viernes, 19 de agosto de 2011

CRÓNICAS DESDE MI MORERA (3) Tropelías catalanas



Tiri ti tran, tran, tran,
Tiri ti tran, tran, tran,
Tiri ti tran, tran, tran,
Tiri ti tran, tran, trannnnnn…


Asumo un gran riesgo al utilizar el ritmo de las Alegrías de Cádiz para iniciar este artículo. Claro está que ustedes no deben leer ese ritmo, lo deben oír. Si no lo consiguen, a causa del malogrado reproductor que firma, siempre pueden localizar al gran Chano Lobato, en, por ejemplo, “De Francia a Francisca”, o a Carmen Linares en “Tengo una queja contigo”, o a Enrique Morente en “Sale el Sol”, o a el Pericón de Cádiz en “Qué bonita está la fuente”, o, en fin, a toda una socio-historia de la música popular.


Tiri ti tran, tran, tran
Tiri ti tran, tran, tran…


Les he llevado tan lejos, a Cádiz, puesto que es la distancia más larga que hay entre Port Bou y el infinito, sin traspasar frontera estatal ninguna. Son aproximadamente unos 1.400 km. Esa distancia física es, para mí, un espacio próximo y fácil de salvar. Ahí hice la mili en caballería sin ver un caballo, como el eficaz editor la hizo en marina justo al lado, en San Fernando, llamada la Isla. Ahí ha terminado mi hija su master marino y ahí he vuelto yo algunas veces sintiéndome del barrio siempre. La distancia entre humanos puede ser el olvido (según Lucho Gatica) o la cercanía, puesto que es una dimensión puramente sentimental, salida del afecto o del desprecio. Según queramos o según podamos.


En un verano dócilmente calmo en el ambiente metereológico, agitado ocasionalmente por los mercados, por la hambruna insoportable en el cuerno africano y, esta semana, por las sublevaciones marginales nihilistas en el centro del imperio europeo colonial, saltan a la vista las distancias einstianas que mantenemos los humanos con los problemas del vecino. Distancia einstiana puesto que no es lo mismo lo que le ocurre a un primo en Canadá que lo que le pasa a Mahuf en Egipto. Independientemente que el primer motivo sea leve y el segundo grave, a nosotros nos tiene más cerca el primo que el egipcio, a pesar de la distancia medida en KM. Tal vez por eso, estamos pasando levemente por encima del estropicio social y humano que ha generado el buen gobierno de la Generalitat de Catalunya bajo la encomienda de “vamos a descubrir al estafador” y que por ello ha lanzado a miles de familias que están en las últimas noticias económicas a pasar hambre, nervios y a malgastar en desplazamientos, en teléfono y en protestas por el retraso de los pagos del mecanismo benéfico de la última instancia.


Son miles de personas, son vecinos nuestros a un kilómetro como máximo algunos de ellos, tienen una pinta parecida a nosotros, hablan más o menos el mismo lenguaje, comen pan con tomate si les es posible, ven TV3, son del Barça y sus hijos visten la camiseta de Andrés Iniesta. Shakespeare ya lo dijo en forma parecida, --¿no sangramos, no sufrimos?-- cuando quiso resaltar la igualdad humana.


¿Cómo es posible que estén solos frente al departament de BENESTAR I FAMILIA (el subrayado es mío)?, sin que nuestros partidos próximos, sin que el síndic de greuges, sin que sus vecinos (nosotros), sin que el movimiento del 15 M les hayamos asistido, apoyado, reconfortado, ayudado, comprendido.


Es, me digo yo, porque la distancia es relativa. Están próximos en el espacio y lejanos en el sentimiento. Son, en definitiva, pobres, marginados que malviven con las minucias que el estado les proporciona y no forman parte, al menos de momento, de ese espacio sin distancias que hay entre los “nuestros”, sean cuales fueren los nuestros. Es esa distancia elástica y flexible que regula nuestras reacciones sociales, nuestros sentimientos de comunidad, nuestra actitud cívica y política. Estamos lejos. Yo en Port Bou; el síndic, probablemente en la Cerdanya; el jefe en Zahúrda de Mar. Y así todos.


En días eso se corregirá y aparecerán los políticos hoy despistados, nosotros volveremos de la siesta, el 15 M de cualquier último refugio y empezará la guerra de guerrillas en los periódicos, en la televisión, en la radio, en el Parlament.


Es intolerable que las familias que malviven de la pensión básica, la última cuando ya no hay nada más, un refugio de 400 euros, se vean impelidas a esa vergüenza de presentarse, de esperar un cheque, de no saber. De ser tratados como purria humana.


Quien lo ha hecho, quien lo ha pensado, quien lo ha permitido, quien no ha sabido cortarlo y rectificar no merece la más mínima consideración de ningún tipo. ¡Que se pudra como un deshecho!


Es más, he leído que los consellers, unos simples, y sus adláteres, unos energúmenos, argumentan que lo están haciendo bien, que era necesario el sufrimiento para eliminar a los defraudadores. Ellos que tienen las filas repletas de afectados por la corrupción, incluso tienen suicidados por ello, se llenan la bocaza con una mierda maloliente y sin más significado que la ignorancia suprema, han olvidado no solo el servicio público al que se deben, sino la simple humanidad, si lo siguen siendo. Son aristócratas del siglo XXI, se creen estar por encima de la gente corriente, del pueblo y sus dolores. Eso era lo que argumentaban los que después se dejaron la cabeza en casa de monsieur Guillotin. Los tenemos ahí de nuevo. ¿Tendremos que volver a empezar?


No piensen que yo haya perdido ya la cabeza, soy de habitual calmado y reflexivo, pero en los toros me comporto al todo o nada. Simplemente porque mis distancias son distintas a las de ese mal gobierno y, también, mis entendederas.


Tiri ti tran, tran, tran
Tiri ti tran, tran, tran…


Lluís Casas arremetiendo