Lluis Casas
Pienso que no hace falta reseñar la distancia entre el
exterminio nazi y la política sionista. Lo tengo claro y pienso que los
posibles lectores también. Pero una cosa es reconocer esa diferencia y otra no
pensar que hay motivos convincentes para afirmar que con o sin esas diferencias
estamos ante actos históricos que tienden a semejanzas funestas, todo y no
siendo lo mismo.
Un excelente artículo de un poeta y amigo, Carles Camps i Mundó,
que circula por la globosfera me ha hecho poner esos pensamientos por escrito.
Y también una discusión en torno a los objetivos de una lucha en inferioridad
militar y política.
El penúltimo acto de esa saga de enfrentamiento entre quienes
estaban en ese rincón mediterráneo y quienes se han comprometido a ocuparlo (re
ocuparlo según ellos) por razones muy complejas y contradictorias da un
resultado en víctimas humanas demoledor para quienes pretenden mantener oculta
una política basada en el exterminio étnico, sea definitivo o simplemente
amedrantador.
Para los que en otra época, la colonización forzada de Palestina
por la emigración judía, nos pareció una epopeya socialista, la realidad de hoy
ha borrado definitivamente los posibles rescoldos de romanticismo juvenil que
podían quedarnos.
Visité hace unos años la zona, simplemente como turista curioso.
Acerté en hacerlo en un momento que parecía posible un acuerdo duradero y
estable entre las dos comunidades. Pese a ello, la presión hebrea sobre el
entorno cisjordano (no fui a Gaza) era omnipresente y evidentemente excesiva en
unos tiempos tranquilos en los que aparecían a plena vista enormes agujeros
entre los límites territoriales y en torno a los mismísimos pasos fronterizos.
Veías colas en las garitas de control y largas filas de palestinos cruzando en
ambos sentidos el monte a doscientos metros a la vista de todo el mundo. Me pareció intuir que el sistema
de muro berlinés se estaba derrumbando. Craso error.
Otro detalle que me sorprendió y que también parecía un factor
de apertura era que la tensión social en las calles de Jerusalén se producía
más entre los propios hebreos, los ultra religiosos, disfrutando de una vida
totalmente subvencionada y los laicos que aguantaban un estado en riesgo
permanente. Me pareció vislumbrar más simpatía entre los laicos de ambas
comunidades israelí y palestina, más cercanía humana, de lo que se intuía en el
interno de cada comunidad (¿).
Todo eso fue hace tiempo. Los signos y los esfuerzos de algunos
por devenir en una zona de acuerdo y tolerancia se esfumaron. Por un lado, los
cambios políticos en Israel, la derechización acelerada de sus votantes y el
extremismo, teóricamente defensivo de sus gobiernos derivaron en la aparición y
refuerzo de una política de represión militar a la romana. Por el otro, el
fracaso democratizador, desburocratizador y de implantación de una
administración honesta y al servicio de las necesidades materiales de sus
ciudadanos abrió la puerta a que los extremistas consiguieran un apoyo
indudable en el ámbito palestino. Un escenario totalmente preparado para la explosión
continuada.
La violencia que desde entonces hemos contemplado día sí, día
también, es tremenda y totalmente desproporcionada incluso para los creyentes
en que la guerra es una manera de hacer política y de proporcionar seguridad
futura. Estas semanas se ha confirmado el descontrol que el estado israelí
mantiene sobre su capacidad bélica, en una improbable creencia que con ella va
a ir a alguna parte.
La resistencia actual y en según qué casos la provocación
palestina de Hamas puede ser criticada y calificada de absurda desde la
distancia, pero no desde la historia. Los mismos judíos hace veinte siglos se
rebelaron docenas de veces sin posibilidades de éxito contra el imperio
hegemónico. También en Varsovia se produjo lo mismo hace relativamente poco, manteniendo
en jaque al ejército nazi durante semanas. Pienso que los palestinos hacen lo
mismo, resisten y defienden lo suyo de la manera que pueden. Se puede debatir,
pero difícilmente señalar con el dedo o con la AM 47.
Bien harían los que tienen capacidad de influir de mirar y ver a
largo plazo una zona histórica repleta de conflictos en ejecución o latentes.
Si no todos los conflictos del medio oriente, la mayoría tiene
raíces físicas o morales en la expresión actual de la opresión social,
económica y política de los palestinos.
Sirva lo dicho simplemente como auto reflexión. No interesa que
el consulado judío diga nada, ni que encargue a sus propagandistas respuestas y
alusiones al holocausto. También he visitado Auschwitz-Birkenau.
No he dejado de lado tampoco el Museo del Holocausto israelí, ni el monumento
berlinés al crimen.
Constato simplemente que el memorial palestino está
construyéndose con el pueblo y en esas zonas rodeadas de alambrada y sujetas a
razias periódicas.
Lluís Casas, francamente triste.