jueves, 9 de octubre de 2008

SEPARAR LA VIVIENDA DEL NEGOCIO ESPECULATIVO





Así se titulaba una reciente colaboración periodística en un artículo extraordinariamente acertado de la prensa diaria. Frente al sector inmobiliario que ha sido la base logistica que ha promovido la crisis actual --tanto en los USA, como en tierras más cercanas-- la idea que exponía el autor confirmaba todo lo dicho en este espació cibernético a propósito de la falta de política consecuente en materia de vivienda por parte de las autoridades competentes en este su territorio hispano. Nos hubiéramos ahorrado una parte significativa de la crisis y de los dolores de cabeza subsecuentes. Y, tal vez, algunos ahorros costosamente acumulados estarían a buen recaudo y sus propietarios más tranquilos.

Esta frase corta y contundente que encabeza el comentario reúne los principios básicos de una sociedad basada en los principios sociales, sociedad que da a las necesidades básicas un tratamiento colectivo distinto a otros bienes. Se considera, muy acertadamente, que esas prestaciones, servicios y bienes no pueden ser productos de mercado. La fijación de precios, los costes y la accesibilidad a la mayoría así lo recomiendan a las ánimas con perspectiva de futuro y sentimiento trágico. Esto ya es así en la educación, en la sanidad, en gran parte de los servicios sociales, en muchas infraestructuras, en ciertos medios de transporte y de movilidad, en la justicia, en la seguridad y otros muchos. Incluso a pesar de esa invasión huna (de aquellos hunos de antaño) que encabeza Esperanza Aguirre en la comunidad madrileña, con objetivos tan primorosos como la subasta de la sanidad pública, a pesar de ello o de ella, eso sigue siendo así.

La vivienda, siendo como es igual a los anteriores servicios y prestaciones citados, es decir, un servicio esencial, no ha sido tratada como tal. Al menos, no aquí y en los últimos treinta años. Sin la vivienda no hay vida digna. Con ella puede haberla.

Es clamorosamente cierto que la vivienda no puede promoverla el mercado. Hoy es fácil decirlo, puesto que la constatación empírica así lo demuestra, pero muchos lo hemos ido advirtiendo frente a los oídos taponados con rancio cerumen de los que debieran escuchar y actuar, y no lo hicieron. La vivienda, al menos la que podríamos denominar la vivienda básica, con unos precios y una forma de acceso que permitan realmente a la mayoría de la población el uso de ese bien de forma razonable, sin hipotecar vidas y sueldos para treinta años, no está, ni estará en el mercado. Muchos otros factores ajenos a esa necesidad han oscurecido u ocultado esa aseveración cierta. Unos costes financieros bajos, una explosiva especulación inmobiliaria, un cierto bienestar creciente, un ansia por atesorar los ahorros en forma de propiedad, etc. Ahora bien, ninguno de los factores citados, ni otros que pudieran citarse, atañe a la esencia del caso: la vivienda debe tener un fácil acceso, en oferta y coste, para la mayoría de la población. Y eso no ha sido así.

Si extraemos del mercado libre, como exige el título, la forma social de la vivienda, nos anotaremos diversos tantos de set y tal vez de partido.

En primer lugar, los agradecidos ciudadanos que aspiran a una vivienda normal pagarán por ella unas cifras razonables, esencialmente en forma de alquiler. Liberando recursos para enfrentar otros gastos necesarios e incluso el ahorro. Segundo, la promoción inmobiliaria libre se alejará del sector en donde hace más victimas, la vivienda de necesidad social. Sus expectativas especulativas se centraran en las promociones de servicios, de lujo o de segundas residencias. Lugares donde el urbanismo planificado y ordenado puede afrontar el asunto sin muchos más gastos que los del cuerpo de investigación de la corrupción de la guardia civil, debidamente reforzada por políticas fiscales racionales. Tercero, no tendremos un sector de la construcción cancerígeramente enorme, que es un riesgo cierto y permanente de vaivenes económicos y de paro cíclico. Alejaremos, también, un crecimiento sobre falsas bases especulativas en los precios inmobiliarios y desplazaremos la ocupación con poca formación, típica de la construcción acelerada, hacia, tal vez, horizontes de mayor valor añadido.

Los bienes, como ven, son muchos y apreciables. Hay que asumir un crecimiento más lento, pero, claro está, más seguro y difuso.

Insistiendo en lo dicho, no volvamos a tropezar por cuarta vez en la misma piedra y dispongamos de una oferta de vivienda digna para la mayoría, fuera del mercado especulativo. Incluso con lo que está cayendo y posiblemente por ello.

Lluis Casas, harto ya de tanta tontería.