viernes, 26 de junio de 2015

Todo o nada

Recién llegado el verano se inicia la cuenta atrás. Me explico: quedan, en principio, tres meses casi exactos hasta el 27 de septiembre, cuando deberían celebrarse unas peculiares elecciones a la Generalitat de Catalunya.
El asunto, planteado desde la cúpula partidista de CDC (excluyo ya UDC) y en términos plebiscitarios al respecto de la independencia de Catalunya, tiene no solo un montón de aristas peligrosas, sino que las interrogantes sobre el sí son todavía de consideración. Unas “simples” elecciones estatales pueden detener la convocatoria catalana, y esta es una posibilidad por la que grupos de presión e intereses políticos trabajan a destajo.
No entro a comentar las innumerables aristas que comporta que unas elecciones políticas, de representatividad política, puedan devenir con cierta normalidad en un referéndum por la independencia. Eso está ya muy trabajado.
Mi interés radica en poner de manifiesto mi perplejidad sobre lo que me demandan los partidos y entidades que quieren que esas elecciones (convocadas por segunda vez prematuramente respecto al periodo normal de legislatura) definan el futuro del país entre dos extremos: uno la independencia,  si existe una mayoría parlamentaria partidaria de ello. El otro, una indefinición profunda, una especie de agujero negro, si los resultados no dan con claridad el triunfo de la primera opción.
Ha habido un proceso mágico que cambió las claves en que se situaba la mayoría de catalanes: el llamado “dret a decidir”, procedimiento a través del cual el personal se definía entre varias opciones que permitían una cierta lógica de situación: desde el no hay que tocar nada, hasta la independencia. En medio dos o más opciones que basculaban entre el federalismo asimétrico y el confederalismo. En síntesis, te preguntaban quien eras con una cierta facilidad de respuesta.
Hoy el asunto ha dado un vuelco simplificatorio solo en apariencia. Si votas a los partidos, coaliciones o listas del President en las cuales la independencia es el núcleo vital, se sitúas a un lado. Si votas cualquier otra posibilidad, estas en el otro. A eso yo le llamo división en dos, cuando en el país los divisores son más abundantes y los sumandos y multiplicadores también.
He hecho una especie de valoración sobre los dos posibles resultados de cómo me afectaría en mis relaciones familiares, amistosas, políticas, vecinales, etc. Doy como dato que esas relaciones están en su inmensa mayoría en el campo de la democracia, del catalanismo integrador, del respeto al vecino, de la defensa de la cultura y de la lengua catalanas, de una mejor financiación de los sistemas de bienestar social, de una mejora en la capacidad de decisión sobre les estrategias inversoras públicas, etc. No les canso, puesto que doy por certificado que entienden bien lo que les digo. Les informo también que muchos de ellos son claramente independentistas y algunos con algo más que fervor patrio.
Mi pregunta es la siguiente: ¿en el estado actual de las cosas, pendiente de saber con cierto detalle tanto el estado global de la opinión en Catalunya al respecto, como sus múltiples variedades, mis amigos y conocidos han de tensar sus relaciones al límite de romperse en dos grandes grupos, que en realidad tienen gran cantidad de puentes entre ellos?
No estoy diciendo un no a la independencia: estoy afirmando que, para mí, no vale la pena perder amistades, conocimientos y trato cercano por un asunto que, en general, se resuelve despacio y con mucho tiempo de tolerancia y confluencia. Tener razones no implica imponerlas sin dar el tiempo, los argumentos y el modelo de sociedad para confluir en porcentajes que no generen la más mínima duda. La experiencia escocesa está bien cercana en el tiempo y un no se ha transformado en una mayoría significativa solo meses después, cuando el elector ha comprobado la manipulación del no.
Lógicamente, tengo que reconocer que la operación Escocia aquí está falta de la primera instancia: la convocatoria del referéndum, del “dret a decidir”, por lo que debo aceptar que la impaciencia no es solo producto sentimental, sino el resultado de los oídos sordos al voto.
Pero aunque ello es así, sigo interrogándome sobre ese riesgo de ruptura social que me parece advertir con claridad en unas elecciones plebiscitarias. Si además, las elecciones estatales están al caer, ¿por qué no dar oportunidades a alternativas con las que se podría hablar con cierta confianza en que escuchen y reflexionen? Se trata de pocos meses, tres a lo sumo, con los que el panorama del estado puede haber cambiado mucho.
Todo ello me lleva a una reflexión que afecta solo a una parte del componente independentista “ahora ya”. Y es que el plebiscito no solo es para resolver la cuestión de la independencia, sino el problema de la hegemonía política en Catalunya, cuando los anteriores detentadores se sienten claramente superados por la enormidad de los pecados cometidos.
Insisto en lo dicho, no veo porqué he de distanciarme de mis compañías habituales si no son independentistas. Hasta hoy, entre nosotros la cosa ha funcionado mejor de lo imaginado.

Lluís Casas repasando la agenda.