miércoles, 16 de febrero de 2011

¿LA AGONÍA DE LA DEMOCRACIA?






Deberían ustedes reconocer conmigo que la cosa está tan liada como para irse a algún desierto a verlas venir. Incluso subido a una columna, cual Simón en el desierto, y en espera del paso de algún hombre justo que aliente el retorno.


Digo lo del desierto, porque tal como está el asunto, es en el norte de África en donde existen los pocos lugares en los que hay grandes probabilidades de encontrar eso tan raro como son los hombres y las mujeres justos. Agua no habrá en abundancia, pero honestidad, honradez y ciudadanía a raudales. Y eso, visto desde aquí, en manos del príncipe Mas y del jefe de negociado Zapatero, es no sólo evidencia empírica, sino satisfacción a raudales.


Tal vez ustedes me dirán que claro, ahí en Egipto no había elecciones, cosa que aquí si tenemos en abundancia (con unos como ese trajeado Camps a la cabeza). Que en Túnez el trabajo brillaba por su ausencia (entre nosotros, si las cifras son ciertas el paro es mucho menor ahí que aquí), que la corrupción yemení es de armas tomar y la verdad la de aquí a la vista de los informes de los inspectores fiscales y de la economía sumergida no me perece precisamente menor. En fin, argumentos en uno u otro sentido muchos y muy diversos. Pero lo que sucede es lo que sucede y eso, al menos en este momento, nadie puede discutirlo. Incluso en momentos de debilidad personal como los actuales, ver a los dictadores de Egipto y Túnez (por el momento) tomar las de villa Diego sin fallecer por causas naturales en un hospital de su capital es algo que, por la edad, me produce una cierta vergüenza práctica.


A propósito de ello, les comento lo que sigue. Hoy mismo he terminado de leer el libro de un periodista ya fallecido en los años 40, poco antes del final de la segunda guerra mundial. Les habló de Manuel Chaves Nogales y de su “la agonía de Francia” (por cierto tiene una biografía reportaje sobre Belmonte). Chaves Nogales emigró de España en plena guerra civil y poco después se vio obligado a hacer lo mismo de la Francia ya semiocupada en dirección a Inglaterra. En La agonía de Francia analiza multitud de cuestiones que en su pensamiento estaban en la base de la inmensa derrota de Francia frente al hitlerismo. En síntesis fue el abandono de la esencia democrática a la francesa lo que destruyó la Francia que debería oponerse al fascismo.


Chaves Nogales fue un demócrata acérrimo, liberal en los términos al uso en la época, seguidor del azañismo y probablemente un reformador distante. Yo, personalmente, disiento en muchas de las cosas que en el libro apunta como motivos básicos del hundimiento francés, pero no es eso lo que quiero comentarles y no es, ni tan siquiera, demasiado importante hacerlo. El libro es periodístico y hecho sobre la marcha: la marcha desde España a Francia y desde Francia a Inglaterra. Es decir huyendo. Hay ahí un enorme respeto por el que escribe en esas condiciones.


Todo eso lo digo como reflexión cansada a las miles de páginas de periódico y cientos de minutos de radio y televisión en las que nada es verdad o al menos nada está cerca de la verdad. Y en donde la democracia real, que es opinión contrastada y referencias ciertas sobre lo que realmente ocurre, no solo brillan por su ausencia, sino que terminan en caer en el sistema goobeliano: machaca una mentira hasta que se convierta en el imaginario del público en verdad exclusiva. El periodismo actual ha conseguido estar tan despistado (o tan acobardado) como para hacer desaparecer la esencia de la verdadera democracia: al acceso al público de toda opinión fundada, la certificación de lo que se dice, la duda respetable respecto al poder económico y la investigación honrada y la presencia más escasa posible de esa turbia novela rosa pútrida de cada día.


Hoy oímos que la reducción del gasto público es una verdad aceptada, sin oposición alguna, ni matiz o tamiz posible. Ya hoy se nos advierte que eso de la jubilación será para los cadáveres, puesto que los límites previstos se acercan a los 69. En cambio, frente a las espeluznantes noticias respecto a los delitos fiscales, a la huída de capitales, a los delitos al estilo Ruiz Mateos y tutti quanti, las noticias pasan y se abandonan. En sede Convergente los insignes y honrados implicados en las fraudulentas operaciones de intereses inmobiliarios asisten impertérritos a las declaraciones del príncipe Mas aludiendo a un país hundido y sin recursos. Sin querer añadir más leña al fuego, yo estoy esperando explicaciones sobre ciertos negocios familiares del príncipe o familia, que pienso no llegaran nunca.


Las reformas que se nos imponen no son reformas consecuentes con la situación. Son reformas que van a favor de unos y en contra de la mayoría, y por eso mismo, envilecen la democracia que exige un reparto equitativo de sacrificios cuando estos aparecen. Alguien ha propuesto la desaparición de las SICAV (al margen de las buenas gentes de ICV o de IU), o de redescubrir la justicia fiscal sobre el patrimonio o sobre la especulación urbanística, o sobre la especulación ignominiosa sobre los alimentos o sobre las monedas en mal trance. La mejor democracia es la que siente el ciudadano cuando sabe la verdad y entiende que es tratado con justicia y sin distinción.


Si Chaves Nogales existiera, hoy nos hablaría en esos términos sobre la agonía de Europa y especialmente de la agonía de España.



Lluis Casas desde una casa de reposo.



viernes, 11 de febrero de 2011

AUSWITCH-BIRKENAY SIGUE AHÍ, PRESENTE




En primer lugar les presento mis excusas por faltar, sin anuncio por medio, a mi cita de la semana pasada. Ello se debe a una peculiar situación histórica un tanto extendida entre algunos servidores públicos catalanes (un número no especialmente bajo, no crean), entre los que me hallo y que tienen el horizonte borroso y las coordenadas confusas. En síntesis, que alguien se ha empeñado en que no demos ni golpe por oscuras razones paranoicas.
Otros, en estas curiosas circunstancias, se habrían lanzado a la poesía o a las quinielas. Yo, lamentándolo mucho por mi mismo, he ido al médico.

Bien, así las cosas en lo que a la circunstancia profesional se refiere y un tanto hecho ya a lo que pueda venir, he salido de casa arrastrado por familiares y amigos a ver algo que no es precisamente conveniente para los ánimos un tanto alicaídos del que les escribe. Me llevaron a rastras a ver la exposición en el Centro de Cultura Contemporánea sobre las fotos de los desaparecidos de Gervasio Sánchez.

Lo que yo presumía como un nuevo placaje sobre el terreno al más puro estilo del campeonato de las cinco naciones, se transformó en todo lo contrario, en un insuflo de mala leche y de ganas de dar unos cuantos guantazos reales o morales. Mi agradecimiento infinito a los que me arrastraron a ello.

La exposición, que recomiendo encarecidamente, es espléndida y terrible. No puedo resistir volver a aquel eslogan de hace unas pocas semanas del descenso a los infiernos, a raíz de la novela de Vargas Llosa. Gervasio Sánchez nos lleva ahí de nuevo con una sensibilidad y una capacidad técnica maravillosa. Nos fotografía al monstruo sin que este aparezca lo más mínimo, simplemente con los retratos de quienes quieren saber donde están sus allegados y la certificación forense de fosas y almacenes refrigerados.
Gervasio Sánchez es tan cuidadoso con lo que nos dice y como lo hace que obvia, en honor del espectador, a culpables directos e indirectos. No salen los generales argentinos, ni siquiera el secretario de estado de turno, mi los descerebrados camboyanos. Tampoco están todos los que debieran, puesto que no existe Marruecos, por poner un ejemplo cercano, ni tampoco la Palestina de ahora mismo. Pero la efectividad es la misma, incluso mejora esa falta de exhaustividad en el testimonio sintético y representativo. No habría espacio en el Nou Camp si el fotógrafo hubiera cubierto toda la injusticia existente. Con una parte de ella y la capacidad sensible del espectador es más que suficiente.
No encontraran tampoco al nazismo, ni al peor estalinismo, Gervasio Sánchez va a lo más reciente, a la dulce cintura de América (Honduras, Guatemala, Colombia), al cono sur argentino y chileno, al cercano oriente iraquí y al lejano oriente camboyano.

Para no sentirnos al margen, el fotógrafo nos apunta nuestros propios desaparecidos de la guerra civil y de la posguerra, en unas pocas imágenes que dan testimonio de lo débil que es nuestra democracia y la enorme flojera ideológica y corajuda de muchos mandamases en nuestro país.
Sin ir muy lejos, el nuevo gobierno catalán ha dicho reiteradamente que el Memorial, la institución que después de 40 años, hemos conseguido implantar para recordar todo lo que debe ser recordado ha de ser, además de humillada, reducida a un grupúsculo de activistas sin dinero. Eso lo dice un gobierno salido de elecciones y un partido que tuvo en su máximo dirigente a una victima de la represión y lo hace, por simple ignorancia profunda, en el momento que Gervasio Sánchez nos muestra como en otros lugares, con peligro real y memoria más reciente, los hombres y las mujeres demócratas sacan a sus victimas del olvido y de las cunetas.

Así son, como ellos mismos demuestran nuestros demócrata cristianos.

No son ni lo uno, ni, por descontado, tampoco lo otro. Si fuera por ellos, Cristo no hubiera podido salir de la cueva en la que fue ocultado.

Lluis Casas, en casa del terapeuta.


domingo, 6 de febrero de 2011

ESQUIZOFRENIA





No se si les ocurrirá lo mismo, pero en estos momentos tengo dos personalidades, una animosa y dispuesta a ser exultante por lo que los pueblos norteafricanos están haciendo y, otra, más domestica, francamente depresiva.


La visión de un país de ochenta millones de personas que está cambiando de manos (proceso que será difícil y aún por decidir en cuestiones fundamentales) a través de la presión popular y en segunda edición si contamos la pequeña Túnez, es para frotarse los ojos. Me vienen a la memoria los debates sobre la revolución espontánea o no tan espontánea, que teníamos hace unos pocos lustros. Hoy estamos asistiendo a una sublevación popular en varias dictaduras de protectorado americano o europeo, con unas características ciertamente alejadas de las tradiciones revolucionarias basadas en la acción política clandestina y con organizaciones preparadas para ello. No es que haya un vació total, sino que es más radical aún, las organizaciones que podrían encabezar tal cambio han sido tomadas por sorpresa y han optado discretamente por el apoyo sin buscar la cabeza de la manifestación. Ahí hay un pueblo espontáneo y los mecanismos modernos de comunicación.


En fin, como el asunto está en plena ebullición y evolución, la alegría debe contenerse en espera de confirmaciones. Por lo pronto, no hay intromisión imperial, al contrario se producen recomendaciones de impulso democrático allí donde no hace mucho se hubiera implicado la CIA y los portaaviones. Veamos pues una novedad histórica.


Mi otra cara está formada por lo que nos ocurre aquí ahora mismo. El gran pacto, al que yo llamaría el mejor peor acuerdo posible. Ahí los sindicatos han jugado en terreno contrario y han sabido malignamente ganar tiempo. Si veinte años no son nada sentimentalmente hablando, son muchísimos desde el punto de vista político, social y económico. Tal vez los nuevos tiempos den oportunidades para recuperar lo perdido.


Debo reconocer que cuando uno firma un acuerdo mientras la primera parte te esta cortando un brazo es difícil de explicar la bondad de lo conseguido. Pero así es en este caso. Los sindicatos han evitado algo muchísimo peor. Algunas críticas apuntan a que era necesaria una confrontación total, huelga general, etc. Sin dejar de tener razón, el nivel de afiliación sindical y la capacidad actual de nuestros ciudadanos para la rebeldía democrática no creo que permita esas florituras. Más adelante ya veremos.


El acuerdo social está cojo, por descontado. A mi me faltan unos cuantos puntos fundamentales, el primero es la sujeción de la banca a los objetivos políticos, entre ellos la inexistencia de oligopolios de este carácter. Me falta también, una reforma fiscal que devuelva a nuestro sistema la justicia distributiva que nunca debiera haber perdido. Si los trabajadores ponemos encima de la mesa esos enormes sacrificios en términos de renta futura (las pensiones), el IRPF, el impuesto de sociedades, de patrimonio, de sucesiones y las SICAV deberían estar al mismo nivel.


Tal vez así el déficit no seria tal y la capacidad de enfrentar la crisis mejoraría substancialmente.


En fin, esperemos mientras los bancos se comen el bocado más apetitoso, las cajas. ¿Qué más querrán?


Lluis Casas en el terapeuta