miércoles, 16 de diciembre de 2009

COPENHAGEN





Estarán ustedes, qué duda cabe, al tanto de las múltiples reuniones de Copenhagen que tuvieron no hace mucho un prolegómeno en Barcelona. En todo caso, si no lo estuvieran, les advierto que es lo más importante que ocurre en el calendario internacional después de la victoria de Obama. Probablemente más, mucho más importante que el cambio de Presidente, aunque, justo es reconocerlo, las esperanzas puestas en la cumbre de Copenhagen lo son más desde que existe una era obamiana. La crisis económica siendo otro asunto de extrema importancia, no lo es tanto en la perspectiva del futuro planetario.


Antes de meterme en materia, voy a hacerles un poco de memoria sobre la evolución que ha sufrido la temática ambiental en los tres o cuatro últimos años. No es un asunto baladí, dado que la velocidad de cambio ha sido enorme (aunque también insuficiente). De esa evolución hay constancia en algunos artículos del autor en este blog de la eximia ciudad de Parapanda.


Si nos situamos en el 2006, por ejemplo, los temas ambientales eran considerados por la prensa bienpensante, como La Vanguardia por ejemplo, asuntos graves de índole extranjera. Nada de lo que ocurría en el propio país era considerado asunto urgente o simplemente creíble. Les recuerdo la campaña contra Salvador Milà (ilustre parapandés, por cierto), el único conseller realmente capaz y dispuesto al combate ambiental que ha tenido Catalunya. Los empresarios mantenían una especie de mito, el medio ambiente era un peligro contra la productividad y el desarrollo económico y, al cabo, no había para tanto. Todo lo que olía a cambio para introducir el concepto de coste ambiental era rechazado porque iba contra el país. Una postura más propia de un burócrata pasado de moda que de un empresario que apunta al futuro. Yo mismo oí con mis propios oídos a un secretario de gobierno, jurista por más señas, increpar a un directivo hidráulico porque había ordenado cumplir con la ley y realizar los informes preceptivos sobre la inundabilidad de las operaciones inmobiliarias que podían tener esos riesgos. El argumento era: Esteu parant el pais. Luego se ha visto que quienes paraban el país eran los inmobiliarios sin freno. El actual regidor de urbanismo y secretario de gobierno entonces no dijo ni pío al respecto de la crisis inmobiliaria.


El medio ambiente era, en todo caso, asunto de gentes preocupadas por los pájaros y las plantas, una especie de hippies que había que tolerar (en clave de fastidio), pero en todo caso, no dejar que creciera su influencia. En nuestra casa las cosas estaban muy crudas frente a una realidad internacional mucho más puesta sobre el problema.


En Europa la preocupación ambiental era considerada un asunto importante y formaba parte significativa de los programas de gobierno. El mundo empresarial tenía en marcha operaciones que anticipaban la importancia de un sector económico de primera división que podía reemplazar sectores obsoletos y que tenía unas características muy interesantes, juntaba alta tecnología e investigación con creación de empleo. A pesar de ello, era muy difícil establecer políticas internacionales coherentes de de impacto. Incluso las opiniones en contra del cambio climático y de la destrucción ambiental eran habituales en los medios.


En fin, un mundo, ya ven, hoy absolutamente caduco en su fase de pensamiento y propaganda. Aunque aún en pié por lo que hace a la acción internacional suficientemente decidida y de dimensión adecuada al problema. Por eso hoy tenemos Copenhagen.


Si en tres años el ambiente del medio ambiente ha cambiado tanto, ¿cómo es posible que todavía resistan los reductos que impiden acciones claras, plausibles, posibles y buenas para todos? Esas son las razones de las dificultades para establecer tres dimensiones de la acción: la primera, la acción coordinada internacional que frene la acción humana de gran impacto. La segunda, el programa estatal para enfrentar la nueva sociedad respetuosa (o paulatinamente más respetuosa) con el medio ambiente y en tercer lugar, el cambio de educación social de los comportamientos de consumo que permitan la racionalidad de los recursos limitados, tanto en energía como en materias no renovables.


Hoy, Copenhagen, no ha dado culminación a los debates y se nos aparece como una gran frustración por la falta de compromiso real respecto a los retos inmensos que se apuntan ineluctablemente en el horizonte. A pesar de ello, habrá resultados que mejoraran lo que hoy tenemos. Un consuelo limitado pero que da nuevas oportunidades a la propuesta que en el medio ambiente (y lo que le ronda, cambio energético, nuevos materiales, consumo inteligente, etc.) puede ser el eje de una fase de desarrollo mundial sobre bases más limpias y por ello más seguras.


Esperemos a ver si esa figura de Presidente de la esperanza del mencionado Obama termina mejor de lo que ha empezado en Copenhagen. No se lo pierdan: el futuro, uno u otro, se determina ahí junto a la sirenita.



Lluis Casas esperanzado, y pesimista (al por menor)





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