domingo, 7 de mayo de 2017

Andreu, el hombre del carrito

RELATOS DE BADALONA (6)


Lluís Casas

Los carritos de los supermercados se han convertido en instrumentos de trabajo para muchas personas que ejercen actividades de recogida callejera. No me refiero solamente a los inmigrantes que vemos diariamente en busca de materiales de deshecho que puedan ser reciclados. También hay autóctonos que han encontrado un modo de sobrevivir mediante el ejercicio de la búsqueda a la intemperie.

Los hay que, con las habilidades aprendidas en oficios que ya no les permiten ejercer, se han programado su jornada, sus horarios específicos y sus días especiales. Disponen de una agenda en la que consta cuando, qué y donde actuar en función de distintas horas, territorio y días. Es como tener una jornada laboral perfectamente diseñada, con sus objetivos y su valoración de resultados.

Todo ello no es muy ajeno a lo que un empresario hace día a día. En realidad, algunos incluso lo fueron.

El carrito de supermercado se ha convertido en la imagen de la sobrevivencia, recuerden que Viggo Mortensen utiliza uno en su dramático recorrido en “La Carretera”, una película que no desmerece la tremenda novela de Cormac McCarthy. Ese carrito es la imagen de la crisis, un cataclismo en “La Carretera”, una crisis económica y social en Badalona.

Andreu es un usuario diario del carrito de supermercado. El carrito ha sido su personal salida de la crisis total en la que su familia cayó hace pocos años. Se evaporó su trabajo, invirtió en un pequeño comercio la indemnización obtenida y vio desaparecer las nuevas expectativas en un plazo muy corto: la economía del barrio no permitía ningún nuevo comercio. Cerró.

Andreu tenia, como la mayoría de víctimas de la crisis, una familia. Esposa, afectada de una dolencia cardíaca que necesitaba una medicación cara (a la que tuvo que renunciar) y dos hijos en distintas fases de desarrollo.

La historia profunda es siempre la misma en los Relatos de Badalona. Tan pronto los ingresos regulares desaparecen o se tornan insuficientes, la vivienda hipotecada es puesta en cuestión. A Andreu le sucedió lo que a la mayoría, dejó de pagar por imposibilidad manifiesta. Y siguió el recorrido habitual, ir al banco que le ofreció una carencia y aplazamiento a costa de altos intereses o la amenaza de “nos vemos en los tribunales”.

Andreu optó por una tercera vía, la PAH. Y allí siguió la aventura que ya conocen por los casos que les he narrado. No puedo explicarles ni la evolución del caso, ni su presunta finalización. Me temo que está todavía en algún substrato creclamatorio del banco.

Lo interesante es la reacción de la familia de Andreu ante el cambio de vida que supuso la quiebra de su propio sistema vital. Andreu y su esposa trataron, como es norma casi general, de reducir el conocimiento cabal de las circunstancias a sus dos hijos. Actitud comprensible pero inútil. Los hijos poco a poco advirtieron la gravedad de lo sucedido, pero sin apreciar las consecuencias a pequeña escala que suponía no tener ningún dinero al alcance de la mano.

Andreu se lanzó a la economía del carrito y lo hizo de modo organizado no a la buena de dios, de modo que por la mañana centraba su actividad en el sector del metal a reciclar y por las tardes, a la hora del cierre, al sector de los supermercados en busca del producto caducado.

La organización daba resultados, pues no solo ingresaba algo de efectivo, sino que se hacía con regularidad con la cena y el desayuno.

El hijo de Andreu, poco habituado al sistema del reciclaje, se negaba al principio a consumir productos caducados. La resistencia juvenil es dura pero corta. El hijo de Andreu terminó por acordar con su padre su ayuda personal para la recogida de cenas y desayunos al ver la posibilidad de elegir entre el flan o el yogurt. No sé si Andreu sigue con su actividad o la vida, en esas revueltas impredecibles, le ha recompensado con algún tesoro escondido, tal como un trabajo con ingresos decentes. No lo sé, pero se lo deseo.


Lluís Casas experto en caducidad alimentaria

sábado, 22 de abril de 2017

Jorge, el Egipcio



RELATOS DE BADALONA (5)
Lluis Casas

Le llamaremos Jorge por comodidad y discreción, aunque pienso que su verdadero nombre traducido al castellano es más que parecido al que utilizo.
Jorge es un hombrón de buena presencia. Con un tamaño perfectamente respetable. Mantiene el rostro con una expresión de gran seriedad que podría devenir en alerta para el que le habla.

En realidad, el verdadero carácter de Jorge se descubre en cuanto toma la palabra, aflora una gran timidez, un extremo respeto hacia el interlocutor, una calma y una capacidad de reflexión notables. Para un ex trabajador de la construcción resulta sorprendente. No hay gritos, ni quejas, ningún exabrupto comprensible. Tal vez si la conversación fuera en su lengua las cosas serían distintas, pero no lo creo. Jorge es un ejemplo de moderación en casi todo.

Tal vez Aneda, su mujer, tenga algo que ver. Dispone de un control delegado que la hace casi independiente a pesar de su territorio de origen y las costumbres que se intuyen. Vistos en su domicilio, territorio hegemónico de Aneda, todo encaja.

Jorge y Aneda son egipcios y además cristianos coptos. Lo cual significa que su fe es la más antigua dentro del cristianismo. Una pareja con tres hijos varones pequeños que mantienen en su casa una verdadera delegación eclesial de su religión: hay en el televisor, conectado vía satélite, una misa copta casi permanente.

Existe en la zona de Badalona y municipios adyacentes una pequeña comunidad copta que los mantiene vinculados y menos aislados en el mar del catolicismo descreído y del islamismo un tanto abandonado.
Jorge y Aneda estaban instalados con cierta comodidad para unos inmigrantes en la Catalunya del todo es posible en el mundo de la construcción. Salario alto y administración doméstica moderada prometían una buena vida.

Las circunstancias de imprevisibilidad de la vida condujeron a Jorge a un gravísimo accidente laboral y a la anulación de su capacidad de trabajar en su oficio y en cualquier otro que exigiese la más mínima capacidad física. Después de unas ciertas diatribas con la aseguradora y con el sistema de pensiones a Jorge se le concedió una pensión permanente por incapacidad. La medicina decidió que el riesgo operatorio para Jorge era tan grande que era preferible renunciar y aceptar los dolores permanentes y la disminución de la movilidad. Las muletas primero y el bastón después iban a ser los complementos para siempre para un deambular inseguro y lento.

Con la vida cambiada, Jorge y Aneda se enfrentaron al problema básico de toda familia con hipoteca: como compaginar su pago con el mantenimiento familiar, tres hijos pequeños no son poca cosa a la hora de los gastos, cuando los ingresos se reducen a la mitad.

No estamos hablando de una vivienda de lujo, en absoluto. Dos habitaciones y el estándar habitual de baño, cocina y comedor. Y, algo muy importante para el futuro, una escalera sin ascensor, lo suficientemente estrecha y empinada como para obligar a Jorge a permanecer en casa siempre que no fuera absolutamente imprescindible lanzarse a la aventura del descenso. Para los niños el problema era menor, siempre podían emprender la fuga en plan suicida. Lo que es, evidentemente, un incentivo para los de su edad.

Los impagos producidos de las cuotas de la hipoteca llevaron a la familia de Jorge y Aneda a visitar la PAH de Badalona y a emprender la peregrinación de intentar un acuerdo bancario que les dejase en una situación mínimamente favorable. Se trataba de poder acceder a una vivienda de alquiler social y de eliminar la deuda subsiguiente a la dación de la vivienda.

En el caso de Jorge y Aneda no existía el agobio de la falta de unos ingresos mínimos que permitieran una vida básica. La pensión de Jorge y las trapicharías de Aneda, que fácilmente pueden imaginar, garantizaban la alimentación y los gastos básicos familiares. El problema era la vivienda y la deuda en el marco de una persona que no podía acceder a casi ningún trabajo por elemental que fuera.

Finalmente, la banca afectada (una entidad dependiente de un gran banco creada especialmente para hacerse cargo de las hipotecas de riesgo que el mismo banco madre no consideraba con suficientes garantías) atendió a la negociación e incluso acepto hacerlo en el domicilio de Jorge y Aneda. Una situación que debo reconocer que no se da con la frecuencia necesaria. El que los representantes de un banco se sienten en el comedor que van a apropiarse no resulta cómodo porque los enfrenta muy directamente al problema humano. Pero aceptaron y los felicito por ello.

La oferta bancaria fue total: asumían el alquiler social de la vivienda y se eliminaba toda la deuda resultante. Un resultado satisfactorio para la familia de Jorge y Aneda. Ahí saltó el problema, el banco carecía de viviendas en la zona que tuvieran ascensor o al menos un acceso adecuado al estado definitivo de Jorge. La vivienda en la que estaban era un riesgo demasiado elevado como para continuar en ella. La posible oferta de vivienda de alquiler pública era y es una quimera, todo y hacerse con los papeles necesarios y realizar la solicitud obligada. Un trámite burocrático sin futuro, pero de obligado cumplimiento para prevenir un “por si acaso” o su equivalente, un milagro.

El eje principal de la política de vivienda es inexistente en España: una oferta de alquiler que cubra las necesidades de los sectores que no pueden enfrentar la especulación del submundo inmobiliario. Por ello pasa lo que pasa y pasará lo mismo en la próxima e ineludible próxima crisis.

Jorge y Aneda tuvieron que hacer de tripas corazón y buscar una vivienda por su cuenta que fuera congruente con sus necesidades y sus posibilidades económicas. El esfuerzo, me explicaron, lo hacían pese a que un hipotético regreso a Egipto con la pensión disponible era una opción muy práctica en términos económicos, pero los hijos tenían escuela, sanidad y un entorno del que no dispondrían en su país. La apuesta familiar está aquí, cueste lo que cueste.

Finalmente, Jorge y Aneda consiguieron una vivienda ajustada a sus necesidades más básicas y con la ayuda de su comunidad copta se trasladaron a su nueva aventura. Es un final casi feliz dentro de un drama considerable.

Les adjunto una fotografía de Jorge y Aneda, representando su drama. Fue una sesión fotográfica con muchos afectados hipotecarios que duró dos días.

Lluís Casas egiptólogo


jueves, 13 de abril de 2017

Los tres paquistaníes

RELATOS DE BADALONA (4)


Lluis Casas 




Les dejé al final de la primera entrega con la alegría de los pisos nuevos, de las comisiones a espuertas y de un futuro inimaginable para todos los agentes de la historia.

La constatación de que el futuro es inimaginable rara vez frena a las personas, a las entidades y demás órganos sociales de tomar decisiones arriesgadas y muy probablemente equivocadas. No hay más que leer la prensa para confeccionar una lista de errores y de victimas de ello lo suficientemente larga para ser precavidos…a posteriori.

A nuestros conciudadanos UNO, DOS y TRES les va a ocurrir lo mismo. La especulación inmobiliaria y su socia ineludible la marrullería financiera dieron al traste con les expectativas vitales de las tres familias paquistaníes, junto a muchas más de todos los patronímicos.

UNO perdió sus diversos trabajos y quedó a expensas de trapicheos múltiples difíciles de calificar. Dos vio reducir su facturación diaria, a pesar de su permanencia absoluta a pie del cañón de su comercio. TRES se vio en la necesidad de pasar del trabajo completo a la chapuza y el remiendo a precio de coste.
El que más rápidamente se encontró en la indigencia fue DOS, puesto que además de la hipoteca tenía una deuda considerable con una entidad informal de crédito, cuya característica principal era la poca paciencia y la falta de maneras. De la noche a la mañana, el estoc almacenado en la trastienda desapareció en pago a unos intereses de casi tres dígitos. DOS cerró el comercio ya sin nada que vender.
Alertado por lo sucedido, DOS se dirigió al agradable director de sucursal de la Caixa del Principat para ver de amañar de alguna manera su inminente falta de pago hipotecario. Su idea era que el agradable director de la sucursal de la Caixa del Principat le allanaría benévolamente un camino paralelo a los rigores hipotecarios en espera de una remontada económica, que obviamente no tardaría en llegar. Su sorpresa fue mayúscula al observar el cambio en las maneras del agradable director. Solo con verle ya advirtió que la gestión no iría por muy buen camino.

Mala cara, agresividad, amenazas, dudas respecto a su honorabilidad. Hubo de todo lo malo un poco o un poco más. La conclusión fue clarísima: si no pagaba, perdería la vivienda y con ello arrastraría a UNO y a TRES en su caída. Además, la pérdida de la vivienda en instancia judicial le dejaría un regalo complementario en forma de deuda pendiente y de costes judiciales que lo inhabilitaría como agente económico estándar.
A ello, el mudado en desagradable director de la Caixa del Principat añadió como única posibilidad al margen de la guerra total, ofrecía la firma de un nuevo crédito que cubriese la deuda acumulada, con la inclusión por un modesto interés de una carencia de un año.

DOS se veía no solo en la indigencia, sino en la calle con lo puesto. Por lo que firmó lo propuesto, liándose la manta a la cabeza y cayendo en un futuro incremento de la deuda de no te menees.

Con la carencia escondió su situación inmobiliaria a la familia y a su entorno, incluidos UNO y TRES y se lanzó en pos de ingresos haciendo cualquier cosa que se presentara, tanto si era el caso, como si no. Imaginen.
Podemos decir que tanto UNO como TRES pasaron por el mismo trance en la sucursal de la Caixa del Principat. Los dos lo hicieron en un plazo de pocos meses a medida que los ahorros disponibles desaparecían del todo y los ingresos alternativos menguaban de semana en semana.

El asunto afectó de mala manera al que antaño había sido un agradable director de sucursal de la Caixa del Principat, puesto que además de los tres paquistanies, otros clientes de las etnias más diversas, pero sobretodo los nativos badaloneses fueron en procesión a ver que se podía hacer con lo de cada uno.
La bronca que el preocupado director se ganó en las oficinas centrales de la Caixa del Principat fue de órdago y el señalamiento de que redujese rápidamente los fallidos el objetivo de su propia salvación.

Me abstengo de relatar los dieciocho meses posteriores, pueden ustedes imaginarlos sin mayor problema si se ponen simplemente pesimistas. Las familias de UNO, DOS y TRES se empecinaron en hacer de la capa un sayo en trabajos de todo tipo, a cualquier hora y para todas las edades. Incluidas las procesiones a los servicios sociales del Municipio, a Caritas, a la Cruz Roja, al comedor gratuito y a todos los conciudadanos que se ponían a tiro. La posible huida a Dacca, como solución definitiva no se contemplaba por motivos obvios y comprensibles: la sanidad, la educación y el entorno de sus hijos hacían poco atractiva la vuelta a los orígenes. Había que aguantar como se pudiera.

Finalmente, vencido el tiempo de prórroga financiera, la Caixa del Principat a la vista del insistente impago los citó en los juzgados en el inicio del procedimiento para subastar la vivienda y lanzarlos en términos jurídicos a la calle. El procedimiento incluía de hecho a los avalistas, como hipotética solución a cada uno de los casos, lo que definía la situación como un enorme globo hinchado a punto de explosión. El otro hora amable director de la sucursal de la Caixa del Principat contaba que los casos de subasta y lanzamiento son individuales y el Juez al cargo no llegaría a averiguar el sorprendente juego de avalistas con que llenó el juzgado. El notario, sujeto a peores consecuencias si había lugar a revisar expedientes, ni se enteró, ocupado como estaba cubriendo agujeros con bodas y bautizos.

La casualidad llevó a UNO, a través de sus amistades, al local de la PAH de Badalona, convirtiéndolo en el caso 1001 de la larguísima lista de afectados dispuestos a buscar alguna solución, si era posible encontrarla. En cuanto UNO se implicó en el asunto reclamó la presencia de DOS y TRES dada su compacta deuda inmobiliaria y la comunidad de intereses creada.

Volveré a saltarme unos meses en los que entre la PAH de Badalona y la Caixa del Principat se estableció sobre el caso llamado de los “tres paquistanies” y otros muchos una dialéctica compleja y preñada de amenazas y reencuentros.

Finalmente, sin llegar a los juzgados, se acordó el fin del negocio: los tres paquistanies entregaban sus viviendas a la Caixa del Principat y se comprometían a pagar una asequible cuota mixta que englobaba el alquiler de la vivienda (por tres años) y un resto de la deuda (por veinte años). Las familias permanecían en casa, de momento, a la espera de recuperar cierta estabilidad económica. Perdían el estatus de propietarios y la posibilidad del beneficio del 20% prometido per el simpático API. La Caixa del Principat anotó pérdidas elevadas, aunque estocó viviendas sobre las que no sabía qué hacer. En conjunto la operación de los "tres paquistaníes" fue tratada con la delicadeza pertinente para evitar que la contabilidad tradujera al Banco de España la asombrosa verdad. Lo cierto es que para el Banco de España, como se ha visto después tanto daba la verdad como las coliflores.

El API, hay que explicarlo, tuvo que cerrar por falta de contratos (me dicen que está intentando renovar el negocio). El director de la sucursal fue trasladado al desierto del Gobi, como avanzadilla para casi toda la plantilla de la Caixa del Principat, esta fue adquirida por un coste exorbitante por el gobierno y vendida posteriormente por cuatro cuartos a otra entidad financiera. El notario vio reducida su frenética actividad hasta que el gobierno le otorgó poderes sobre materias nuevas y oportunas.

Un fin de fiesta de lo más edificante.


Lluís Casas, antropólogo por segunda vez

domingo, 2 de abril de 2017

EMILI, UNA PERSONA QUE MOVIA DINERO

Relatos de Badalona (3)

Advertencia: “Se me alcanza que un lector atento a los relatos de Badalona puede pensar que en el mundo de la crisis social solo hay personas inmigradas, colectivos de riesgo y dramas vitales. Todo y que el grueso sociológico está formado por estas tipologías sociales patológicas, no son las únicas y con el desarrollo de la crisis otros colectivos presuntamente a salvo de las incidencias de la pobreza, del paro sin esperanza y de la pérdida de la vivienda se han visto absorbidas por el agujero negro social.”

Emili es catalano parlante, cosa que muestra una diferencia substancial con nuestros conocidos paquistaníes y con la propia María, el personaje de la primera entrega.
Emili es una persona adaptada y adaptable, experta en moverse socialmente, con una familia estándar, Emili es, en definitiva, un miembro de la clase media.

Emili nunca hubiera imaginado el cambio que la crisis operaria en él y en su entorno familiar. Ni él lo hubiera imaginado, ni su familia, ni sus amigos, ni sus vecinos.

La vida de Emili se producía entre negocios, en un ambiente de relajación financiera y de expectativas personales y familiares exclusivamente positivas. Coche, viviendas, futuro asegurado, ninguna preocupación económica de relevancia.

Emili tomaba las decisiones económicas y personales en ese ambiente de tranquilidad y con la convicción íntima de que “eso” no va a pasarme a mí. El “eso” pueden ustedes inventariarlo con lo que cada uno interpreta: enfermedad, accidentes, desgracias variadas, riesgos económicos, etc. y darle el valor a cada categoría que para cada uno importa.

No es de extrañar, pues, que el mundo de Emili se complementara con una o varias hipotecas, con sus respectivos avaladores y otros créditos diversos de carácter personal, pero dedicados a la actividad empresarial. Emili no era un caso en absoluto especial, simplemente era uno más de los que en su vida económica no acertaban a distinguir entre lo personal o familiar y el ámbito del negocio. En Emili las dos economías eran una sola. En apariencia, si todo va bien, no hay motivo de sospecha sobre la estructura de los créditos, las hipotéticas afectaciones de ellos sobre el patrimonio familiar y el del negocio.
En fin, un caso típico de pequeño empresario.

El espejismo en que vivía Emili y su familia se basaba en unos ingresos substanciosos pero vinculados a un apalancamiento financiero arriesgado, tanto por su volumen, como por la escasa capacidad de maniobra del propio negocio.

Emili no podía influir en las bases de su sector empresarial, ni podía negociar con sus acreedores con garantía de respeto. Ni, por supuesto, verse las caras con las entidades bancarias de las que dependía en exceso, aunque por importes poco relevantes para la banca.

Les ahorro el detalle de la crisis de Emili, puesto que no tiene gran importancia para el lector. Pueden imaginar y acertarán. Solo debo explicar que la debacle fue total, absoluta, sin margen para sobreponerse, ni siquiera para flotar un tiempo en espera de mejoría.

Emili se vio con su patrimonio en manos de la banca, con miembros de su familia comprometidos, sin trabajo, ni ingresos. Como empresario, sin el margen de seguridad mínima de pensión alguna. Como la vinculación entre empresa y economía familiar era absoluta, todo fue a parar a manos de los acreedores, dejando además una deuda subsiguiente de cierta importancia.

Vuelvo a saltarme el periodo en que Emili i la PAH de Badalona emprendieron con la banca la empresa de salvar todo lo salvable y, simplemente, les diré que Emili acepto un acuerdo que no lo hundía completamente, pero que le exigía compromisos que en un principio se vio con la capacidad de cumplir. Emili, pienso que, con cierta satisfacción, reemprendió si vida y se alejó de la PAH.

Emili recuperó una plaza de un trabajo anterior a su experiencia empresarial, pero como la retribución no estaba a la altura de las necesidades, Emili pasó al campo del pluriempleo con lo que tenía una jornada más que completa.

Lo que Emili no valoró suficiente fueron los límites jurídico-laborales que su trabajo básico determinaba con sus otras actividades diarias. De nuevo, Emili arriesgó en demasía bajo el convencimiento de siempre: todo irá bien.

Emili se encontró de nuevo sin empleo. Tuvo que incrementar sus actividades laborales allí donde se produjeran y en lo que se concretaba, independientemente de capacidades, habilidades u otra consideración.

La nueva situación lo llevó al incumplimiento de las obligaciones contraídas con la banca y de ello se derivó la pérdida de los restos patrimoniales que circunstancialmente mantenía y añadió el coste de los trámites judiciales a la deuda, una cifra de consideración para cualquiera que estuviera en las circunstancias de Emili.

Con el nuevo golpe, Emili apareció por la PAH para ver si la divina providencia en su poder alcanzaba a las capacidades de la PAH en aras de la salvación civil.
Efectivamente, la providencia accedió a la voluntad y condujo a Emili a una situación de cero patrimonios, pero cero deudas. Un alivio inmenso.

En el momento que Emili abandonaba la PAH yo mismo me introducía en el coche de un compañero mientras lo contemplaba a él. Emili dirigió sus pasos hacia una motocicleta absolutamente nueva, de “trinca” diríamos en la calle Provenza.

Anteriormente, Emili era poseedor de un viejo ciclomotor con 500.000 km encima como mínimo. Habíamos coincidido, motociclistamente hablando, en diversas ocasiones e intercambiando impresiones sobre las dos ruedas (una deriva incomprensible del autor).

Al tiempo que Emili hablaba por teléfono desvió la mirada hacia mí y contempló a la vez la motocicleta a la que parecía acercarse.

Unos instantes bastaron para detenerse, desviarse de la motocicleta y hacer como que algo lo detenía por teléfono. Detención que permitió que el vehículo en el que yo estaba arrancara y de alejara.

No tengo constancia de que Emili terminara subiéndose a la motocicleta reluciente, aunque sospecho que sí. Tampoco considero que eso fuera motivo de juicio por mi parte, pero si reflexiono sobre la reacción, presuntamente culpable de Emili:  Él le dio importancia y quiso disimular una cierta culpabilidad.

La importancia que yo le doy es distinta a la que pienso que le dio el propio Emili.
Yo pienso que Emili, como muchos, todavía está todavía imbuido por la gran excusa para ciertas irresponsabilidades: “a mí eso no me puede pasar”.

Lluís Casas motociclista



martes, 21 de marzo de 2017

RELATOS DE BADALONA (2)

RELATOS DE BADALONA (2)
LOS TRES PAQUISTANIES. Primera parte, la hipoteca.


Escribe Lluis Casas


Antes de relatarles esta compleja historia, tengo la obligación de hacerles la siguiente advertencia: el conjunto de lo que viene a continuación es una invención del autor, pero cada una de las personas y de los detalles están sacados de la realidad cierta. Simplemente he unido en un único relato diversas experiencias, lo cual no quita que, en esencia, lo que les detallo narrativamente pueda figurar como algo perfectamente vivido. Les evito, como a mí mismo, los nombres figurados de los personajes en su propia lengua, por su complejidad y la dificultad de pronunciación y me decido por los números y no por nombres latinos como José o Miguel para ser más respetuoso con los significados nominales.

Hace unos pocos años, el paquistaní que llamaremos UNO, un hombre casado, trabajador y ciertamente emprendedor llegó solo a Badalona. Como si esta ciudad fuera una quimera. No sabemos de dónde venía, pero si su origen como certifican sus documentos. Tampoco consta cómo lo hizo y que dificultades tuvo que soportar para llegar a esta esquina mediterránea.
Como es habitual en estos casos, UNO fue acogido por otros compatriotas que le ayudaron en el procedimiento de buscar trabajo, hacerse con el dominio de unas cien palabras castellanas, una docena en catalán y en el entendimiento básico de la sociedad badalonesa y española: seguridad social, salud, derechos, etc. hagan una lista situándose como emigrantes, digamos en Uzbequistan, y estarán al cabo de la calle.

La suerte y la coyuntura produjeron trabajo, ingresos estables y el deseo de traer al resto de su familia. UNO se vio paulatinamente integrado en el nuevo mundo. Con la habilidad propia de sus connacionales consiguió que su esposa, sus dos hijos y su suegra llegasen en buenas condiciones. Con su llegada se desencadenó la necesidad de una vivienda, cosa hasta el momento suplida por el hacinamiento solteril con diversos camaradas.

Ahí, la historia de UNO se identifica totalmente con las peripecias que cualquier familia en busca de acomodo decente en un tiempo en que los alquileres subían y la oferta era escasa, como siempre.

UNO, con el particular sentido práctico de su cultura, decidió que, si bien un alquiler era costoso de conseguir, y además de caro, tal vez la compra de una vivienda podría ser una solución mejor. Al efecto y dado su escaso capital acumulado, UNO pensó en solicitar una hipoteca, que según había observado parecía ser un mero trámite. Era del dominio público que las hipotecas se otorgaban simplemente con ponerse en la cola y generalmente te facilitaban no solo la totalidad del valor de la vivienda, sino un poco más. Cosa muy bien recibida, pues resolvía los problemas de amueblamiento y equipamiento e incluso de primeras letras de un automóvil. Si el asunto salía bien, el salto cualitativo en la familia de UNO iba a ser astronómico.

La búsqueda de la deseada vivienda le proporcionó a UNO una serie de posibles oportunidades futuras que le hicieron pensar que el asunto de la vivienda bien podía convertirse en un modo complementario de mejorar sus ingresos. El API al que acudió le sorprendió con la afirmación que en un año su vivienda se vería revalorizada en un 20% en el peor de los casos. Una ganancia de un 20% sobre una inversión prácticamente cero (la dichosa hipoteca) era un margen de beneficio ciertamente goloso y muy tentador. Añadió el API como complemento para la tentación, que las viviendas se vendían como rosquillas en menos de un mes. No había pues ningún riesgo en lanzarse con una mano delante y otra detrás a la compra del pisito.

UNO entendió que no debía perder tiempo y cuanto antes se hiciera con la vivienda deseada mejor y más productiva iba a ser la operación. Así pues, se puso en manos del simpático API y optó por una oferta de una vivienda que significaba pagar mensualmente una cuota del 60% de sus ingresos durante más de 30 años. El acceso a una banca no iba a ser ningún problema, puesto que el simpático API le iba a proporcionar el contacto con la Caixa del Principat que últimamente se había mostrado muy facilitadora de créditos (y de comisiones, cosa que el simpático API lógicamente no citó).

El asunto era factible en la opinión de UNO, no así en la visión que su esposa expuso. Esta con más realismo le advirtió que con el 40% de su sueldo para vivir cinco personas no resultaría ni cómodo, ni probablemente posible. Un negocio buenísimo en la mente de UNO se estaba complicando.

La solución la encontró en el mercado, como siempre. Sus colegas le explicaron que mientras su economía se desarrollaba podía alquilar alguna habitación de su nueva vivienda y pagar con ello una buena parte de la cuota hipotecaria, con lo que el esfuerzo económico se reducía mucho y podrá laminar las discrepancias matrimoniales.

Efectivamente, resueltas las previsiones de gasto doméstico, contactada una pareja que buscaba acomodo vital, UNO se decidió a visitar, acompañado por el simpático API, la sucursal de la Caixa del Principat.

Ningún problema le dijo el agradable director de la sucursal de la Caixa del Principat. La adquisición de una vivienda mediante un crédito hipotecario era una excelente decisión y con posibilidades de grandes rendimientos patrimoniales. La Caixa del Principat podía resolver el otorgamiento del crédito en pocas semanas, simplemente reunir la documentación, contactar con los avaladores y firmar con el notario, ciertamente una persona muy simpática y dicharachera.

A UNO se le encendieron todas las alarmas: ¿avaladores? ¿Qué era eso? ¿Cómo podía reunir avales suficientes?

Su rostro generó de inmediato preocupación al simpático API y al agradable director de la agencia. Veían como la operación se podía esfumar en pocos momentos. Había que actuar rápido.

El agradable director de la sucursal tomó la palabra de inmediato: veo que los avales pueden ser un problema, pero no se preocupe, entre el simpático API y yo mismo le facilitaremos los avalistas necesarios. Simplemente usted tiene que convertirse a su vez en avalista de otros y asunto zanjado.

Un milagro, la Caixa del Principat no solo era una entidad financiera, sino que hacia milagros. De varias familias interesadas en la adquisición de vivienda sin los requisitos patrimoniales necesarios se estructuraba una cadena de avales entre ellos que resolvían ese miserable incomodo que era la capacidad financiera.

De este modo UNO conoció a DOS y a TRES. Todos ellos provenientes de Paquistán, todos ellos en situación similar. DOS era un reciente comerciante de 24 horas, con un pequeño local y un arreglo informal con un tinglado financiero poco formal. TRES era albañil, sin contrato fijo, pero con un certificado de autónomo que le habilitaba como pequeño emprendedor. Todos con familia organizada y con parientes vinculados que esperaban la vivienda en régimen de comunidad de hecho. En total, el asunto afectaba a una treintena de personas de todas las edades, sexos, oficios y limitaciones lingüísticas.

Hay que advertir a los exigentes con el realismo, que, en las múltiples conversaciones con el simpático API, el agradable director y el campechano notario era imprescindible la presencia de CUATRO en calidad de modesto traductor del castellano al urdu, ya que su estancia en Badalona durante un quinquenio lo habilitaba para ello. Al esfuerzo de CUATRO se sumaban tres de los hijos de las familias que aspiraban a hipotecarse como jóvenes auxiliares de traductor, dada su asistencia escolar y su inicial manejo práctico del castellano y del catalán.

Con todos los problemas resueltos se llegó en una mañana soleada en la que, tres familias paquistaníes, un API, un director de sucursal, cuatro traductores aficionados y un notario se reunieron en la sucursal de la Caixa del Principat para firmar tres hipotecas con dos avales cada una. UNO recibió los avales de DOS y TRES. DOS los recibió los de UNO y TRES. Y, finalmente, TRES los recibió de UNO y de DOS.

La sesión fue larga, puesto que el movimiento humano con cada firma suponía costosas aclaraciones. Hay que añadir que el campechano notario dio múltiples explicaciones en el lenguaje jurídico pertinente que, ni el traductor principal, ni los auxiliares supieron transmitir adecuadamente al urdu. Ni con la primera familia, ni con la segunda, ni siquiera con la tercera.
La sesión finalizó con el deslizamiento clandestino de un cheque al simpático API que se sumó al que obtenía paralelamente con su intermediación inmobiliaria. Con la huida vertiginosa en motocicleta del notario a celebrar nuevas firmas hipotecarias y con la celebración familiar de tres nuevos propietarios y contratistas avaladores.

Seguirá. No lo duden.



Lluís Casas, antropólogo

jueves, 16 de marzo de 2017

Historias de Badalona (1)

María no es de Badalona; de hecho, María ni siquiera vive en Badalona. María tiene su ámbito de acción en Rambla Prim, en Barcelona, a poco más de tres kilómetros de Badalona, pero María tiene la misma losa encima que muchos ciudadanos de Lloreda, de Sant Roc, del centro de Badalona y como ellos ha encontrado el apoyo de un piquete de la PAH de Badalona. Eso justifica su adscripción badalonesa e incluso el inaugurar una posible serie de relatos.

La losa de María es muy pesada, imposible de soportar, peligrosa por demás cuando se desfallece. Esa losa, la de María, es producto de la acumulación durante muchos años de errores, de falta de oportunidades, de la soledad e incluso del rechazo social. María está en proceso judicial por impago del alquiler de una vivienda que no cumple ninguna condición de verdadera habitabilidad, incluidos diversos tipos de insectos y roedores.

María es madre de un par de gemelos de unos 10 años. Es una madre sola. Según la normativa, María y sus hijos forman una familia llamada monoparental y, además, al ser tres, se la considera incluso numerosa. María no tiene prácticamente ingresos estables, todo su pecunio consiste en el fruto de pequeños trabajos ocasionales o de temporada. María no tiene ayudas públicas que merezcan tal nombre. Tal vez María no ha sido suficientemente emprendedora en ese tipo de empresa. Tampoco las administraciones han sido sensibles a las múltiples advertencias de riesgo social emitidas por María. Ni siquiera la denuncia judicial y el inicio del procedimiento de expulsión de la vivienda han sido alertas detectadas.

Como todas las historias de este mundo, la de María tiene anécdotas curiosas: en un pequeño bar de Prim (un bar eminentemente futbolero y barcelonista), Ludi, una trabajadora del cercano centro educativo tomaba su café habitual. En una mesa próxima, María explicaba su problema a otra persona. La pequeñez del bar y la proximidad de las mesas permitieron que Ludi atendiera el contenido de la conversación y en un arranque solidario se puso a disposición de María para evitar que en las próximas 24 horas ella y sus hijos fuesen echados a mitad de la calle con lo puesto.

Recuerdo perfectamente esa tarde de principio de semana santa, cuando Ludi me llamó preguntándome si podíamos hacer un piquete de Badalona en un problema social urgente de Barcelona. Sencillo, le dije. Llamaremos a Lluís, una joya Lluís. El resolverá el problema o, al menos, nos dará tiempo para maniobrar. Y así fue. Lluís puso en marcha la máquina y el desahucio se detuvo. María y el piquete ganaron unos meses para organizarse.

María es una mujer menuda, para un veterano como el que escribe, está en plena juventud, de cara redonda y sonrisa fácil. Parece sincera, no rehúye la explicación y es luchadora. ¡Cómo, si no, habría sobrevivido hasta hoy! María se apoya en una muleta reciclada a causa de un pequeño accidente. Eso la hace doblemente interesante: es una mujer armada.

María tiene además de los gemelos, una hija, ya mayorcita, que le fue sustraída por su familia (tal vez con razón en su momento). Eso para María es una herida incurable. Se le nota, hay lágrimas cuando habla de ello.

Los gemelos forman una pareja compensada, uno es el intelectual, al que le sientan bien las matemáticas básicas que corresponden a su edad. Su hermano es más bien futbolero. Un balón es su vida. No necesita mucho más. Los dos son educados, tranquilos y apoyan a su madre con toda la fuerza que unos muchachos pueden disponer. No forman una familia conflictiva, con una razonable ayuda tendrían un futuro decente.

Han pasado unos meses cuando Ludi vuelve a llamarme. ¿te acuerdas de María? Sí. Pues necesita consejo. Allá vamos. Y se abre una historia ejemplar.
María se ha hecho con la gestión de un pequeño colmado de barrio. Lo ha limpiado, adecentado y está recuperando una clientela que empieza a conocerla y a apreciarla. Se ha vuelto una mujer de negocios. Mejor, al estilo catalán, una familia de negocios, puesto que los gemelos supervisan al final de la jornada el estado de la caja y opinan como ha ido el día. Están al caso. Ayudan, Mueven paquetes, vigilan el comercio si su madre ha de desplazarse. Están en el ajo, conscientes de lo que se juegan, pienso que intuyen la posibilidad de un gran cambio.

El local es de alquiler, el anterior propietario del colmado no cumplió con el pago del alquiler, ni de la luz. La conexión de agua está cortada. María no solo ha de remontar el negocio, sino, además, regularizar la licencia, conseguir el contrato de alquiler, pagar un presunto traspaso, ponerse al día con Endesa y con Agbar. Disponer del seguro preceptivo, convertirse en trabajadora autónoma y pagar la cotización mensual.

El tamaño de la tarea es enorme para ella, pero está dispuesta. El piquete badalonés le explica los principios elementales de la administración de un pequeño negocio. Gastos fijos, beneficios brutos, facturación, costes generales, etc.

María escucha, toma nota mental. Aprende, comprende. En una tarde se hace con la pequeña complejidad de un negocio familiar, se da cuenta del volumen de ventas que necesita para que a final de mes le quede el equivalente a un sueldo familiar. Debe hablar con los servicios técnicos municipales del distrito, debe acordar con el propietario del local un nuevo contrato de alquiler, etc. etc. Además, va a exigir las ayudas que por su situación le corresponden. Pero queda, latente, a la espera, el asunto inicial: la vivienda. La posible ejecución judicial: el temor de quedarse sin cobijo. Un asunto en el que ella y su capacidad de sobrevivencia y de lucha han llegado a su límite.

Nos hacemos cargo. Necesitamos una vivienda social pública.  ¿Quién la tiene?


Lluís Casas, orgulloso de un ser humano: María.