jueves, 1 de julio de 2010

LA SENTENCIA





Después de tres días de dura reflexión sigo sin saber qué decir sobre la sentencia anti estatut del tribunal constitucional. Sin saber qué decir que no se haya dicho antes, claro. También hay que reconocer que sin el documento completo no está claro el efecto real sobre lo aprobado por los ciudadanos de Catalunya y los parlamentos catalán y español. Ahí es nada, rectificar una decisión política avalada por la soberanía popular y no conocer todavía su alcance. Son duros esos tribunales. Duros o…


En espera pues del verdadero disgusto, opto por comentar algunas cuestiones que sobrevuelan el problema y que no tienen respuesta clara. Las considero relevantes, incluso muy relevantes.


En primer lugar, creo entender por lo reproducido en los medios, que hay gente que no comprende la reacción del President de la Generalitat. Esa gente no es cualquiera, cargos de enorme relevancia gubernamental, personas de amplia formación y de responsabilidades sociales, no vayan ustedes a creer.


La dura conclusión del President y su comunicación inmediata con el personal en general ha sorprendido. El por qué ha sorprendido está en la base del problema. Resultaría obvia la reacción si uno se para a pensar en un presidente de un país independiente de nuestra cercana Europa, por ejemplo. Ninguno de ellos puede permitir la más mínima fuga de soberanía y están obligados a reacciones muy claras cuando estas se producen. Eso es lo que ha hecho el President, simplemente ejercer de President frente a un recorte de la soberanía ejercida a través de los cauces democráticos.


Eso sorprende a algunos aquí por razones históricas. Si existe en el mundo alguna excepción a la aplicación de esta norma, yo la situaría más bien en Madrid que en cualquier otro lugar del planeta. España no es dada al verdadero sentido de estado y que este sea una componente fuerte del gobierno y de la soberanía. Siempre se encuentran formas de dar el esquinazo a estas obligaciones. Creo recordar que el estado español ha vendido partes de su reino por motivos sepulcrales en varios momentos de su historia, y en alguna ocasión Catalunya se ha visto afectada por ello. Recientemente hemos visto como ese sentimiento obligado de verdadera soberanía saltaba por los aires con la venta de ENDESA, por poner un ejemplo reciente. Hoy Portugal nos muestra lo contrario en referencia a Telefónica. El Presidente federal hizo dejadez de esa conciencia soberana no hace muchas semanas, después de ciertas llamadas intercontinentales.


Insisto, Montilla ha reaccionado del modo necesario como President. Si no le entienden fuera o dentro es porque tampoco entienden el significado del Estatut y de esa entradilla tan controvertida del “som una nació”. Al no entender eso, tampoco les cuadra a un Montilla andaluz defendiendo de inmediato la soberanía del pueblo y del Parlamento catalanes.


A mi hija, residente casual en Cádiz, una vecina veterana le manifestó el día de autos: mira hija, yo no entendería que Andalucía se marchara de España. Mi hija, en un asomo de lucidez, respondió: claro y eso está muy bien si lo deciden los andaluces. En Catalunya se decidió otra cosa que no se ha respetado y que no alcanza, ni por asomo, a una independencia. De momento.


Segundo, después de meses y años de estar pendientes de unos pocos individuos con toga, estos avanzan el desenlace y la reacción del PSOE y el PP es de un tibio y de un parecido que espanta. Parece que no ha pasado nada importante, cositas de los jueces. Para qué hablar de ello. Parecen los dos partidos asustados por el hecho y ambos interpretan en clave del no pasa nada, por si acaso si pasa. O se han puesto de acuerdo al final del partido o les están fallando todos los detectores de alarma.


El asunto es en verdad de enorme alcance, veamos:


El tribunal lanza un mensaje incontrovertible, hasta aquí hemos llegado en cuanto a la formalización de un nuevo tipo de estado. Somos uno e indivisibles, y a todo lo más, alcanzamos a una descentralización administrativa. El federalismo y otras zarandajas se han acabado.


Esta reacción, puesto que de esto se trata de una reacción (completamente reaccionaria), no solo afecta al Estatut, sino que afecta a cualquier transformación importante de la estructura del estado. Es una llamada al orden, habitual en la historia española. Es un retroceso en cuanto a adaptación política y es un aviso para navegantes sobre las necesidades de cambio. Ya no hay cambios posibles. El estado queda cerrado. La opinión de la población expresada políticamente no es relevante. España una, España siempre, España grande, un grito de guerra.


Tercero. Después de la intervención Presidencial, Catalunya no sabe qué hacer. El Parlament, los partidos y sursum corda están hechos un lío y serà difícil elaborar una estrategia coherente. La única que se entrevé práctica (no creo que triunfante) es la del independentismo. Ahí la reacción tiene el futuro despejado. Las elecciones catalanas inmediatas y la forma de encarar los problemas de la alternativa CIU harán que el asunto se parezca al cosido y descosido de Penélope. Aunque con un final bien distinto, esperamos.



Lluis Casas preparando
senyeres