Por múltiples
y diferentes motivos me he mantenido callado en este medio digital, haciendo
frecuentes entradas y comentarios en Facebook para confirmar a los amigos y
conocidos que mi existencia continuaba. Para no dejarles en una duda eterna,
mis razones para estar silente son de orden personal, un gran y viejo amigo ha
desaparecido afectado por una enfermedad rápida y cruel. Por otro lado, las
circunstancias políticas del pequeño país y del gran país me tienen preocupado
y falto de respuestas o de comprensión global. He llegado a sentir temor
racional ante un futuro que no se vislumbra positivo, sea lo que sea lo que
suceda. Espero que lo anterior les sitúe en mi personaje actual. Ahora vamos a
lo que vamos.
Por
coincidencias de la fortuna me he puesto a leer a ratos el libro de Ildefonso
Arenas “Álava en Waterloo”, dada mi afición por el mundo napoleónico. Les
advierto que es un libro extenso, extraordinariamente informado tanto en sus
aspectos políticos, militares, como de la vida y vicisitudes de la alta
sociedad de la época. Por todo ello, tiene sus dificultades de lectura si uno
no es un verdadero experto de esa época de cambios y catástrofes que conformó
la nueva sociedad europea y latino americana. Para ello, el autor utiliza un
testimonio de primera línea, Miguel De Álava, marino, general español en la
guerra francesa, adjunto a Wellington tanto en España, como en Francia y
después finalmente en Waterloo, disimulado bajo el nombramiento de embajador de
España en Bruselas. Una historia la de ese personaje de enorme interés.
Waterloo fue
para Napoleón su canto de sirena en forma de desastre absoluto político y
militar. La reacción del corso frente a una presunta derrota, que lo instaló
confortablemente a pocas millas marinas de Francia en un exilio de oro, fue un
retorno a hombros de su ejército (bajo mando real) y de una buena parte del
pueblo francés. El contraste entre su exitoso emperador y el melifluo borbón
sustitutivo fue un triunfo que jugado por las manos hábiles de Napoleón lo
reintegró al frente de Francia en semanas. El tiempo que tardó en recorrer el
camino del Mediterráneo hasta Paris.
A partir de
ahí, todo se tuerce. La capacidad intelectual y física no lo acompañan, sus
peones principales no están (uno es incluso presuntamente asesinado en Austria
para que no se reintegre al frente de la maquinaria militar francesa) o no
están debidamente próximos. La política histórica del emperador, con un control
total de gentes, prensa y aparatos de estado de extremo control cambia y los
peones al servicio de múltiples intereses se le desmandan. Es un Napoleón
disminuido, aunque con su habitual estrategia de riesgo y confianza en poder
desmembrar las coaliciones en su contra de uno en uno. De hecho, Waterloo no es
una batalla, son seis y la derrota la sufre en una. Una derrota casi total a
manos no del Wellington, sino más bien del mariscal prusiano y su jefe de
estado mayor, el factótum real del aplastante final.
Jordi Pujol
tiene muchas de las
características de un Napoleón, es creador de mitos y constructor de país sobre
bases históricamente frágiles. Es capaz de incrementar su poder, mejorar su
imagen y asegurarse 23 años de mando personal sobre el desastre de Banca
Catalana. Un desastre financiero que hubiera inhabilitado a cualquier otro en
un país normal. Pero además del desastre, se sobrepone a las “irregularidades”
empresariales y personales del final del sistema financiero pujolista. Pujol
queda transformado en un gran estadista después de evitar, probablemente, la visita
al juez y a la comisaria. Todo un personaje de carácter al más puro estilo del
emperador de los franceses. Un personaje subido a los altares de los suyos y
emisor de temores para sus opositores. Incluso después de su paso a la reserva.
Los cantos
elegiacos para Jordi Pujol se extienden incluso ahora, después de su falsa
confesión, de su comparecencia teatral en el Parlament y de la agitada
actividad judicial y policial en torno a su clan familiar directo. Hay
comentaristas, que sin excluir la crítica a lo evidente, mantienen al santo en
su pedestal en beneficio de la “creación” de una gran Catalunya y de una
influencia intensa en la política española e internacional.
Como nunca he
estado de acuerdo con esas valoraciones del personaje, aunque le reconozco
habilidades y personalidad por encima de la media, ahora tampoco acepto
distinguir entre el Pujol estadista y el Pujol corroído por la presunta
corrupción de la “famiglia”.
En primer
lugar, no es solo la “famiglia” la que hace “mans i manigues” para realizar una
gran acumulación primitiva de capital en una sola generación y no solo ha sido
desde unos años hasta ahora, tampoco han sido los únicos en utilizar
conexiones, conocimientos, influencias, ordenes administrativas o políticas
para medrar. Les han precedido y acompañado otros con cargos relevantes en los
gobiernos pujolistas o en los partidos de gobierno, tanto monta Convergencia,
como Unió. Son Consellers, secretaris generals, directors generals, asesores,
empresarios fundadores del partido, empresarios “a la española”, dependientes
del Butlleti de la
Generalitat , de los concursos y contratos que en el aparecen.
El pujolismo
creó un sistema de gobierno con raíces en los privilegios, los favores mutuos,
la manipulación administrativa, la oscuridad informativa, la distribución de
prebendas y la defensa de esos mecanismos en nombre de la patria. Jordi Pujol
ha sido un ocupa del poder, no un transformador, un hacedor de un país moderno.
Resulta sorprendente en quien manifiesta que su pasión principal es la
construcción de un país, el fer país,
que substituya un gobierno unitario de Tarradellas sin competencias, por un
gobierno monocolor elegido para ejecutar políticas reales dejando al 50% de las
alternativas políticas en
la oposición. Pienso que es un caso único en la historia europea.
Por razones
que no vienen al caso, me encuentro en una situación en la que vivo rodeado de
documentación referida a la corrupción de esa época, prensa, libros, documentos
parlamentarios, etc. Al contrario de lo que muchos creen, el material es
inmenso. No es en absoluto cierto que nada se sabía de las oscuridades
económicas de los Pujol, tampoco lo es con referencia a las actividades
innombrables de los gobiernos que presidió Jordi Pujol, ni de los tejemanejes
de los paridos de la coalición de gobierno.
No menos de
una docena de libros han sido publicados, con información extensa y, en general
muy crítica. Los artículos periodísticos forman también un grueso volumen y la
actividad parlamentaria de denuncia de las presuntas o seguras fechorías no es,
precisamente, poca cosa.
¿Por qué
entonces esa impresión de sorpresa frente a la falsa confesión del ex
President, ya no honorable? ¿No será la misma táctica de manipulación
informativa a la que el Pujol gobernante era adicto? ¿La sorpresa sobre esos
aspectos de su personalidad y de su hacer personal no es la base de la revisión
del personaje para salvar el mito o una parte de él y con ello una cierta
continuidad de los intereses que han medrado en ese período?
La sociedad
lo sabía, la política lo sabía, la prensa lo sabía, las instituciones fiscales
lo sabían, José María Aznar lo sabía, Felipe González lo sabía. La mayoría
utilizaban ese conocimiento para el mercadeo, mercantil, político o ideológico.
No ocultemos con una herencia claramente dudosa la historia del gobierno de
Catalunya y de España en los años del pujolismo. Se lo debemos al futuro.
Lluís Casas
asqueado.