“No podemos pagar la sanidad que tenemos”, este es más o menos el eslogan que el gobierno derechista de la Generalitat nos está intentando colar. “Los recortes en las prestaciones sanitarias son la única forma de enfrentar la crisis y salvar lo salvable de lo que tenemos”, este es otro de los eslóganes al uso. “Si estamos así es como consecuencia de la incorrecta gestión del gobierno de izquierdas de la sanidad pública”. Este es un tercero muy conocido. “Es inevitable que introduzcamos el copago en la sanidad pública”. Este otro ya se lo saben de memoria. “La sanidad pública es muy cara”. Este aparece más o menos encubierto, pero forma parte de la ideología imperante en el Palau de la Generalitat. “Las empresas sanitarias privadas son enormemente mejor gestionadas y tienen más productividad”. Este es indudablemente el protagonista último de la gestión de la derecha, aquí en la tierra y allá en el cielo. Sobre todo cuando por primera vez en la historia el conseller que chapucea la sanidad pública catalana es el jefe del sindicato corporativo de los hospitales privados.
Hoy en el ambiente la impresión de que se ha dado un paso más allá, más allá de donde estábamos hace pocos meses, es decir, desde el borde del precipicio hacia la aceleración de la gravedad por caída libre, unos 9.8 metros por segundo.
Lo habrán visto ustedes en El País: el consejero de salud ha encargado un estudio para trocear la empresa pública que gestiona la parte más importante de la sanidad catalana, el ICS. Además se pretende introducir el capital privado para conseguir no solo una mejor gestión sino, claro está, beneficios (el objetivo principal).
Pienso que estamos en el umbral (en espera del resultado electoral del 20 N) de una revolución neoliberal. Si un gobierno en minoría, como es el de CIU, tiene la enorme desfachatez de desmontar brutalmente los servicios públicos básicos y pasarlos al mundo de los negocios de unos cuantos, es que están dispuestos a todo, incluida la laminación democrática del país, instrumento imprescindible para proceder con su programa privatizador y disgregador de la sociedad.
Algo se de sanidad, les confesaré que fue en el primer sector de los servicios públicos en donde trabajé, reconociendo posteriormente el gran error personal que hice al abandonarlo.
Las frases iniciales esconden tales mentiras que resulta inconcebible que nuestra prensa trague como lo está haciendo.
Cualquier valoración objetiva sobre la sanidad catalana, valoración con aportación de verdaderos argumentos y de datos comprobables, nos dirá lo siguiente:
1. El gasto per capita en Catalunya en sanidad es menor que en la mayoría de las CCAA y menor que la media europea. No digamos ya respecto a los USA, el paradigma de los neoliberales sanitarios, que es donde más se gasta en salud y menos salud tiene la población en general.
2. La calidad comprobada de la sanidad catalana (es) era excelente, igual o, incluso, muy por encima de su entorno continental.
3. Todo y lo anterior, poco gasto y mucha eficiencia, las listas de espera para tratamientos importantes para la vida de los enfermos eran (y lo serán mucho más) excesivas. Es decir, es necesario ampliar inteligentemente la capacidad operativa del sistema sanitario. Cito las cataratas como ejemplo mayúsculo de lo que quiero decir: un tratamiento simple, casi sin estancia hospitalaria, con un porcentaje de éxito muy elevado, una patología que afecta a los mayores y un tratamiento que aporta una mejora enorme en el nivel de la calidad de vida, con un coste relativamente bajo y con exigencias tecnológicas accesibles. No hay motivación ninguna para hacer que exista lista de espera, salvo la falta de profesionales. La lista de espera es más cara que el tratamiento sanitario, asistencia personal, visitas médicas, por no citar el coste en calidad de vida.
4. La sanidad pública catalana es un sector de I+D de primer orden, somos un país con una muy avanzada investigación y aplicación practica que atrae profesionales y enfermos. La investigación y el desarrollo técnico y científico está casi totalmente en el sector público. El privado se alimenta de ello para ofrecer lo que se conoce como turismo sanitario.
5. La presión fiscal catalana está por debajo de las medias europeas, con lo que se supone que hay margen de financiación pública para los servicios básicos. No hay por lo tanto, un excesivo gasto, sino en todo caso una incorrecta financiación, perfectamente capaz de asumirse.
Los cinco puntos y otros que podría añadir definen bien la situación, la crisis que ha impactado en los ingresos públicos no debe llevarnos a un terreno inexistente: la gestión de los servicios públicos por el mundo de los negocios. Siempre termina mal, indefectiblemente. No hay ni una sola experiencia de importancia que aporte la confirmación de esa ciencia mística sobre la capacidad de gestión racional de los servicios públicos como algo privado. Al contrario, el gasto se expande, la calidad baja, los salarios retroceden y surge una población desasistida.
Todo ello no niega la necesidad permanente de tensionar la gestión pública en beneficio de la eficiencia, pero oigan en la eficiencia, en la excelencia, como dicen ahora, los componentes no son únicamente económicos o mejor dicho monetarios. Está la calidad del servicio, está el futuro del sector y muchas otras cosas que son absolutamente ignoradas cuando de beneficios monetarios se trata.
Es muy simple, si debemos rebajar la factura sanitaria y a la vez generar beneficios para el capital privado que la gestione, ¿de donde saldrá ese margen ahora inexistente? Dejando aparte la magia negra, en la que no creo, solo puede salir de una reducción de costes sobre salarios y sobre el servicio. El ahorro con la mejora de la gestión no da para ello, por descontado. El resultado es obvio, volver al no sistema sanitario y a los hospitales con salas para cincuenta. Eso no pasará, por descontado. Lo que es seguro que sucederá es que la factura sanitaria se incrementará en un porcentaje aproximado al margen de beneficio deseado por el capital y tolerado por sus representantes gubernamentales. Y además, se romperá el entorno democrático, sindicatos, compromisos sociales y una larga serie de consecuencias colaterales positivas que tiene una sanidad pública.
Mientras tanto, el daño social y psicológico provocado por un gobierno irresponsable es enorme, no solo entre los profesionales de la sanidad, sino entre la ciudadanía que ve peligrar un grado de bienestar al que tiene todo el derecho. Hoy la crispación generada por CIU en el mundo sanitario está afectando a la calidad del servicio.
Lluis Casas, hecho polvo y en lista de espera.