martes, 17 de abril de 2012

POLÍTICOS DEMOCRÁTICAMENTE DEFICIENTES



El debate abierto o reabierto sobre la violencia callejera a raíz de la huelga general me revuelve el estómago. Y no porque sea favorable a quemar bares o autobuses, ni siquiera contenedores de basura. Me afecta al estómago porque es un debate falso sobre un aspecto parcial e interesado de la violencia como instrumento político. Una acción, la violenta, que casi siempre se vuelve contra los posibles argumentos de los que la utilizan. Sean de la ETA, sean provocadores, sean de la extrema derecha habitual. Y siempre como colofón perjudica la protesta cívica, compleja y extensiva.

El monopolio de la violencia en una sociedad realmente democrática es exclusiva del Estado y debe utilizarse con la proporción, la prudencia y el tacto más exquisitos. Eso lo sabemos todos. No hay cabida en democracia para la violencia y el estado la debe aplicar con guante político de seda.

Cualquier responsable político debe saber, y sabe, que la violencia siempre existe, será tan torpe como la exhibida el día 29, será como la que cotidianamente expulsa de su único domicilio a familias enteras, será como la que hora a hora despide despiadadamente a trabajadores sea cual sea su edad o circunstancias, será como la que se aplica sobre el enfermo pobre en países sin sistema de salud público, será como la que se genera cuando los niños o los jóvenes no son tratados en un ambiente de educación de tendencia igualitaria y observan día a día que su vida puede ser un continuo castigo de los dioses. Será como cuando alguien ve sus derechos personales rebanados por las creencias religiosas o metafísicas de otras personas. Y así a lo largo de muchas líneas, infinitas líneas.

Rasgarse las vestiduras, modificar la legislación, favorecer el autoritarismo y la arbitrariedad judicial y policial no son soluciones para el problema. Sobre todo cuando se hace de forma parcial, la violencia callejera y olvidando todas las demás formas de ejercerla. Son, en realidad, mecanismos necesarios para reprimir no solo a los absurdos violentos nihilistas sino a la propia democracia y a los que no comulgan con las ruedas de molino del neoliberalismo y de la crisis pasada por las horcas caudinas.

La Gran Bretaña de la Margaret Tatcher de hierro hizo una demostración de la capacidad de reconversión de la policía como elemento en contra de los sindicatos, de los movimientos juveniles y después llegó lo de las Malvinas, en una maniobra militar de parecidas características a las que los dictadores argentinos aplicaron: la fuerza bruta como único instrumento. Como implacablemente Jake Arnott explica en “Canciones de Sangre” (de la trilogía formada por “Delitos a largo plazo” y “Crímenes de película”) una sociedad básicamente democrática puede pasar a utilizar los instrumentos de dominación de la violencia fascista, eso si, debidamente ocultos, escondidos, tapados por la prensa, por el Parlamento y por la propia sociedad.

Quién no recuerda la Sudáfrica afrikánder de antes del Presidente Mandela (un hombre milagro) o ahora mismo, el Israel dogmático e implacable, que Gunther Grass ha desnudado.

Son antecedentes de lo que la torpeza política y la debilidad intelectual y ética de los gobiernos en Barcelona o en Madrid están empezando a desplegar.

No a la violencia, pero ¡ojo! Estando atentos a toda ella, incluso la aplicada brutalmente pero oculta bajo la hipocresía de la derecha.

Lluis Casas, acumulando pelotas de goma.