viernes, 3 de octubre de 2008

¿URBANISMO BARCELONES O URBANISMO BARCELONISTA? (2)





Ya les advertí la semana pasada que insistiría en el asunto de la propuesta de modificación urbanística que el Club de Futbol Barcelona desea hacer sobre unos terrenos calificados de equipamiento (privado, pero equipamiento) y en los que ahora existe el llamado mini estadio y otras infraestructuras deportivas de su propiedad. Su ambición es transformar un enorme espacio urbano muy poco denso en una macro urbanización con servicios, grandes equipamientos comerciales, viviendas, etc. Con la lógica propia del que quiere ganar el máximo posible, ni que genere costes sociales.

Lo que busca el Barça, o al menos su presidente, es generar unas enormes plus valías que vayan en parte a engrosar la cuenta de resultados del club, falto de recursos para fichar a Diestefano y a Kubala. La otra parte se repartiría equitativamente entre los agraciados en el concurso constructivo, muy probablemente propietarios de un asiento preferente de tribuna. La propuesta ha encontrado, faltaría más, oposición social, ciudadana y política. A pesar de todo, alguna racionalidad urbana permanece entre los barceloneses. Los vecinos inmediatos al Camp Nou son los que manifiestan más claramente su negativa al, nunca mejor dicho, pelotazo urbanístico, pero no son los únicos. Un partido en el gobierno de la ciudad también se opone, así como diversas entidades y colectivos diversos.

Dado el carácter del proponente y prepotente, el Barça, el asunto tendrá unas características de debate ciudadano de no te menees. Incluso algunos, muy interesadamente, aleccionan que con el Barça y sus socios no se juega, aludiendo a la imposibilidad de oponerse a lo que el club quiera en razón a las consecuencias políticas y electorales que conlleva. Pienso que eso no es así y que el ciudadano, aunque socio, tiene suficientes entendederas para comprender por que hay que frenar ciertas iniciativas del club. Eso sí, hay que explicárselo.
Ahí está, a mi parecer, una gran oportunidad para hablar de algo más importante que la propuesta urbanística concreta: el futuro del urbanismo barcelonés y los límites a la iniciativa privada que ha estado durante veinte años cabalgando las oportunidades generadas por la iniciativa pública y embolsándose riquezas que no les correspondían, al tiempo que, unos (la administración municipal) y otros (los vecinos) andan a la greña sobre esos presuntos beneficios que los ciudadanos hemos tenido y de los que tienen dudas razonables.
Ante todo hay que decir que lo sucedido en estos años de democracia municipal no se perece en nada a lo que ocurría con la anterior democracia orgánica, ahí los intereses inmobiliarios mandaban directamente desde la notaria del alcalde o desde la banca del alcalde.

Como sabrán, Barcelona es una ciudad cerrada, su espacio está definido por otros municipios, ríos, montañas y mares y no dispone de posibilidades de crecimiento expansivo. Luego, ha sido la transformación de lo existente lo que ha posibilitado su desarrollo urbano actual: de las fábricas al comercio, de los barrios degradados a la vivienda de alto estanding. Como corresponde a un crítico moderado, como el que firma, es justo reconocer que muchas iniciativas se han saldado en mejoras substanciales de la calidad urbana. Pero esa aceptación corresponde a una parte, no al conjunto de los enormes cambios que la iniciativa pública ha propiciado.
Barcelona ha sido siempre una ciudad densa, excesivamente densa para una población que ha vivido hacinada en un espacio reducido, antes por el amurallamiento, hoy por la falta de una visión ciudadana más amplia que la del municipio propiamente dicho. La vista que ofrece la ciudad desde las alturas, Collserola o Montjuic, habla por si sola de la falta de espacio urbano libre, en forma de parques, avenidas, plazas, equipamientos deportivos, etc. Instrumentos de socialización, descanso y esparcimiento de los ciudadanos. Un alcalde de Barcelona se refirió a su ciudad con la expresión: ¡cuanta propiedad inmobiliaria! Y el contenido ideológico de la frase se ha mantenido vigente siempre. El alcalde se refería al negocio que la ciudad promueve como espacio vendible y comprable. El aprovechamiento del espacio ha sido máximo y sorprendentemente hoy ha encontrado una excusa para mantenerse en circunstancias bien distintas: la sostenibilidad de las ciudades densas. Ahora se afirma (algunos lo hacen cuando hace cuatro días decían todo lo contrario) que el consumo energético y la generación de gases invernadero es menor en la ciudad densa. Cierto, aunque tramposo en el caso de Barcelona, iría mejor aplicarlo a Sant Cugat. La trampa ideológica de esa ocurrencia es comparar Barcelona y Los Ángeles, como si no hubiera en medio Berlín o incluso Paris. Verdaderos ejemplos a los que parecerse. La densidad, por encima de ciertos parámetros, tampoco es sostenible, puesto que implica costes no contabilizados. Costes que no son solo ambientales y energéticos, sino sociales, psicológicos y políticos. Y además, en las circunstancias que se dan en Barcelona, afectan positivamente a la economía del promotor inmobiliario y negativamente a la de la sociedad entera. Por encima de esplendidos edificios para grandes corporaciones o extensas zonas comerciales que no deben contabilizarse como haber para el ciudadano, existe una enorme falta de espacio básico, consubstancial con una ciudad de ciudadanos libres.
Ustedes pensaran que Barcelona carece de plan urbanístico a la vista de los comentarios anteriores, nada más falto a la verdad. Existe un plan (sorprendentemente realizado bajo el franquismo por expertos alineados mayormente con la izquierda clandestina de entonces) y detalladísimo, gracias a el la ciudad ha vivido razonablemente bien a pesar de los pesares. Este plan estupendo ha sido sistemáticamente traicionado con un artilugio jurídico ideado para las excepcionales excepciones, pero aplicado en demasía: el traslado de edificabilidad de un sitio a otro de la ciudad o del ámbito metropolitano: si falta edificabilidad en una promoción, ya que el plan pone límites muy concretos, se amplia en el lugar falto de ella y se suma en otra zona distinta. Ese juego primitivo se ha efectuado a lo grande. El invento de los dioses inmobiliarios. Si buscan en las hemerotecas muy pocas promociones inmobiliarias no han resuelto sus contradicciones económicas sin el.
Ahora, igual que con el R.C.D. Español, se trasladará zona de equipamiento de la Diagonal al Sahara occidental. Con lo que la suma se mantiene, aunque la suma con carácter montante y sonante crece solo para unos pocos.

Me temo que hoy mismo la estrategia de la araña está funcionando y Ayuntamiento y Barça están representando una comedia bufa, el Barça agitando su propuesta y reclamando que así ha de ser y el Ayuntamiento planteando rebajas de Enero. El debate, pues, ya ha sido sustraído al ciudadano: no se discute el proyecto en si, sino sus dimensiones pantagruélicas. El ciudadano ya no está sobre si es conveniente que la ciudad de ferias y congresos crezca en detrimento de la ciudad de ciudadanos, sino si habrá mil o dos mil viviendas de alto estanding y trecientas tiendas de perfume parisino. El regidor de la cosa está haciendo muy bien las cosas, sirviendo a su enemigo. ¿O no es su enemigo?

Si con el tranvía por la Diagonal se propone una gran operación de participación ciudadana, con el asunto de la recalificación de can Barça parece que no podrá hacerse lo mismo. ¿Es que los poderes públicos piensan que la calificación urbanística es cosa de los poderosos inmobiliarios y el resto de ciudadanos solo asistimos al espectáculo?

Lluis Casas, ruralista