O la Ley de la verdadera dependencia
No se lo creerán ustedes pero el pasado domingo tuve un afortunado encuentro con un acto preelectoral en el Eixample barcelonés. Lo celebraba, prácticamente solo, el partido en el gobierno a través de diversas personas más o menos involucradas en las futuras listas. Cuando hice mi aparición en el rincón ciudadano donde se apalabraba el voto, el celebrante, persona joven y masculina, exhortaba a la fidelidad hacia las izquierdas en base a la ley de la dependencia. Quiero subrayar que a esa hora mañanera, el rincón utilizado está abundantemente vivido por personas de una notoria edad y experiencia. Un poco más tarde hacen su aparición los menores con pelotas y bicicletas. El argumento de la ley de la dependencia sonaba en aquel momento y en aquel sitio como lo más ajeno a la realidad circundante, les diré por qué.
La ley de la dependencia con una antigüedad de nueve meses no dispone de financiación clara, ni de recursos operativos para su aplicación. No hace falta seguir con respecto a residencias, centros de día, etc. Objetos de culto para los expertos. Una residencia privada, las únicas realmente disponibles a corto plazo (en ese período de la vida todo es a corto plazo) están por las nubes, su precio multiplica por cuatro cualquier pensión media. Con esos datos desconozco a qué se refería el poco documentado muchacho del mitin.
Luego, recorriendo los escasos metros de la zona ajardinada, me di cuenta que si bien el estado crea leyes, pero no reglamentos, ni financiación, la ley de la dependencia era muy real: el señor Gil de 90 años estaba sentado acompañado por Neli, una simpática ecuatoriana que le hace compañía y le asegura la intendencia de la vida diaria. También se encontraba por allí la Sra. Vicenta, con su permanente Cintia, paraguaya por más señas, que está con ella las 24 horas del día.
Si quieren sigo, la lista puede llegar a 23 solo en esa pequeña república veterana. Todas esas magnificas asistentes improvisadas, con una dedicación y un cariño encomiables dependen de la financiación privada, o sea, sus pensionistas o sus familias y de una organización y control basados en la confianza y el buen hacer. Eso si, no pueden tener contratos de trabajo legales. Vaya por dios, ¿el gobierno no ha pensado tampoco en eso?
A la vista de la verdadera ley de la dependencia, cerré los ojos y me fui a Suecia.
Lluis Casas pensando en su madre