“ESTO NO ES EL FINAL, NI SIQUIERA EL PRINCIPIO DEL FINAL, PERO
TAL VEZ SEA EL FINAL DEL PRINCIPIO”
(O Winston Churchill después de El Alamein)
En esta época en que las derechas andan tan sueltas y
lejos de los marcajes que en otros países y en otros momentos resultaban
habituales y ciertamente eficaces, suena extraño empezar con una cita de un
político inmenso pero de derechas que podía llegar a ser un energúmeno en esa
materia de exhibición troglodita del pensamiento conservador.
Por otro lado, con una biografía repleta de despilfarro
propio y ajeno, con responsabilidades enormes durante la primera guerra (el
desastre de Gallipoli, como el más llamativo) y vaivenes que semejaban
descalabros, consiguió ser la cabeza vencedora (junto a otras dos) de la
segunda guerra mundial. El hombre reunía, además de esos muchos defectos, una
maestría ejemplar en el debate verbal y en la memoria escrita, de ahí (en
parte) su premio Nobel de literatura. Dejemos al lado, tanto el humo de los
puros, como los líquidos elementos que injería, sus accesos de melancolía, así
como las pinturas de flores no muy lejanas de las rupestres que realizaba.
Entre la producción de multitud de frases y ocurrencias
personales e institucionales que dejaban un largo rastro de descoyuntados
detrás, esa del título representó el cambio de consigna en la guerra. Al
“resistiremos, lucharemos en las calles, en las colinas…sangre, sudor y
lágrimas”, prometido a sus conciudadanos así que las primeras derrotas dejaron
casi sola a Gran Bretaña, elevó la nueva idea que apuntaba ya al cambio
profundo en el devenir del conflicto. Quiso la casualidad que El Alamein fuese
el anticipo del Big Bang de Stalingrado, acaecido pocos meses después, que
rubricó ya para siempre el giro bélico.
Sirva esta introducción a diversos fines. Uno puede ser
ese brote verde que el actual gobierno estatal (y ciertos elementos del de
Catalunya) observan con confianza. En este caso, la frase obliga a pensar en
largos años afectados por todo tipo de conflictos y amarguras antes de anunciar
la verdadera victoria: trabajo digno para todos, distribución de la renta,
servicios públicos adecuados, normalización democrática e institucional y un
etcétera que ya rellenaran ustedes.
También sirve para aplicarla (la frase churchiliana) al
devenir del conflicto España-Catalunya o al conflicto de base de éste, la
obsolescencia institucional del régimen regurgito del final de la dictadura,
con sus pactos sociales, territoriales y políticos. Este asunto, que en esta
última semana ha tenido un giro espectacular (por espectáculo mediático lo
digo), me ha tenido ensimismado. Con la sola excepción a ese ensimismamiento de
una estancia en la cama con la pierna en alto y una inflación (tal como un
economista explica la hinchazón a la médica de turno) incómoda y dolorosa. Las
dos cosas han ocupado mis horas, una rumiando el independentismo, el federalismo,
el íntimo amor entre las Españas y las Catalunyas, los enormes deseos de vida
en común, respetuosa y afectuosa que los medios han explicitado. La otra,
adoptando las posiciones más extrañas para atender el teléfono, manejar el
ordenador y leer lo difícil que fue sobrevivir en la segunda guerra mundial.
Forma de consuelo para los dolores propios.
No piensen ni por un momento en que ahora les resolveré
sus dudas al respecto de la doble pregunta. Ni siquiera a la posibilidad real
de que ésta se produzca o de las alternativas que las elecciones u otros medios
puedan aportar para definir nuevos pasos. No es de mi interés suscitar más
debate, confio en que el tiempo y las acciones de los grandes actores ayuden a
ir definiendo poco a poco la opinión y la acción ciudadana. Aunque debo
reconocer que tengo alguna decisión tomada y alguna por tomar. Dicho eso,
termino con este asunto por el momento recomendando estar despejado, tener la
vista fina y los oídos no obstruidos. No solo es la ubicación catalana es lo que
se debate, sino el papel general del estado actual y de los derechos que
lentamente han ido evaporándose. Atentos y receptivos, todo va en el paquete.
Todo eso ha limitado la presencia de otros “conflictos”
que pueden tener en el futuro efectos importantes. El primero es la formación
de la “Grosse Koalition” en Alemania, dando a la derecha alemana cuatro años
más de hegemonía europea. Este asunto, como los anteriores merece una cita
histórica:
Según cuentan, Lenin
le dijo el 3 de Abril de 1921 en Moscú al embajador de Turquía, Alí Fuad Bajá,
lo siguiente: “Los alemanes son un pueblo de principios. Si se les mete en la
cabeza una idea, se convencen de que es verdad y les cuesta mucho renunciar a
ella”.
No he podido comprobar fehacientemente la cita, pero
démosla por buena en función de que parece surgida de una conspicua
inteligencia analítica y que coincide con las acciones del gobierno alemán y de
una parte de su pueblo en estos últimos tiempos. De lo que se desprende, si la
cita es buena, es que además es estructural. De 1921 hasta el 2013 van un
montón de años y de hechos no olvidables fácilmente.
Si esto es así, y la confirmación en el cargo del ministro
económico alemán parece asegurarlo, esa tozuderia alemana insistirá en el
ajuste fiscal, dará algún paso en términos de regulación bancaria, aunque no
muchos y tenderá a hundir más al antiguo imperio romano en la estanflación, en el mejor
de los casos. Mientras Alemania se financie a cargo de los romanos (el
diferencial de intereses) y estos sigan adquiriendo carros de viaje “made in
Germany” y substituyendo bancos alemanes por bancos propios en el balance de la
deuda, Vladimiro mantendrá sólida su teoría.
Uno --en su conocimiento histórico-- pensaba que con la
destrucción de las tres legiones augustas mandadas por Publio Quintilio Varo en
medio de los bosques germanos de Teotoburgo, estos habían perdido interés en
venganzas alternativas. De hecho, incluso Augusto dejó pasar el asunto con una
simple citación hueca: ¿Varo, donde están mis legiones? Reacción sorprendente
en su moderación y realismo.
También confiaba uno, en su inocencia mediterránea, que
después de lo que paso tres o cuatro veces en 100 años, Alemania entendería
cuál era su papel y su forma de ejercer la hegemonía económica. No parece ser
así tampoco. Y para colmo añado otro elemento de radical importancia de estos
días.
Ucrania se está convirtiendo en terreno de pugna imperial
entre la UE (en realidad Alemania, que la pretende
como su ampliación de entorno económico) y Rusia en fase de recuperación
económica que puede financiarle añosas hegemonías regionales. En el centenario
de la primera guerra mundial, basada en parte en las pugnas de signo
imperialista (aunque no solo), ese conflicto tiene un tufillo de retorno al
pasado un tanto terrorífico. Claro está que hoy hay otros medios aparte de las
divisiones de choque y el desarrollo tecnológico de las armas ha establecido
corchetes y paréntesis relativamente sólidos para repetir experiencias. Pero me
temo que, al margen de los principios democráticos que hay que mantener siempre
(votos y procedimientos limpios) Ucrania se está convirtiendo en la “stazione
termini” de la debacle soviética y posteriormente rusa y esto molesta no solo
al gendarme principal, sino a los segundones. Ahí hay conflicto para largo.
Lluís Casas et allia felicitándoles
las fiestas, si las tuvieran con cierto desahogo y esperanzas.