Asistimos estos días a un lamentable espectáculo en torno a la
chapucería corrupta en distintos centros sanitarios de Catalunya. La ciudad de
Reus con su casi nuevo hospital tiene las cabeceras de los periódicos ocupadas,
así como algunas celdas preventivas. No es el único caso, hay muchos otros que
arrastran más o menos lánguidamente su existencia judicial desde hace años, en
el Maresme y en otras comarcas.
El asunto de la corrupción en la sanidad tiene larga trayectoria y
ha producido ejemplos de clarificación, de difusión de las oscuras maniobras de
políticos y de gestores que se han plasmado incluso en revistas ad hoc (Café
amb llet, por ejemplo), así como en movimientos de sanitarios por la honradez
en sus centros de trabajo, el Sant Pau, sin ir más lejos.
Al problema de la corrupción, que tiene múltiples formas y
consecuencias, hay que añadir una faceta colateral, o mejor dos. La primera es
la paulatina privatización de los servicios mediante variadas formas más o
menos discretas, en las que el actual conceller, como eficiente representante
de la sanidad privada, se aplica con dedicación, tozudez y no sé si con
eficacia, dados los escándalos que protagoniza. Otra forma, más o menos
parecida es la transformación de centros públicos en una especie de sanidad
mixta con dos colas: la pública con listas de espera y la privada, pagando, y
con rapidez inmediata en las actuaciones. El caso del Clínic como paradigma.
Según mi punto de vista, y encantado de incorporar otros, el
asunto hunde sus raíces en la más remota lejanía: en el momento en que se crean
sistemas de salud públicos merecedores de tal nombre y no únicamente como
sistemas de beneficencia. La doble actuación profesional, privada y pública, de
muchos profesionales era uno de sus puntales, la acción de las farmacéuticas
sobre la decisión terapéutica para colocar sus productos otra, la inversión en
tecnología una más y finalmente el simple hecho constructivo, factor de reparto
de beneficios en base a costes no previstos la final.
De hecho, todo ello se reduce a entender que el sistema de salud
mueve inevitablemente un altísimo presupuesto público, en el que intervienen
sectores enormemente variados. Un pastel muy substancioso que mantiene alerta a
los buitres existentes en todas partes. No es pues de extrañar la aparición de
casos de corrupción, lo que no debe generar conformidad en absoluto, sino, al
contrario, métodos de control y sistemas de organización que eviten
tentaciones, así como mecanismos “de castigo” lo suficientemente inhibidores de
las acciones auto benefactoras.
Eso ocurre en casi todas partes, la corrupción no es una
característica catalana exclusiva, ni tampoco lo es la corrupción en la
sanidad. Ocurre, sin embargo, que el sistema catalán de salud tiene sus
especificadas que tanto han tendido a lograr un sistema de calidad asistencial
reconocida, como a derivar hacia los subproductos de la corruptela o del
negocio privado.
La peculiaridad catalana es la convivencia (y ahora connivencia)
entre centros públicos de diversa procedencia (municipales, de entidades sin
ánimo de lucro, del sistema estatal transferido, etc.) y centros privados que
obtienen calificaciones técnicas que les abren la puerta a los conciertos u a
otras formas de relación con el sistema público. Esa amalgama generó en su
momento una oferta sanitaria pública amplia en términos relativos e históricos.
Fue más rápido en su día la incorporación del concierto que la creación de
centros estrictamente públicos. El problema surgió en cuanto un sistema montado
sobre la buena idea de aprovechar lo existente se consolida como un mecanismo
en el cual lo público y lo privado se mezclan sin apenas distinción. Añadamos
una crisis de financiación del sistema que tiende a provocar presiones y
tensiones sobre el presupuesto público y la evidente desviación de una parte de
este hacia los centros de propiedad privada a costa del cierre total o parcial
de los centros exclusivamente públicos.
Ese sistema mixto ha dado en crear una población profesional de
gestores que son expertos en eso que damos en llamar puertas giratorias, un día
en un centro público y al siguiente en uno privado, ambos financiados por el
presupuesto público y con una clientela parecida en parte. Esos gestores
(trasmutados a menudo en políticos, como es el caso extremo del consejero
actual) o en asesores eminentes tiene intereses propios, distintos de los
objetivos sanitarios, como sueldos y prebendas, influencia y la deriva a
obtener ingresos como proveedores del sistema. Los casos en los que la
limpieza, la tecnología, etc. son dirigidos por empresas con propietarios,
directivos o accionistas eminentes e íntimamente vinculados al sistema público
de salud o a los mecanismos políticos relacionados, son legión.
El monstruo actual sanitario catalán ha tenido patrocinadores de
dos ámbitos políticos que están a la greña en casi todo, excepto en eso. Han
aplicado el “ahora yo, pero tú, tranquilo, que tendrás permanencia”, “ahora al
revés, me devuelves el favor”. Miren sino la lista de consejeros o consejeras
de los distintos gobiernos y, sobretodo, el elenco de altos gestores. Ahí está
una buena parte de la explicación del problema.
Observen también el confuso sistema organizativo, tanto técnico,
como territorial de la sanidad catalana. Es una maraña de entidades,
consorcios, coordinaciones territoriales, sistemas de participación local y un
etcétera que podría necesitar una enciclopedia británica para describirlo. El
gasto en nómina orgánica es de aúpa, el rendimiento obtenido es, ahora, más
bien discreto. Pero hay sitio para todos, los que entran y los que salen de
forma periódica y sistemática.
A pesar de todo, gracias al excelente nivel profesional de los
sanitarios, el sistema es aún salvable y relativamente eficiente. Con una sola
condición, que el sistema político, el profesional y la ciudadanía en general
consigan una recomposición total de la sanidad, eliminando las dobles vías
privadas, consolidando el sistema público único y simplificando el maremágnum
organizativo.
Lo dejo momentáneamente aquí y espero que otros aporten más y
mejores consideraciones.
Lluís Casas con la pata
quebrada, camino de la manifestación del Primero de Mayo.