Les invito a visitar, y a dejarse la vista en ello, la exposición que en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, el MNAC en la ladera de Montjuïc, ofrecen sobre el fotoperiodismo de guerra a cargo de Robert Capa, Gerda Taro y Chim (David Seymour), con las fotografías que hicieron en nuestra guerra contra el fascismo y que estuvieron ocultas y pérdidas hasta hace muy pocos años.
El material fue utilizado en su época en periódicos y revistas europeas, en material de propaganda republicana y en los actos de solidaridad internacional que tan abundantemente se dieron en su momento. Eran, por lo tanto, fotografías conocidas en parte, pero su original (el negativo) estuvo, como he dicho, desaparecido por las causas imaginables de la represión, primero en España con la victoria franquista y poco después en Francia con la invasión nazi. El azar y unas buenas manos hicieron que se escabulleran de la masacre y de los depredadores rumbo a Méjico y ahí, al cabo de muchísimos años, reaparecieron talmente como una reencarnación civil.
La importancia de este material, enormemente abundante, más de 4.500 negativos, está en que forma el núcleo inicial de la fotografía bélica testimonial. Son fotos en directo, en el frente, en los pueblos y en la retaguardia que reflejan el momento, las pasiones y los sufrimientos de nuestro pueblo, un conjunto completo. Para entendernos, son los carretes enteros, sin discriminar. Con buenas y malas fotografías.
La fotografía (y el cine, su pariente cercano) es tal vez el primer arte que depende tanto de la técnica (la capacidad del autor, sus medios plásticos), como de la tecnología, los instrumentos ya muy complejos, como la cámara, el material impresionable, los cristales (los objetivos en terminología fotográfica), etc.
En la exposición lamentablemente no encontraran este aspecto tecnológico, por lo que, tal vez, no entiendan cabalmente los problemas que representaba entonces esa fotografía tan directa, inmediata y arriesgada. Eso del arte y la tecnología que se utiliza es algo que casi nunca aflora, tal vez porque los elaboradores de exposiciones provienen casi en exclusiva del mundo amatemático o afísico. Un aspecto enormemente interesante que se pierde por el camino.
Incluso hoy, todavía existe el riesgo para los seguidores de Capa contemporáneos (recuerden Irak y el fotógrafo español asesinado), pero están a su disposición medios técnicos de tal magnitud (fotografía digital con tratamiento absoluto del revelado en ordenador, etc.) que hacen relativamente más fácil la labor. No es lo mismo un objetivo de 90 mm que un cañón de 500mm o más, ni es lo mismo una sensibilidad de 100 ASA que las actuales, que llegan a miles de ASA. En la exposición que les cito solo aparece en un margen expositivo ese componente tecnológico. En el carnet de periodista de Chim, se detalla el equipo: una cámara Leica y tres objetivos, un 35mm, un 50mm y un 90mm. Para los entendidos no es necesaria explicación ninguna, siguen siendo los tres la base de la fotografía de cercanía, al lado del mortero o frente a la trinchera a pocos metros y nada que permitiera la seguridad de la distancia. Hay que decir que Chim tenía un buen equipo para esos tiempos.
Si su curiosidad fotográfica sigue en pie, les surgirá a la vista de los contactos (es el positivado que se realiza con el negativo pegado al papel de positivar, pequeño y práctico para clasificar, para estudiar el recorte o para entrever lo magnifico de lo insustancial) la pregunta básica, ¿tenia esa Leica fotómetro incorporado? Parece ser que no. Que el fotógrafo iba por libre, con su experiencia en términos de luz, diafragma y exposición como único fotómetro posible. El fotómetro externo exigía tiempo y tranquilidad, cosa no disponible en el fotoperiodismo de guerra. Por ello verán muchos disparos fotográficos fallidos, con escasa o excesiva luz, con figuras movidas, con trepidaciones de la cámara, etc. Hoy eso sigue dándose solo por torpeza del fotógrafo, ya que la tecnología ha resuelto mil millones de problemas.
En síntesis, una fotografía tecnológicamente romántica que exige mucho del ojo fotográfico y de la captación del momento expresivo. Y, en el fondo, pasión intelectual y afectiva por lo que se está fotografiando. Por eso dos de los tres fotógrafos murieron con la cámara a cuestas, Taro en Brunete, aplastada por un carro de combate amigo y Capa en Indochina.
No se pierdan el lado romántico, la esplendida serie de fotos que Capa hace a Gerda Taro dormida y dentro de un pijama a todas luces masculino y de talla excesiva. Amorosamente impresionante.
Como todo en la vida, hay cosas buenas y otras no tanto. La exposición ha sido concebida exclusivamente para la tribu de los sioux, elementos humanos con una vista de lince excelente y muy resistente. Los que somos de otra tribu y disfrutamos de las ventajas de la miopía, la hipermetropía y otros lujos, lo pasamos francamente mal. El tamaño de las fotos es el que corresponde al negativo (35 mm), excepto las elegidas por los dioses para ser expuestas en un tamaño mayor, pero a todas luces insuficiente. Los comentarios escritos que acompañan a las fotos son tan discretos que los leía pegado al texto y sin gafas, arriesgándome a ser confundido con el propio tabique expositivo. El interés del público hace que se forme una inmensa cola de miopes pegados a la pared. En fin, no se la pierdan y vayan provistos de binoculares.
Lluis Casas evidenciando el blow up que lleva dentro
El material fue utilizado en su época en periódicos y revistas europeas, en material de propaganda republicana y en los actos de solidaridad internacional que tan abundantemente se dieron en su momento. Eran, por lo tanto, fotografías conocidas en parte, pero su original (el negativo) estuvo, como he dicho, desaparecido por las causas imaginables de la represión, primero en España con la victoria franquista y poco después en Francia con la invasión nazi. El azar y unas buenas manos hicieron que se escabulleran de la masacre y de los depredadores rumbo a Méjico y ahí, al cabo de muchísimos años, reaparecieron talmente como una reencarnación civil.
La importancia de este material, enormemente abundante, más de 4.500 negativos, está en que forma el núcleo inicial de la fotografía bélica testimonial. Son fotos en directo, en el frente, en los pueblos y en la retaguardia que reflejan el momento, las pasiones y los sufrimientos de nuestro pueblo, un conjunto completo. Para entendernos, son los carretes enteros, sin discriminar. Con buenas y malas fotografías.
La fotografía (y el cine, su pariente cercano) es tal vez el primer arte que depende tanto de la técnica (la capacidad del autor, sus medios plásticos), como de la tecnología, los instrumentos ya muy complejos, como la cámara, el material impresionable, los cristales (los objetivos en terminología fotográfica), etc.
En la exposición lamentablemente no encontraran este aspecto tecnológico, por lo que, tal vez, no entiendan cabalmente los problemas que representaba entonces esa fotografía tan directa, inmediata y arriesgada. Eso del arte y la tecnología que se utiliza es algo que casi nunca aflora, tal vez porque los elaboradores de exposiciones provienen casi en exclusiva del mundo amatemático o afísico. Un aspecto enormemente interesante que se pierde por el camino.
Incluso hoy, todavía existe el riesgo para los seguidores de Capa contemporáneos (recuerden Irak y el fotógrafo español asesinado), pero están a su disposición medios técnicos de tal magnitud (fotografía digital con tratamiento absoluto del revelado en ordenador, etc.) que hacen relativamente más fácil la labor. No es lo mismo un objetivo de 90 mm que un cañón de 500mm o más, ni es lo mismo una sensibilidad de 100 ASA que las actuales, que llegan a miles de ASA. En la exposición que les cito solo aparece en un margen expositivo ese componente tecnológico. En el carnet de periodista de Chim, se detalla el equipo: una cámara Leica y tres objetivos, un 35mm, un 50mm y un 90mm. Para los entendidos no es necesaria explicación ninguna, siguen siendo los tres la base de la fotografía de cercanía, al lado del mortero o frente a la trinchera a pocos metros y nada que permitiera la seguridad de la distancia. Hay que decir que Chim tenía un buen equipo para esos tiempos.
Si su curiosidad fotográfica sigue en pie, les surgirá a la vista de los contactos (es el positivado que se realiza con el negativo pegado al papel de positivar, pequeño y práctico para clasificar, para estudiar el recorte o para entrever lo magnifico de lo insustancial) la pregunta básica, ¿tenia esa Leica fotómetro incorporado? Parece ser que no. Que el fotógrafo iba por libre, con su experiencia en términos de luz, diafragma y exposición como único fotómetro posible. El fotómetro externo exigía tiempo y tranquilidad, cosa no disponible en el fotoperiodismo de guerra. Por ello verán muchos disparos fotográficos fallidos, con escasa o excesiva luz, con figuras movidas, con trepidaciones de la cámara, etc. Hoy eso sigue dándose solo por torpeza del fotógrafo, ya que la tecnología ha resuelto mil millones de problemas.
En síntesis, una fotografía tecnológicamente romántica que exige mucho del ojo fotográfico y de la captación del momento expresivo. Y, en el fondo, pasión intelectual y afectiva por lo que se está fotografiando. Por eso dos de los tres fotógrafos murieron con la cámara a cuestas, Taro en Brunete, aplastada por un carro de combate amigo y Capa en Indochina.
No se pierdan el lado romántico, la esplendida serie de fotos que Capa hace a Gerda Taro dormida y dentro de un pijama a todas luces masculino y de talla excesiva. Amorosamente impresionante.
Como todo en la vida, hay cosas buenas y otras no tanto. La exposición ha sido concebida exclusivamente para la tribu de los sioux, elementos humanos con una vista de lince excelente y muy resistente. Los que somos de otra tribu y disfrutamos de las ventajas de la miopía, la hipermetropía y otros lujos, lo pasamos francamente mal. El tamaño de las fotos es el que corresponde al negativo (35 mm), excepto las elegidas por los dioses para ser expuestas en un tamaño mayor, pero a todas luces insuficiente. Los comentarios escritos que acompañan a las fotos son tan discretos que los leía pegado al texto y sin gafas, arriesgándome a ser confundido con el propio tabique expositivo. El interés del público hace que se forme una inmensa cola de miopes pegados a la pared. En fin, no se la pierdan y vayan provistos de binoculares.
Lluis Casas evidenciando el blow up que lleva dentro