Para los veteranos de la vida cinematográfica en sesiones dobles y que disponen todavía de una parte de su memoria no les resultará difícil recordar el film al que hace referencia el título. El director, Jack Arnold, recupera el tópico de la bella y la bestia, de King Kong y de otras muchas obras literarias, musicales o fílmicas que se basan en la pasión del feo (y malo contradictorio) con la bella de turno. En este caso, una Julia Adams en blanco y negro y con el consabido bañador insinuante. En todo caso estamos ante un ejemplar húmedo de la historia típica, el monstruo, algo escamoso, habita en un lago y los aventureros acompañados con el ejemplar femenino de turno, lo recorren en un pequeño barco. Con algo de imaginación, el resto es fácilmente descriptible.
En todo caso, queda la duda sobre el sufrimiento del actor que interpretó al monstruo de las profundidades del lago negro al tener que adaptarse a un traje un tanto complejo y mucho menos evidente que el de Superman.
En realidad la historia básica que hay detrás del film es la inversa de la aparente, el monstruo es una pobre víctima de la intromisión humana, del amor y la pasión imposibles, tentado sin compasión por la bella de turno que no tiene reparos en exhibirse frente a su víctima. La desvergüenza femenina acaba con el pobre y frustrado monstruo a través de los coyunturales compañeros de aventura para caer en brazos del ejecutor del crimen, transpuesto en héroe.
Un final triste que resultó mucho más evidente en las versiones europeas del mito, mucho más congruentes que las americanas con el tema de fondo. Como el Fantasma de la Opera , por ejemplo, o el Jorobado de Nuestra Señora, para añadir otras visiones temporales.
Todo esto viene a cuento (o no) a propósito de la evidente lucha cainita por el “poder” en el PP. Eso es cosa natural en los partidos, sean políticos o de fútbol. Incluso en las familias, en las empresas, en los monasterios y durante los reinados.
La especificidad que contemplamos en los de la gaviota es que una dama de poca alzada moral va absorbiendo cual esponja todo lo que cae en sus manos y casi todo lo que le pasa rozando. Siempre y cuando algo haya que ganar con la apropiación. La señora tiene además la evidente habilidad de esquivar los turbios asuntos propios del partido y de la madre que los parió. Se halla en casi todas las ocasiones peligrosas fuera de plano y en todas en las que se pueda obtener fruto en el centro de la imagen.
El monstruo Rajoy poco dado a las sutilezas que no comporten la inmovilidad o la lectura del Marca ha dado alas a la bella que va a hacerle morder el polvo.
No se equivocan, se trata de su vicepresidenta doña Soraya Sáenz de Santamaría. Una eminente opositora a altos cargos del Estado, transpuesta en lideresa de la derecha más recalcitrante desde los buenos tiempos de Don Manuel.
Pase lo que pase, hágase lo que se haga, la señora siempre está manejando el asunto desde las sentinas del despacho gubernativo. Ella no debe dar explicaciones –disculpen la cacofonía-- sobre sobres y emolumentos de negro fondo, ni cuando los ministros bombardean sin tino y quedan “retratados”, la figura de la vicepresidenta de evapora entre las nubes y el polvo del debate.
No tengo duda que dentro de un par de legislaturas, si no hay accidentes políticos por en medio, doña Soraya se encontrará en la cima de las decisiones estatales.
Y si no, al tiempo.
Lluís Casas, con la bola del tiempo