sábado, 25 de febrero de 2012

FRASES CÉLEBRES



El enemigo como telón de fondo

Las frases célebres son una verdadera especialidad literaria, tanto para sus autores, como para sus reproductoras. Las ocurrencias expresivas de eminentes o simplemente conocidos personajes pueden ilustrar cualquier teoría o cuento infantil. Sirven para todo y simplemente con colocarlas al final o al principio del párrafo pasan a ser de afirmativas a negativas respecto a lo que se está diciendo, a voluntad del malévolo utilizador de la frase (o cita, si queremos quedar bien). Es el arte de la descontextualización.

Hay tiempos en los que la producción de frases que serán futuras citas se incrementa. En general responde a los tiempos duros, en los cuales la gente con posibilidades de ver impresos o simplemente repetidos por los medios sus pensamientos más ilustres se sienten impulsadas a generar una mayor abundancia de ellos.

Estos días, repasando la prensa, es muy fácil confeccionar una larguísima lista de citas para la posterioridad, que utilizadas con malévola voluntad reflejarán en el futuro la debilidad del pensamiento del autor o la imposición del carácter del emisor sobre el mensaje.

Ayer, la lectura de una espléndida novela-biografía, “Las cosas que llevaban los hombres que lucharon”, de Tim O’Brien, una obra que describe lo vivido en la guerra del Vietnam por el autor, dio en coincidir con la visión de un film que en su día no tuve la oportunidad de ver: “Good Morning Vietnam”. En donde la absurdidad de la guerra y del comportamiento humano en ella coincide en mucho con el relato literario anterior.

En el film, aparecen algunas frases de gran iluminación neuronal a cargo de algunos de los responsables de aquella locura imperialista. La mejor de ellas se me quedó grabada por su reiterada repetición en boca de diversos personajes que se enfrentan a decisiones de locura a lo largo de toda la historia.

El protagonista del film, un periodista militar cercano al extravío, lee las notas de teletipo recibidas en la redacción y se conmueve con una. El presidente de los USA, Lyndon B. Johnson (desde 1963, después del asesinato de John F. Kennedy y hasta en 1969), explica en una discurso sus objetivos presidenciales y dice al respecto del conflicto lo siguiente: “La situación militar en Vietnam empeorará antes de mejorar. Por ello incrementaremos el cuerpo expedicionario hasta los 500.000 hombres”. La traducción de la frase podría ser esta, de forma que sea mucho más fácil de entender: “Moriréis muchos más, pero al final los que quedemos (algunos) disfrutaremos de la victoria. Gracias por las molestias”.

Es la forma en que líderes políticos, militares, sociales, etc. cuando han optado por la extrema decisión, es decir poner a una parte de la humanidad frente al paredón, frente a la ruina o frente a la imposición, expresan su confianza en si mismos.

Eso mismo ha sido repetido de una forma u otra por cientos de líderes en las más variadas situaciones, todas ellas cercanas al límite de lo soportable. Se lanza un mensaje positivo de futuro para que los costes inmediatos de la decisión que se ha tomado sean aceptados u olvidados por víctimas y acreedores.

La misma frase ha sido repetida recientemente por monseñor Rajoy a propósito de la reducción del gasto social y del cambio en la normativa laboral, aplicada esta vez a la ocupación: “Con estas medidas habrá más paro en principio, para mejorar posteriormente la ocupación”. Es decir: es la mejor solución, callen y sacrifíquense. Seguidamente en un acceso de ferviente hombre de misa (aparente) insiste en que las medidas son: “Justas y necesarias” palabras de cada domingo a las doce.

No quiero comparar al presidente Johnson con el presidente Rajoy, ni mucho menos. El primero no atinó con la política imperial, pero fue, tal vez, el mayor reformador social de la historia de los USA. El segundo tiene hasta ahora una más que triste biografía, que puede fácilmente volverse excesivamente interesante.

No hay mejor forma de terminar un artículo de citas con una última, en este caso de orden superior, tanto por quien la dijo, como por el sentido de ella:

“Perdónalos señor, porque no saben lo que hacen”. Frase celebérrima, con permiso de “¿Está el enemigo? Que se ponga”. Plagiada in peius por alguien a quien se vincula a sucios manejos del mundo, demonio y, sobre todo, de la carne.

En fin, tal vez no venzamos, pero no va ser fácil que perdamos. Cita de un servidor el domingo a las 2 de la tarde en plaza de Catalunya.

Lluis Casas, ahora dedicándose a Michel de Montaigne.