miércoles, 18 de diciembre de 2013

CHURCHILL Y LENIN


“ESTO NO ES EL FINAL, NI SIQUIERA EL PRINCIPIO DEL FINAL, PERO TAL VEZ SEA EL FINAL DEL PRINCIPIO”

(O Winston Churchill después de El Alamein)

En esta época en que las derechas andan tan sueltas y lejos de los marcajes que en otros países y en otros momentos resultaban habituales y ciertamente eficaces, suena extraño empezar con una cita de un político inmenso pero de derechas que podía llegar a ser un energúmeno en esa materia de exhibición troglodita del pensamiento conservador.

Por otro lado, con una biografía repleta de despilfarro propio y ajeno, con responsabilidades enormes durante la primera guerra (el desastre de Gallipoli, como el más llamativo) y vaivenes que semejaban descalabros, consiguió ser la cabeza vencedora (junto a otras dos) de la segunda guerra mundial. El hombre reunía, además de esos muchos defectos, una maestría ejemplar en el debate verbal y en la memoria escrita, de ahí (en parte) su premio Nobel de literatura. Dejemos al lado, tanto el humo de los puros, como los líquidos elementos que injería, sus accesos de melancolía, así como las pinturas de flores no muy lejanas de las rupestres que realizaba.

Entre la producción de multitud de frases y ocurrencias personales e institucionales que dejaban un largo rastro de descoyuntados detrás, esa del título representó el cambio de consigna en la guerra. Al “resistiremos, lucharemos en las calles, en las colinas…sangre, sudor y lágrimas”, prometido a sus conciudadanos así que las primeras derrotas dejaron casi sola a Gran Bretaña, elevó la nueva idea que apuntaba ya al cambio profundo en el devenir del conflicto. Quiso la casualidad que El Alamein fuese el anticipo del Big Bang de Stalingrado, acaecido pocos meses después, que rubricó ya para siempre el giro bélico.

Sirva esta introducción a diversos fines. Uno puede ser ese brote verde que el actual gobierno estatal (y ciertos elementos del de Catalunya) observan con confianza. En este caso, la frase obliga a pensar en largos años afectados por todo tipo de conflictos y amarguras antes de anunciar la verdadera victoria: trabajo digno para todos, distribución de la renta, servicios públicos adecuados, normalización democrática e institucional y un etcétera que ya rellenaran ustedes.

También sirve para aplicarla (la frase churchiliana) al devenir del conflicto España-Catalunya o al conflicto de base de éste, la obsolescencia institucional del régimen regurgito del final de la dictadura, con sus pactos sociales, territoriales y políticos. Este asunto, que en esta última semana ha tenido un giro espectacular (por espectáculo mediático lo digo), me ha tenido ensimismado. Con la sola excepción a ese ensimismamiento de una estancia en la cama con la pierna en alto y una inflación (tal como un economista explica la hinchazón a la médica de turno) incómoda y dolorosa. Las dos cosas han ocupado mis horas, una rumiando el independentismo, el federalismo, el íntimo amor entre las Españas y las Catalunyas, los enormes deseos de vida en común, respetuosa y afectuosa que los medios han explicitado. La otra, adoptando las posiciones más extrañas para atender el teléfono, manejar el ordenador y leer lo difícil que fue sobrevivir en la segunda guerra mundial. Forma de consuelo para los dolores propios.

No piensen ni por un momento en que ahora les resolveré sus dudas al respecto de la doble pregunta. Ni siquiera a la posibilidad real de que ésta se produzca o de las alternativas que las elecciones u otros medios puedan aportar para definir nuevos pasos. No es de mi interés suscitar más debate, confio en que el tiempo y las acciones de los grandes actores ayuden a ir definiendo poco a poco la opinión y la acción ciudadana. Aunque debo reconocer que tengo alguna decisión tomada y alguna por tomar. Dicho eso, termino con este asunto por el momento recomendando estar despejado, tener la vista fina y los oídos no obstruidos. No solo es la ubicación catalana es lo que se debate, sino el papel general del estado actual y de los derechos que lentamente han ido evaporándose. Atentos  y receptivos, todo va en el paquete.

Todo eso ha limitado la presencia de otros “conflictos” que pueden tener en el futuro efectos importantes. El primero es la formación de la “Grosse Koalition” en Alemania, dando a la derecha alemana cuatro años más de hegemonía europea. Este asunto, como los anteriores merece una cita histórica:

Según cuentan, Lenin le dijo el 3 de Abril de 1921 en Moscú al embajador de Turquía, Alí Fuad Bajá, lo siguiente: “Los alemanes son un pueblo de principios. Si se les mete en la cabeza una idea, se convencen de que es verdad y les cuesta mucho renunciar a ella”.

No he podido comprobar fehacientemente la cita, pero démosla por buena en función de que parece surgida de una conspicua inteligencia analítica y que coincide con las acciones del gobierno alemán y de una parte de su pueblo en estos últimos tiempos. De lo que se desprende, si la cita es buena, es que además es estructural. De 1921 hasta el 2013 van un montón de años y de hechos no olvidables fácilmente.

Si esto es así, y la confirmación en el cargo del ministro económico alemán parece asegurarlo, esa tozuderia alemana insistirá en el ajuste fiscal, dará algún paso en términos de regulación bancaria, aunque no muchos y tenderá a hundir más al antiguo imperio romano  en la estanflación, en el mejor de los casos. Mientras Alemania se financie a cargo de los romanos (el diferencial de intereses) y estos sigan adquiriendo carros de viaje “made in Germany” y substituyendo bancos alemanes por bancos propios en el balance de la deuda, Vladimiro mantendrá sólida su teoría.

Uno --en su conocimiento histórico-- pensaba que con la destrucción de las tres legiones augustas mandadas por Publio Quintilio Varo en medio de los bosques germanos de Teotoburgo, estos habían perdido interés en venganzas alternativas. De hecho, incluso Augusto dejó pasar el asunto con una simple citación hueca: ¿Varo, donde están mis legiones? Reacción sorprendente en su moderación y realismo.

También confiaba uno, en su inocencia mediterránea, que después de lo que paso tres o cuatro veces en 100 años, Alemania entendería cuál era su papel y su forma de ejercer la hegemonía económica. No parece ser así tampoco. Y para colmo añado otro elemento de radical importancia de estos días.

Ucrania se está convirtiendo en terreno de pugna imperial entre la UE (en realidad Alemania, que la pretende como su ampliación de entorno económico) y Rusia en fase de recuperación económica que puede financiarle añosas hegemonías regionales. En el centenario de la primera guerra mundial, basada en parte en las pugnas de signo imperialista (aunque no solo), ese conflicto tiene un tufillo de retorno al pasado un tanto terrorífico. Claro está que hoy hay otros medios aparte de las divisiones de choque y el desarrollo tecnológico de las armas ha establecido corchetes y paréntesis relativamente sólidos para repetir experiencias. Pero me temo que, al margen de los principios democráticos que hay que mantener siempre (votos y procedimientos limpios) Ucrania se está convirtiendo en la “stazione termini” de la debacle soviética y posteriormente rusa y esto molesta no solo al gendarme principal, sino a los segundones. Ahí hay conflicto para largo.

Lluís Casas et allia felicitándoles las fiestas, si las tuvieran con cierto desahogo y esperanzas.