martes, 25 de octubre de 2011

THE LAST SATURDAY AFTERNOON






El pasado sábado 15 de Octubre me incorporé a la manifestación de los indignados de Barcelona. Probablemente como muchos de ustedes. De hecho vi y hablé con abundantes conocidos y amigos que también estuvieron también presentes. No me sentí por ello un extraño. Ni siquiera con la presencia inevitable de doscientos mil turistas que estaban gastando euros, rublos y dólares a lo largo del recorrido y que, en honor de los cuales, he puesto el título que he puesto.


La decisión sobre mi asistencia estuvo pendiente de la duda. Así como pienso que los indignados es un movimiento absolutamente positivo, no tengo tan clara su influencia sobre los resultados electorales del próximo 20 de Noviembre, una intensa preocupación para mí. Tal vez sea por la insistencia mediática de las encuestas sobre un resultado más que notablemente favorable al PP. Tal vez, como viejo demócrata (y no solo eso), lo de las elecciones y el voto son para mi imprescindibles y no acepto (aunque entienda) las posiciones del “no votes, que se lo hagan solos”.


Nunca la abstención, incluso cuando es política, como es el caso de muchos indignados, ha colaborado en el cambio político por si misma. A menos, claro está, en los procesos revolucionarios. Pero, para mí, no son esas las condiciones actuales. De alguna manera presiento que el movimiento en pro de más democracia y más justicia social (las dos aspectos forman una misma cosa) está generando mucho ruido, algo de organización, pero poca decisión electoral. No es que sea imprescindible, pero considero que es muy necesario el paso de la protesta al manejo de los instrumentos formales de la democracia, de las elecciones, de los parlamentos, etc. tanto si es utilizando las organizaciones existentes, como creando organismos nuevos.


Por primera vez en muchos años (¡ay!, ya demasiados) asistí a una manifestación en la que los emblemas habituales de la izquierda política y sindical brillaban por su ausencia. No me resulta imprescindible la bandera, el pasquín o la enganchina, en absoluto, pero debo confesar que los eche en falta. También debo reconocer que en los eslóganes oídos se introdujeron suficientes matices entre unos partidos y otros, alejándose de aquel tabernario “todos son iguales” y “todos son unos cabrones”. Me pareció un paso positivo por parte de todos, los organizados en entidades clásicas y los afluyentes a su libre albedrío.


Como también tengo que resaltar la enorme cantidad de pasquines y pancartas, claramente personales, que hicieron el paseíllo por Barcelona. Mucha gente salió de casa con la pancarta puesta y el eslogan escrito. Algunos con ansias explicativas enormes que llenaban, hasta hacer imposible su lectura, el espacio disponible, otros con las travesuras léxicas u onomatopéyicas que su ocurrencia e ironía les permitían. Otros repitiendo cosas sabidas. Pero, insisto, fue una mani muy letrada, muy personalmente letrada. De hecho, me llevé mi réflex y un objetivo todo terreno y tengo un buen reportaje de lo escrito en los manifiestos aireados. Luego en casa, me pasé un buen rato leyendo e interpretando lo que el personal en su inventiva decía.


Creo que estamos ante un movimiento intenso y muy abierto. La sociología asistente era de una gran variedad, sin incluir esta vez a las masas provinentes de noroeste de la ciudad, que si la invadieron en Julio del 2010. Pero, incluso sin eso (cosa obvia), la asistencia respondía a un entramado social variado y variopinto. Desde obreros (algunos de los que quedan), enseñantes, sanitarios (por lo tanto con títulos en su haber), hasta familias jóvenes al completo, maduritos ya sin melena, grupos de barrios, de otras ciudades y un largo etcétera.


El contacto entre los manifestantes y la ciudadanía de entorno, en la plaza de Catalunya, en el Paseo de Gracia, en la calle Aragón y en el Paseo de San Joan, fue tranquilo y altamente sintonizado. Casi todos los mirones sabían que iba la cosa y su atención era más que pura curiosidad o sorpresa. Lo leído de los manifestantes, lo que se oía de sus expresiones era recibido con bastante simpatía por los circulantes de los mercados sabadeños. Eso es bueno. Tengo la impresión de que no hay rechazo. Cuidémoslo y alejemos a esos grupos que en Roma prostituyeron a la ciudadanía.


Incluso la post manifestación fue distinta en los medios. No ha habido la consabida diarrea mental en torno a cifras y letras. Ya no hace falta. Las explicaciones y comentarios fueron en todos los medios aceptablemente justos (dentro de la ideología e intereses de cada medio). Fue una gran manifestación que mostró movimientos de base de gran fuerza.


Necesitamos que eso progrese y se transforme en cambio político y social.


Cuando Raimon canta “Nosaltres no som d’eixe mon” no hace referencia a que estamos en un mundo distinto y sin contacto con el otro. Dice que no está de acuerdo, que quiere otro y que actúa para ello. Y que no es suficiente el sentirse distinto.


A ver si se me entiende.



Lluis Casas crónica desde l’Eixample.