O LA
REINTRODUCCION DE LA
INQUISICIÓN
No se me asusten con tamaño título. La cosa no es tan
rimbombante como aparenta la presentación, aunque podría tener sus
consecuencias políticas. Voy a explicarme.
A raíz del terremoto electoral en las europeas de hace unos
meses, la organización de la izquierda en sentido amplio está en recomposición.
De ello no hay ninguna duda. El resultado ya se verá, dado que hoy por hoy
nadie sería capaz de aventurar donde estará el punto de equilibrio, ni cuándo
se producirá. La cosa, como saben, va desde el PSOE a un lado hasta movimientos
sociales impulsados por los efectos de una crisis duradera y de consecuencias
sociales crueles que se sitúan en multitud de bases ideológicas, incluidas
algunas que se mueven en el magma de ninguna base ideológica.
Estamos frente a un proceso que requerirá tiempo para valorar su
evolución. No hay que descartar sorpresas de ningún tipo, ni aventurar grandes
esperanzas, así porque sí. Simplemente porque somos los buenos.
De todo ello, me interesa comentarles un aspecto inevitable en
cualquier transformación política: las ansias selectivas de algunos, que se
traducen en opiniones, posicionamientos públicos y exigencias previas a
cualquier acuerdo. Me refiero a considerar que la formación de nuevos
instrumentos para actuar en política, presentarse a las elecciones y llegar, si
cabe, al gobierno de las instituciones pasa en primer lugar por un examen de
reválida para los que hayan estado en algún momento en despachos, asientos
parlamentarios, plenos municipales o cualquier otro cargo
representativo o ejecutivo.
Esa reválida, claro está, la presiden aquellos que no estuvieron
en esos lugares marcados como hacedores de casta. Ellos son los que, en su
infinita inocencia política y subidos a la magnificencia de la verdad, han de
determinar quién pasa y quien se queda apeado.
Tal vez hayan tenido noticia de ciertas fronteras a establecer
de cara a acordar listas más o menos unitarias. Hay, incluso, referencias en el
mundo de la globoesfera (al menos en Catalunya) en las que aparecen, bajo la
lupa de un partido recientemente parlamentario, las fotos de los malhechores en
el ayuntamiento de Barcelona. Bajo la foto aparece el curriculum de los
individuos e individuas que son culpables del mal mundial.
Sorprendentemente, el repaso histórico de esa manifestación
inquisicional nos lleva a gobiernos aparecidos en 1979, es decir a las primeras
elecciones municipales. Por lo que aparecen personas que lamentablemente hace
años que no están con nosotros. La lectura de las fechorías de cada uno tiene
sesgos de carácter estalinista, al estilo de la desaparición de la figura de
Trotsky de las fotos de la revolución de Octubre. Algunos personajes disponen
de historiales de cárcel, de vida clandestina o de huida al otro lado de la
frontera del río Conchos que evidentemente quedan excluidos del curriculum a
considerar. Los comentarios hacen también omisión de la situación de la ciudad
en esa época y laminan toda la actividad desarrollada con gran acierto y respaldada
por mayorías sólidas. Con enorme coherencia no figura nadie de la derecha,
aunque a poco que uno sepa o lea, esa parte de la política participó hasta que
quiso en el pacto de gobierno en Barcelona y en otros muchos lugares. De ellos
nada se cuenta, ni de los herederos del poder franquista en el urbanismo y en
otras zonas de la actividad humana. Tal vez el enemigo no sea motivo de
preocupación, si en cambio el posible aliado. Muy racional y constructivo.
La crítica debe ser bienvenida y asegurar la mejor traducción de
los hechos concretos a la política y a los intereses a los que sirve. Aunque si
lo que se quiere es simplemente desfigurar un largo periodo histórico (con sus
blancos y sus negros) metiéndolo en un mejunje imposible de comprender, hay que
reconocer que no solamente están equivocados los inquisidores, sino que hacen
lo que pueden por entorpecer la presunta clarificación que dicen exigir.
Corre por ahí, sin citar autor alguno, una frase lapidaria:
Itziar González no es persona grata para esa unión o acuerdo en la ciudad de
Barcelona en virtud de su evidente complicidad con manipuladores de la ciudad,
al estilo de aquel film italiano de título transparente: “Le mani sulla città”
de Francesco Rossi, en donde la corrupción nos es ofrecida sin disimulo alguno.
Nadie ignora el papel arriesgado que González hizo en Ciutat
Vella, ni las invasiones sufridas en su propia casa, ni los seguimientos, ni
las amenazas, ni el abandono del grupo municipal al que pertenecía. ¿Merece una
persona con esa trayectoria ese comentario? Al margen que ella esté o no por
jugar algún papel en el asunto. Es obvio que no, que por el contrario es una
persona de clara honestidad y valentía frente a los poderes semi ocultos de la
ciudad.
El inquisidor, o los agentes de la
KGB locales
harían bien en ocultar debidamente sus carencias humanas y democráticas. Y las
personas implicadas en los procesos de pactos unitarios también deberían exigir
que para ser participes de los cambios de gobierno deseables y necesarios, lo último
que hay que hacer es una lista negra al estilo del senador Mccarthy.
Hay más casos en esas oficinas de la nueva inquisición. Casos
que son valorados en virtud de peregrinas ideas de renovación o de presuntas
complicidades con el enemigo. Mal vamos si eso consigue consolidarse
mínimamente.
No es que me parezca mal establecer seleccionados. Cosa obvia,
pero siguiendo a mi abuelo de Tréveris a cada uno según sus capacidades. Y el
seleccionador colectivo y transparente. No quisiera una alcaldía en manos de
manipuladores de fotos y de tratados de historia.
Lluís Casas puliendo y afilando la
Tizona