manos de una gran melancolía tanto por su bolsillo, como por su impresión de futuro, ahora la cosa es bien distinta. El apagón, recuerden que solo fue el reciente verano, demostró como la privatización empresarial de sectores básicos fue un engaño mayúsculo orquestado por los poderes de la centralidad (al mejor modo postsoviético posible) que dio en acabar en un notable e indigno apagón en
¿Se imaginan ustedes a los ilustres propietarios del Corte Inglés impávidos frente a una caída de ventas por falta de llave en la puerta del almacén? ¿Creen que el consejero delegado no daría con la puerta en las narices a una buena docena de mal empleados? Estoy seguro que el jefe de departamento responsable estaría en el INEM, ahora mismo. Pues bien, la clase política, la técnica (ojo al dato, mi parecer estamos ante una horrenda cadena de despropósitos técnicos) y la empresarial responsables de un inmenso desaguisado aguantan agarradas a un poste ardiendo. Cualquier cosa más que acontezca del mismo estilo, que dada la calidad de los proyectos en marcha puede suceder en cualquier momento, pondrá la caldera en fase explosiva. Resalto lo siguiente: No hay respuesta adecuada a los problemas, ni empresarial, ni técnica, ni política. Están en cuestión no solo la capacidad de los gobiernos, sino, mucho más grave, la capacidad de las organizaciones que gestionan obras, infraestructuras y que tienen nuestra vida en sus manos. Aprovecho para recordarles un artículo del abajo firmante titulado, ¿los suizos son independentistas?, en que resaltaba que la conciencia de la buena administración atemperaba los ánimos cantonales. Ahora estamos en el supuesto inverso. Les advierto que últimamente me siento cantonalista radical. Y ello, aduciendo que el mismo territorio y población que sufre los dislates de unas obras mal concebidas, ha vivido hace tres trienios un proceso de transformación urbanística, los juegos olímpicos, ejemplarmente ejecutada a la vista de lo de hoy. Las molestias fueron mínimas, se sabía por que y los plazos se cumplieron con exactitud suiza. ¿Alguien se imagina a la RENFE o al ADIF preparando los juegos para un día D y una hora H fijados 6 años antes y sin posibilidades de aplazamiento? Nunca se hubieran hecho los juegos con semejante personal.
Segunda: La crisis inmobiliaria muestra lentamente sus garras. Los efectos derivados del impacto americano se hacen poco a poco evidentes en nuestro país, reducción de la actividad inmobiliaria, crecimiento del paro, fricciones hipotecarias. La crisis trasatlántica se juntará con la propia a no tardar. En fin, sin ser alarmistas, estamos en un aterrizaje suave pero efectivo del mecanismo de crecimiento de los últimos años. No es que no fuera posible, ni que no sea deseable. El problema es que no edificamos el recambio en el momento oportuno y tendremos que esperar y ver. La productividad no está en buen momento y la reacción de otros sectores es desconocida. Tendremos empacho de incertidumbre con PIB a
Tercera: Las alegrías presupuestarias del gobierno, cheques y subvenciones para todos, producto de un superávit galopante y muy costoso en términos sociales, juntamente con un gran crecimiento de las necesidades sociales por los efectos demográficos ya conocidos (envejecimiento e inmigración) van a generar tensiones políticas y económicas. Una ley de la dependencia, pensada adecuadamente para los más afectados requiere recursos y una excepte gestión. No tenemos ni lo uno, ni lo otro. Un diablillo me explica que los expedientes de los catalanes necesitados de asistencia inmediata están en unas cajas apiladas en espera de algún milagro, sin ni siquiera registrar (¿cómo estarán en otras comunidades?). Mientras, los derecho-avientes de esas prestaciones simplemente se mueren o permanecen en estado deplorable de soledad y falta de atención. ¿Entienden lo que les digo? A mi parecer estamos dilapidando recursos públicos sin priorización social, buscando votos o fotos al tuntún y dejamos todo el lateral derecho sin defensa posible. No es un comentario a
Cuarta: Nuestra querida vivienda. Estos últimos tres años lo hemos visto todo. Precios por las nubes, hipotecas estrafalarias, familias atadas de pies y manos. Promotores alegres y confiados, banqueros en pleno disfrute de las comisiones y los intereses. Políticos prometiendo el oro y el moro, incluso al borde del acantilado. Y una enorme cantidad de posibles y reales familias en busca de una solución a su estado carencial de 500.000 euros por 70 metros cuadrados o su exceso de carga financiera de por vida. El espectáculo es más que lamentable, el fracaso de cuatro años de: ahora si, ahora vamos a tener política de vivienda, es incalificable dentro de la ortodoxia declamativa. El número de viviendas de alquiler asequible (el eslabón débil de la cadena de la oferta de vivienda y el eje de cualquier política pública coherente), sea en el formato que sea, que ha llegado al usuario es ridículo. Punto.
En fin, como ven hay necesidad de mucha alegría y buen vino para disponer el voto en
Lluis Casas, ritornato