Al mismo tiempo que se publicaba en este esplendoroso
medio el artículo sin importancia de la anterior semana, el Titanic catalán se
hundía en las frías aguas del Atlántico norte. Este firmante desconocía la
situación y nada pudo hacer por informar y comentar lo ocurrido. De modo que, a
toro pasado, se pone a ello, advirtiendo al estimado público que los hechos van
a durar más que las pilas Duracell y que por lo tanto se lo tomen con calma y
buenos alimentos, sobretodo espirituales.
Las causas del naufragio, pues hay varias causas, se
desconocen en su totalidad en este momento, pero parece ser que una de ellas
proviene de un iceberg andorrano que dañó gravemente hace treinta años los
puntos de ensamblaje de babor, estribor, proa y popa de la embarcación. El
hecho, conocido por muy pocos, aunque sospechado por muchos más, ha sido
discretamente ocultado bajo innumerables capas de pintura antioxidante que han
tenido la virtud de ocultar, pero no de restaurar lo dañado. Finalmente, el capitán
ha tenido que asumir la situación y dar explicaciones a tripulantes y
embarcados en general que han quedado tremendamente impactados tanto por el
inmediato y súbito remojo en las frías aguas atlánticas, como por su creencia
casi mística en las cualidades de la embarcación y de los tripulantes de
cabecera.
Este hecho de gran importancia política e histórica puede
ser excelentemente ilustrado a través de una obra del insigne Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809 – Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de1849),
se trata, nada menos que de “La caída de la Casa Usher,
también conocida como “El hundimiento de la casa Usher” (título original en inglés para
los expertos: The Fall of the
House of Usher). Se
trata de un cuento de terror, publicado por primera vez en la
revista Burton's Gentleman's Magazine,
en 1839.
Se cuenta entre las más significativas historias de su autor, y no sólo
atendiendo a las muchas interpretaciones literarias y psicológicas que de ella
cabe extraer sino, debido a sus excesos, literarios (su intenso barroquismo,
su eficaz retórica anticuada)
y de todo tipo, como la fantástica recreación de efectos que se logra al
combinar, alucinógena y metafóricamente, las figuras estilísticas con
procesos físicos misteriosos: la personificación, la sinergia,
la ósmosis,
la sinestesia... el estruendoso clímax final,
a lo grand guignol, al que
se accede por medio de un procedimientocontrapuntístico que sería un siglo después muy
utilizado en el cine desuspense: la doble trama confluyente.
Existen para los menos dados a la lectura gótica
excelentes Films mudos y hablados, de modo que todo a su disposición. Así que
con todas esas excelencias y en mi propio provecho me he agendado el título, al
que, si lo desean, solo hay que cambiarle el apellido del clan para hacerlo más
cercano, pero no más moderno.
El asunto del Titanic tiene otras consideraciones, más
cercanas a la psicología social y a la hipocresía burguesa, tan catalana ella y
tan conocida que no hay mucho que comentar.
Soy consciente que don Jordi Pujol tiene sus respetos
entre mucho personal de toda índole, y siempre he aceptado tal cosa a pesar de
mi creencia consciente de que fue un personaje inadecuado, no por falta de
habilidades políticas, ni por su memoria de elefante, sino por su incapacidad
de crear una realidad sólida, honesta y evolucionable. No sé si me equivoco al
constatar que en toda nueva creación “patriótica”, la puerta se abre a todos
los que tengan aportaciones de substancia. Eso no se dio en Catalunya,
generando 23 años de una solemne mala administración (con las honorables
excepciones que ha habido) y con un oportunismo político al servicio de
intereses nunca realmente “nacionales”, pues siempre apareció con mayor o menor
discrecionalidad la necesaria implicación de negocios de todo tipo.
Disfrutamos aun de autopistas de peaje de tercera regional
puestas al servicio de la deuda de un reconocido abogado real, entonces
alternativa presunta al gobierno federal. Sirva solo como ejemplo de entre los
que podemos hallar en el gran almacén del debe pujolista.
Durante veintitrés años se quemaron oportunidades humanas,
sociales, económicas y morales, todas cubiertas por la gloria de los que
creyeron y creen en la propiedad del país, en expresión clara y rotunda de doña
Ferrusola al perder las elecciones o el gobierno en manos de la izquierda
finalmente unida.
El populismo que le permitió entonces (los ochenta) al
ahora auto confeso defraudador, basado en un conocimiento del territorio físico
y humano del país, enlazó con las fuerzas de raíz caciquil a la catalana
siempre existentes.
Nada fue actual, moderno. Todo se dejó en manos sin
control, ni conocimiento, con escasa moral y deshonestidad de primera. La
mayoría parlamentaria permitió todo y se excluyó de cualquier control real
mediante una prensa, TV y otros muchos medios que aplaudían incluso los gallos
del cantante.
Ya desde el principio de vio que el jefe del clan dependía
en exceso de sus propios errores y los convertía en trincheras patrióticas. El
caso de Banca catalana fue premonitorio de un modo de hacer política y (ojo al
parche) administración desde los intereses más inmediatos de unos cuantos.
La familia, al más puro sentido de las mafias
mediterráneas, hacía lo que le daba la gana. Con la aquiescencia del pater
familias y de su entorno, como ahora resulta innegable incluso para los que
sabían y callaban.
Durante treinta años el clan pudo tener oportunidades de
regeneración, una vez cubierto el cupo de beneficios a costa de las relaciones,
para decirlo sin ánimo judicial. No lo hicieron y ahora la justicia divina o la
del Olimpo, ha hecho emerger el pastel en el peor de los momentos para ese
patriotismo basado en aquello de “Catalunya és diferent”. El impacto es de aúpa
y la organización política que creo Jordi Pujol va a pagar un precio
perfectamente justo y elevado, así como el frenazo hacia el camino a las
estrellas prometido.
Hoy mismo, un Mas forzado a disimular su reciente pequeñez
ha visto la cara más dura del Estado en primer plano. El no mayestático, dicho
ahora con más tranquilidad frente a un adversario que se diluye como el
azucarillo, ni se molestará en lanzar caramelos compensatorios.
Tendrán que improvisar planes B, C o D tan enrevesados
como difíciles de cumplir.
Este es un final de Julio un tanto inesperado, ya que la
tendencia al lento desgaste habitual en estos casos en donde se intercambian
pruebas por apoyos se ha ido al traste, los “errores” y la falta de disposición
de Jordi Pujol en relación a una parte de la fortuna familiar hacen explosionar
un método que duró treinta años.
Y con ellos…
Lluís Casas en plena insolación