lunes, 24 de octubre de 2011

EL SENTIMIENTO DE LA HISTORIA

El sentimiento de catástrofe frente a la crisis es comprensible, las personas nos guiamos por lo que vemos, por lo que nos dicen. En definitiva con lo que nos llega como información. Parados, pobreza, recortes sociales, eliminación de las inversiones públicas, desaparición de las cajas de ahorro. En fin una enorme cantidad de información que genera dudas, miedo y desasosiego para el inmediato futuro. Otro sentimiento que se extiende es la impotencia frente a los vericuetos de la crisis, como si no tuviéramos instrumentos para capearla y superarla. A la vista de los absurdos recorridos de las distintas políticas que observamos, en los USA de una manera, en Europa de otra, tiende a consolidarse que estamos en una crisis nueva, distinta. Que somos, victimas de una enfermedad desconocida y que no vamos a mejor.Nada más lejos de la verdad y de la realidad. No es la primera crisis, como no será la última. No es nueva, las burbujas explosivas basadas en la especulación financiera e inmobiliaria son conocidas y perfectamente detectables. Existen por ello mecanismos, formas, experiencias a las que acudir en busca de soluciones.Lo que es nuevo es la amalgama de problemas concretos que nuestro tiempo envuelve a la crisis. Por ello es necesaria la adecuada interpretación de lo ya sabido y experimentado para su utilización positiva. Dentro de ese “paquete” se hallan, como no, las capacidades personales y sociales de los individuos y de las instituciones que han de hacer frente a la crisis. Y me temo que es ahí en donde se está fallando.No hace mucho, en una de las periódicas recomendaciones de lectura les puse el libro del malogrado Tony Judt, Postguerra, una historia de la Europa desde la 2ª guerra mundial. Un libro espléndido, repleto de mensajes, de conocimientos perfectamente aplicables a nuestros días y a nuestros problemas, haciendo, eso si, la debida adaptación a unos tiempos distintos a los que configuraron la Europa de postguerra.En una parte del libro, Judt expone cómo en la Europa salida de la guerra (eso, claro, excluye a España y Portugal) se define una política social completamente nueva: derechos sociales, prestaciones sociales para que nunca más la pobreza o las circunstancias negativas de la vida dejen a la población trabajadora, a las clases medias al albur de la caridad y al manejo del fascismo. Eso que ocurrió entre el final de la Gran Guerra y el comienzo de la segunda.Judt explica que fueron varias las circunstancias políticas que permitieron ese enorme avance. La primera, la derrota del fascismo con un enorme sacrificio popular; la segunda, la derecha política y social entendió perfectamente la clave del asunto y supeditó coyunturalmente los intereses de clase a los intereses globales. También la existencia de otro mundo distinto, la URSS, que mostraba alternativas que hoy no tenemos (alternativas económicas). Incluso los políticos de la derecha que confluyeron con socialistas, comunistas y radicales en el impulso a lo que ahora llamamos estado de bienestar, lo fueron por que venían de un periodo en donde la moral cívica incluía el comportamiento económico. Lo que podríamos llamar los tiempos victorianos o mejor eduardianos (en referencia a la city de entonces, Gran Bretaña).No puedo dejar de transcribir unas pocas líneas del texto de Judt, con la intención de que vean reflejado hasta que punto hoy nos hallamos tan lejos de la moral cívica o republicana (a la francesa) que posibilitó la nueva Europa:Del capitulo “La rehabilitación de Europa”, pagina 110.“….No obstante, en una cosa estaban todos de acuerdo, tanto los activistas de la resistencia como los políticos: la “planificación”. Los desastres de las décadas del periodo de entreguerras (las oportunidades perdidas partir de 1918, la gran depresión que siguió al desplome de la bolsa de 1929, las perdidas ocasionadas por el desempleo, las desigualdades e ineficiencias generadas por el capitalismo del laissez-faire que habían hecho caer a muchos en la tentación del autoritarismo, la descarada indiferencia y arrogancia de la élite gobernante, y la incompetencia de una clase política inadecuada) parecían estar todos relacionados con el absoluto fracaso a la hora de organizar mejor la sociedad. Para que la democracia funcionara, para que recuperara su atractivo, debía planificarse…”El texto, como comprobaran si acceden al libro, es más largo, más detallado, sumamente interesante, pero con lo citado, pienso que es suficiente para argumentar lo que sigue.La planificación de la que habla Judt no es más que la asunción por parte del estado de una parte importante de la economía, el sector público y la definición de objetivos sociales, económicos, demográficos, etc. hacia los que deberían apuntar las prioridades públicas, poniendo como prioridad una nueva sociedad basada en el bienestar colectivo y con las prestaciones sociales para que ello fuera posible.Justamente lo mismo que hoy día decimos para defender lo que aquellas generaciones consiguieron. Estado, sector público, derechos sociales, bienestar social, justicia fiscal.En fin, tal como les decía en otro apunte, pura historia y capacidad de adaptarla a las circunstancias concretas.



Lluis Casas desenfrenado (Crónica enviada desde Atarfe, tras la visita a Rosa María Félix, historiadora)