domingo, 15 de enero de 2012

PAISAJES DESDE LA CRISIS



Mi amigo Sebastià me llama en respuesta a un telefonazo previo por mi parte. Como ocurre a menudo, Sebastià tiene muchas cosas que explicar y casi todas referidas al mundo social, por eso ha sido toda su vida sindicalista o, también en otras ocasiones, del mundo cultural de acento italiano, como corresponde a sus orígenes familiares.

En su barrio, me dice, ya es frecuente que algunas personas hurguen en los contenedores de basura. No son solo buscadores de papel, ciertamente marginales, pero con un nivel de organización y medios que les da un cierto aspecto de empresa colectiva (una furgoneta con un millón de kilómetros para el transporte, un humano de reducidas dimensiones para alcanzar el fondo del contenedor y alternativamente alguna herramienta simple para facilitar la tarea), ni siquiera se refiere Sebastià al africano que con un carro de supermercado rebusca a la caza de metales con destino al reciclaje. Quim se refiere a ciudadanos del barrio que rebuscan para comer, para recuperar algún objeto que disponga todavía de utilidad directa y que lo hacen discretamente si mantienen un cierto orgullo por su pasado reciente o, ya abandonados de si mismos, a pecho descubierto. Y eso ocurre en un barrio menestral, en donde está ya muy lejano el tiempo de la barraca, de la carencia de abastecimiento de agua y del trabajo a destajo en una colla improvisada en la plaza Urquinaona.

Quim apunta a una vuelta a los años cuarenta o cincuenta, tal vez hasta muy entrados los sesenta, en donde la inmigración patria protagonizó aventuras humanas sin cuento, fáciles de rememorar sin reencontramos a Paco Candel en la estantería o esas fotografías de Montjuïc en donde convivían, es una forma de decir, la central de basuras de Barcelona y una población abundante de buscadores de presente.

Le digo a Sebastià que no es lo mismo. Si lo de antaño, no muy antaño, era duro, estaba enmarcado en una expectativa de mejora, de cambio. La anécdota del inmigrante procedente de Murcia o de Extremadura enviando a sus familiares de allá una foto con la gabardina nueva y el reloj de pulsera, que antes nunca tuvo, no es posible hoy en día. La foto era un reflejo de las aspiraciones y de la posibilidad de alcanzarlas, aunque de manera modesta y costa de un durísimo trabajo y unas penosas condiciones de vida. Nada más lejos del bienestar social al que ahora nos aferramos, los que podemos.

Lo de hoy es distinto, corresponde a una caída libre desde una posición sino próspera, al menos estable y sin preocupaciones por el comer, la habitación y la convivencia social básica. Las personas que entran en el picado social pueden ser, mayoritariamente, latino americanos sin papeles o con papeles a los que la construcción y su entorno ha expulsado fuera de los límites de la vida aceptable. También forman parte residentes con DNI hispánico e incluso pasaporte plagado de visados turísticos de los buenos tiempos, así como veteranos de más allá de los cincuenta que están ya amortizados por el sistema y ancianos (probablemente mayormente ancianas) a las que los recursos propios se les han agotado y las pensiones no alcanzan para pagar la luz y, tal vez, la mínima dignidad. La lista de afectados es ya larguísima, sociológicamente variada, políticamente incomprensible y rellena de frustración e impotencia.

Yo le refiero a Sebastià que Rosana, la que fue la última cuidadora de mi madre, en trance de regularización de papeles, fue detenida en el metro de Madrid, en donde ahora está trabajando y puesta en la larga lista de futuros expulsados. Tiene 24 años, es del Paraguay y nunca le ha faltado ni trabajo, ni afecto por parte de sus empleadores. Ahora el PP tiene la palabra.

Con Sebastià no llegamos a conclusión alguna. Se nos escapa algún apóstrofe inconveniente, nos viene en mente el activismo radical de los años jóvenes, la crítica ácida y tabernaria a unos y a otros, pero sin resultado útil. La conversación no nos lleva a nada. Cortamos y les explico otro capítulo del mismo libro.

Hoy, aquí, a mi lado, ha sido llamado un joven de 35 años para comunicarle que su horario queda reducido a dos tercios y su salario también. Aparejador, buen tipo, con familia completa, muchos años en la entidad. Hoy pasa a ser mileurista, desde una cifra no mucho mayor. La razón, ya la sabemos, trabaja (y mucho) en la administración, es un interino (un eufemismo de la incapacidad política para componer plantillas adecuadas y acorde con las normas que la misma política ha aprobado). Ciertamente y en el léxico actual, un funcionario con contrato basura. Algunos dirán desde la profunda ignorancia y el espíritu hispánico de la envidia y del si yo estoy mal los otros han de estar peor, que allá el, el parado estándar está peor y que no se queje, total sigue cobrando y como es funcionario no pega ni golpe. Grandes errores de apreciación, símbolos de la grave insolidaridad en la que muchos viven. O malviven.

El futuro será como sigue, el interino trabajará cinco horas y se buscará el resto de la vida en otra parte, por las tardes, etc. Como es emprendedor y buen trabajador saldrá adelante con mayores o menores dificultades. Su relación laboral con la administración quedará definitivamente marcada. Alguien ha conseguido hundir un buen trabajador público. El resultado ha sido un gran ahorro para todos.

Mientras, yo mismo, permanezco en mi mesa sin encargo alguno. Motivos, servir durante siete años a un gobierno de izquierdas. La diferencia entre el aparejador y yo, a parte de la edad, es que yo soy funcionario con todas las de la ley y pueden marginarme, pero no echarme. Gran consuelo, mientras mi tiempo se malgasta y el contribuyente paga.

Sebastià se cabrea, su espíritu sindical lo atolondra, su formación jurídica se tambalea. Total que quedamos para mañana en un café. A ver si en un vis a vis nos aclaramos. Me temo que no.


Lluis Casas, pensando en esa epidemia de peste negra del medievo.