jueves, 26 de enero de 2012

LOS RECORTES Y SU VERDADERO COSTE




Tal vez el título no les atraiga, cosa que comprendo perfectamente, pero el asunto es de lo más interesante tanto desde el punto de vista político, como económico. Intentaré explicarme.

Toda acción humana (y física en general) genera un coste y, con cierta probabilidad, un beneficio. Podemos situarnos en términos energéticos y ahí la cosa está bastante clara, como vemos al poner la lavadora. Esto comporta un gasto eléctrico, de agua, de detergente, de desgaste de la ropa y de la máquina, un cierto tiempo de dedicación a ello y poco más, dado que al menos en el Mediterráneo la ropa se seca gracias a la acción solar y, de momento, nadie nos cobra por ello, ni el Sol, ni FECSA ENDESA. Obviamente también presenta beneficios, la limpieza, la desaparición de ciertos olores o colores adheridos a la ropa y otras cosas y circunstancias de ligero análisis.

En términos económicos se debería aplicar una técnica basada en comprobar el balance entre costes y beneficios para establecer exactamente la bondad o la malicia de la operación de lavado utilizando la estructura de precios o valores monetarios de cada acción.

Eso de los costes no es cualquier cosa, puesto que aparece casi siempre una larga procesión de acciones afectadas que deben integrarse o no en el balance. En realidad, ahí está el truco del almendruco: poner límite a la integración de los costes derivados. Con las centrales nucleares eso es más evidente que su propia existencia. En función de la cadena de costes y beneficios, una central puede resultar en extremo productiva o un malísimo negocio. Simplemente si olvidamos determinados riesgos y la durabilidad de estos en términos de millones de años.

Después de ese balance y en el supuesto que la técnica haya sido aplicada inteligente y honradamente, viene después determinar dónde han ido los costes y dónde los beneficios, es decir establecer ganadores y perdedores y ver los balances de cada grupo. Esta parte casi nunca se aplica, bajo la inocente afirmación de que si globalmente es positivo, el asunto está más que resuelto. Es la teoría del poderoso y la del ganador (en general es lo mismo). El sufridor de costes opina de muy distinto modo. Vean sino lo que piensan los expropiados de su vivienda cuando quedan desplazados de la caseta i l’hortet, para que se instale un horror comercial y viviendas de lujo. O, simplemente, la carretera de acceso a la pista invernal.

Con los recortes pasa casi lo mismo, es como esa teoría básica de la física: a toda acción corresponde una reacción. Si tenemos déficit presupuestario y hacemos recortes para librarnos de él, deberíamos empezar por analizar el coste y el beneficio del recorte y de su contrario, el aumento de ingresos fiscales. Cosa que no se ha hecho, al menos que aceptemos la comprobación histórica de que nunca el recorte mejora el problema. Pero eso responde al mundo de lógica y de la inteligencia evolutiva y no al de los intereses.

Sigamos. Establecido por real decreto que vamos a recortar, sería obvio que analizáramos la consecuencia de cada una de las acciones. Si el recorte comporta reducir la actividad económica, si supone incrementar el paro, si implica dejar a la intemperie a las familias, si la educación generará mayor fracaso escolar, o la salud empeorará y hará mas costosa la intervención posterior, si las alternativas a los recortes (privadas, claro está) son más baratas, tan equitativas o de parecida calidad, etc.

Todo ello puede con mayor o menor precisión definirse en términos económicos o al menos medibles aproximadamente. Los subsidios al desenpleo que implica el paro son más que evidentes, la reducción de la demanda por reducción de la renta también, y así todo, prácticamente todo. Incluso el coste de la vida (referida al recorte sanitario) es valorable y la preparación educativa o profesional, que reduce la productividad futura.

De modo y manera que, una vez establecido si es o no interesante el recorte, deberíamos entrar a hacer el balance de la distribución de sus costes y sus beneficios. Lógicamente si el empleado público es substituido por el empleado privado (que lleva sobre sus hombros un empresario, un consejo de administración y un margen de beneficio) la cosa no es tan simple como aparenta.

En mi vida laboral y no hace mucho tiempo, un equipo valoró de esta manera el balance de costes y beneficios entre la acción pública y la privada. La privada tenia costes mayores, un 30% más, pagaba menores sueldos y entregaba una calidad peor en el servicio. Además, la administración no se enteraba de nada. No digo que sea sí en todas las circunstancias y en todos los casos, pero es muy bueno ejercitar el balance de intereses para saber la verdad de las cosas.

Como pregunta retórica, a fuer que es incomprobable tal como estamos, les pregunto: ¿qué diría el balance coste - beneficio entre banca pública no especulativa y banca privada mandamás?

A ver, respóndanme y no me dejen solo.

Lluis Casas, como ven teniendo ensueños de racionalidad.