Don William Shakespeare definió para siempre las crisis políticas vinculadas a la corrupción, a la mentira y a la manipulación, incluido el asesinato y la boda, mediante el sensor olfativo que la evolución nos ha proporcionado: Algo huele mal en Dinamarca, dejó escrito. Aunque, según reputados filólogos, lo que decía el original es algo huele a podrido en Hispania. Sea como fuere es una sentencia definitiva. La frase se ha repetido múltiples veces cambiando simplemente la referencia territorial, unas veces olía mal en los USA (las elecciones robadas a Al Gore, por ejemplo), otras en Francia o en la misma Inglaterra.
El presidente del consejo de administración de Parapanda (en otra hora llamado consejo de obreros y de campesinos) y yo mismo hemos olido efluvios nauseabundos no hace mucho aquí mismo, en el Principat. En múltiples textos ha quedado consignado el pestazo. Por lo tanto podemos afirmar que ese olor es internacional e intergeneracional, una hedionda versión de la historia que en ocasiones se acumula como la niebla cuando no hay viento.
Ese miasma, peor que el que produce el acido sulfhídrico (la famosa bomba fétida de nuestra infancia), se está extendiendo por toda
Hay otros efluvios que nos llegan hasta nuestras narices, procedentes de los cuatro puntos cardinales, y la fetidez empieza a ser tal que se hace difícil respirar. Los vientos nos traen olores y hedores de Les Illes, en donde se dirime públicamente cuántos millones se embolsó un expresidente balear (con otras docenas de figurantes interesados). Nos llegan de los USA en donde un alto yerno prepara su retirada intentando evadir lo que pueda de lo que hizo. Nos llega de cada uno de los gobiernos federal o autonómico cuando preparan las tijeras de podar y los regalos a los amigos. Nos llega de la propia Diagonal, en donde la sede de la más insigne entidad financiera expulsa enormes cantidades de turbios tufos de manipulación de ahorros.
Pobre nariz nuestra que en vez de apreciar aromas, fragancias y esencias batalla a diario con pestes de redoblada fetidez.
En las últimas semanas el frívolo comentario de que esto es una mierda y más valdría vivir en otro sitio a salvo de tan magras reputaciones se ha escuchado a menudo, pero hoy ya en la primera hora, a la vez que el sonido del despertador el clamor es perceptible: mi mujer, el gasolinero, el chico del kiosco, los compañeros de trabajo, el camarero del desayuno y los manifestantes de TMB, todos entonaban los mismos versos. País de mierda.
Ya no es solo por la crisis y sus innumerables efectos sobre la economía familiar, sobre el trabajo, sobre la capacidad de sobrevivir, es el ambiente embreado, irrespirable, inaceptable, indigno que se trasluce en todos los medios de comunicación y a tantos niveles que ya no se distinguen las diferencias, aunque las haya.
Mientras tanto nos anuncian cadenas perpetuas, y yo me pregunto ¿para qué ladrón de gallinas?
Lluis Casas en el otorrinolaringólogo.