Muy a menudo, la realidad nos retrotrae a tiempos que creíamos pasados: hoy es especialmente claro el recuerdo de la gran crisis de 1929. Me permito un inciso: como Parapanda está festejando el próximo cumpleaños de don Francisco Ayala, recuerdo al lectorazgo que en ese mismo año de 1929 el joven Ayala publicaba su importante ensayo “Indagación del cinema”. Seguimos.
1929: una crisis financiera y de sobre producción que dio pábulo en Europa a la hegemonía fascista en muchos países y en Estados Unidos a un gran acuerdo por una sociedad distinta. El New Deal rooseveltiano, nuevo acuerdo social, diríamos en una traducción un tanto libre. El new deal fue una apuesta de gran trascendencia histórica en muchos aspectos tanto políticos, como sociales e incluso como experimento de un cierto keynesianismo al que le faltaba el paso por la práctica. El new deal representó la aparición de la acción benefactora del estado en la economía y en las prestaciones sociales. El presidente Obama se apoya en esos recuerdos que están grabados con hierro en la memoria de su pueblo para proponer ahora la acción que insinuó en el larguísimo periodo electoral, we can, juntos podemos. Se refiere, claro está, a un cambio profundo de la sociedad estadounidense.
Hasta aquí una nota escueta periodística que no dice mucho ni del trágico período que la crisis del 29 ayudó a impulsar, ni de lo que hoy toca plantearse.
Creo útil comentar brevemente eso tan pasado, y sin embargo tan de actualidad, de la crisis del 29. Debo advertirles que sus recuerdos familiares están a buen seguro faltos de referencia directa. El motivo fue rotundo, la España de la época era una economía y una sociedad alejada de las corrientes económicas mundiales, que se movía al ritmo de su agricultura, en función del buen tiempo y con ello de las buenas cosechas. España no estaba vinculada a los patrones monetarios de la época, ni suficientemente enlazada a las corrientes internacionales del comercio y el capital. Por ello quedó a salvo de la intensidad de la crisis. Aunque hay que remarcar que España no era una sociedad boyante, ni equilibrada, pues era pobre de solemnidad y estaba sojuzgada por un régimen real lleno de grandes latifundios, corrupción, indignidad política y social e intromisión clerical.
La crisis del 29 surgió, como la de ahora, por motivaciones financieras (el enlace necesario entre producción, comercio y consumo) y se trasladó a gran velocidad al consumo y la producción que cayeron estrepitosamente. El paro fue en aumento y llenó en poco tiempo las calles de las ciudades y las carreteras de trabajadores y campesinos en busca de trabajo y de sustento. Un drama que ha permanecido en las retinas de los que hemos visto el cine en blanco y negro a través de espléndidos films de la época, como el gran John Ford que dejó algunos planos inolvidables. El complemento imaginario lo pusieron algunos suicidios de relieve, financieros venidos a menos atrapados por inversiones especulativas y apalancadas que convirtieron Wall Street en una opera trágica.
La crisis apareció de forma similar a la actual y por motivos relativamente coincidentes y del mismo modo surgió también en los EEUU y se trasladó a Europa. Aunque hay que añadir que en Europa, la pasada guerra de 1914-19 había puesto las bases explosivas para su contaminación americana. Los acuerdos de Versalles obligando a Alemania y a sus socios guerreros perdedores a retornar los capitales que presuntamente costó la guerra, disparó el caos social y ayudó a la conexión con la crisis transatlántica.
Los gobiernos de entonces y el pensamiento político, económico y social que los sustentaba no estaban a la altura del problema. Su mentalidad liberal los alejaba de los instrumentos económicos basados en el gasto público. De hecho quedaron paralizados durante largos años, sin política concreta más allá de utilizar la policía contra un movimiento obrero en busca de trabajo. La sociedad quedó rota. Una situación ideológica no muy distinta a la situación previa a la crisis de ahora mismo. Gobiernos que se encuentran con la crisis del 2008 enlazan con la teoría que el mal está en el gobierno, que corresponde por ley divina al sector privado toda acción inversora o social. El estado debe permanecer pasivo. Tal cual estaba el asunto en 1929.
Obama se refiere a esas semejanzas cuando cita el new deal, el acuerdo social que permitió a trancas y barrancas la recuperación económica, el crecimiento, el reparto del pastel y la nueva cohesión social. Ese new deal creó una sociedad nueva que pudo enfrentar la segunda guerra mundial y la hegemonía estadounidense en el planeta. Los instrumentos históricos están, como la crisis, fotografiados en blanco y negro: inversión pública en infraestructuras, aliento al empleo agrícola, impulso público a las inversiones, reforma fiscal y otros muchos. El desaparecido John Galbraith hizo sus pinitos profesionales en ese contexto (en el sector agrícola público, si no recuerdo mal) y nos legó libros y comentarios que con su precisión habitual nos relatan esa dura época.
El we can obamiano recupera esa música y debe ponerle la letra que hoy corresponde. Los gobiernos reaganianos y 12 años de la familia Bush (a pesar del demócrata Clinton) han dañado profundamente algunas de las bases de la democracia americana. La confianza en el futuro y la expectativa que año a año todo el mundo dispuesto a trabajar mejora son las más afectadas por una realidad que las niega. De hecho lo que promete Obama no es distinto a la idea que con el duro trabajo (debe existir esa posibilidad) todos pueden vivir razonablemente bien y garantizar su futuro y el de sus hijos. Cosa que hoy por hoy está a mucha distancia de ser realidad. La sanidad será con toda probabilidad la piedra de toque en la que se plasmará el éxito de la apuesta, pero los cambios en la política energética, en el medio ambienta, en la reforma financiera irán a la par. Lo realmente remarcable es que todo lo que se haga disponga de ese paraguas protector que otorga tener una teoría y una meta social: we can, representa eso, la voluntad de lograr juntos una nueva sociedad.
Lluis Casas desde Washington
1929: una crisis financiera y de sobre producción que dio pábulo en Europa a la hegemonía fascista en muchos países y en Estados Unidos a un gran acuerdo por una sociedad distinta. El New Deal rooseveltiano, nuevo acuerdo social, diríamos en una traducción un tanto libre. El new deal fue una apuesta de gran trascendencia histórica en muchos aspectos tanto políticos, como sociales e incluso como experimento de un cierto keynesianismo al que le faltaba el paso por la práctica. El new deal representó la aparición de la acción benefactora del estado en la economía y en las prestaciones sociales. El presidente Obama se apoya en esos recuerdos que están grabados con hierro en la memoria de su pueblo para proponer ahora la acción que insinuó en el larguísimo periodo electoral, we can, juntos podemos. Se refiere, claro está, a un cambio profundo de la sociedad estadounidense.
Hasta aquí una nota escueta periodística que no dice mucho ni del trágico período que la crisis del 29 ayudó a impulsar, ni de lo que hoy toca plantearse.
Creo útil comentar brevemente eso tan pasado, y sin embargo tan de actualidad, de la crisis del 29. Debo advertirles que sus recuerdos familiares están a buen seguro faltos de referencia directa. El motivo fue rotundo, la España de la época era una economía y una sociedad alejada de las corrientes económicas mundiales, que se movía al ritmo de su agricultura, en función del buen tiempo y con ello de las buenas cosechas. España no estaba vinculada a los patrones monetarios de la época, ni suficientemente enlazada a las corrientes internacionales del comercio y el capital. Por ello quedó a salvo de la intensidad de la crisis. Aunque hay que remarcar que España no era una sociedad boyante, ni equilibrada, pues era pobre de solemnidad y estaba sojuzgada por un régimen real lleno de grandes latifundios, corrupción, indignidad política y social e intromisión clerical.
La crisis del 29 surgió, como la de ahora, por motivaciones financieras (el enlace necesario entre producción, comercio y consumo) y se trasladó a gran velocidad al consumo y la producción que cayeron estrepitosamente. El paro fue en aumento y llenó en poco tiempo las calles de las ciudades y las carreteras de trabajadores y campesinos en busca de trabajo y de sustento. Un drama que ha permanecido en las retinas de los que hemos visto el cine en blanco y negro a través de espléndidos films de la época, como el gran John Ford que dejó algunos planos inolvidables. El complemento imaginario lo pusieron algunos suicidios de relieve, financieros venidos a menos atrapados por inversiones especulativas y apalancadas que convirtieron Wall Street en una opera trágica.
La crisis apareció de forma similar a la actual y por motivos relativamente coincidentes y del mismo modo surgió también en los EEUU y se trasladó a Europa. Aunque hay que añadir que en Europa, la pasada guerra de 1914-19 había puesto las bases explosivas para su contaminación americana. Los acuerdos de Versalles obligando a Alemania y a sus socios guerreros perdedores a retornar los capitales que presuntamente costó la guerra, disparó el caos social y ayudó a la conexión con la crisis transatlántica.
Los gobiernos de entonces y el pensamiento político, económico y social que los sustentaba no estaban a la altura del problema. Su mentalidad liberal los alejaba de los instrumentos económicos basados en el gasto público. De hecho quedaron paralizados durante largos años, sin política concreta más allá de utilizar la policía contra un movimiento obrero en busca de trabajo. La sociedad quedó rota. Una situación ideológica no muy distinta a la situación previa a la crisis de ahora mismo. Gobiernos que se encuentran con la crisis del 2008 enlazan con la teoría que el mal está en el gobierno, que corresponde por ley divina al sector privado toda acción inversora o social. El estado debe permanecer pasivo. Tal cual estaba el asunto en 1929.
Obama se refiere a esas semejanzas cuando cita el new deal, el acuerdo social que permitió a trancas y barrancas la recuperación económica, el crecimiento, el reparto del pastel y la nueva cohesión social. Ese new deal creó una sociedad nueva que pudo enfrentar la segunda guerra mundial y la hegemonía estadounidense en el planeta. Los instrumentos históricos están, como la crisis, fotografiados en blanco y negro: inversión pública en infraestructuras, aliento al empleo agrícola, impulso público a las inversiones, reforma fiscal y otros muchos. El desaparecido John Galbraith hizo sus pinitos profesionales en ese contexto (en el sector agrícola público, si no recuerdo mal) y nos legó libros y comentarios que con su precisión habitual nos relatan esa dura época.
El we can obamiano recupera esa música y debe ponerle la letra que hoy corresponde. Los gobiernos reaganianos y 12 años de la familia Bush (a pesar del demócrata Clinton) han dañado profundamente algunas de las bases de la democracia americana. La confianza en el futuro y la expectativa que año a año todo el mundo dispuesto a trabajar mejora son las más afectadas por una realidad que las niega. De hecho lo que promete Obama no es distinto a la idea que con el duro trabajo (debe existir esa posibilidad) todos pueden vivir razonablemente bien y garantizar su futuro y el de sus hijos. Cosa que hoy por hoy está a mucha distancia de ser realidad. La sanidad será con toda probabilidad la piedra de toque en la que se plasmará el éxito de la apuesta, pero los cambios en la política energética, en el medio ambienta, en la reforma financiera irán a la par. Lo realmente remarcable es que todo lo que se haga disponga de ese paraguas protector que otorga tener una teoría y una meta social: we can, representa eso, la voluntad de lograr juntos una nueva sociedad.
Lluis Casas desde Washington